Tengo para mí que, después del de la rueda, el de la ironía es el descubrimiento decisivo en la Historia de la Humanidad. Bueno, la ironía es el sentido del humor más fino que le brinda alegría, distancia, sabor y saber a la vida y a sus cosas. El problema de la ironía –que es también su virtud- es que su despliegue y aprecio presuponen y exigen la inteligencia y la sensibilidad en el interlocutor. Malos estos tiempos bárbaros, basados en el voraz e inmediato consumo de imágenes y en la remoción de las emociones más rastreras, para la ironía, que en todo lo contrario consiste. Muchos, encantados de conocerse en su burricie, no la captan. Otros, malintencionados, fingen ignorarla para aferrarse literalmente a su contenido y atacarla, cuando precisamente la ironía es sugerir con arte lo contrario de lo que se dice. Prueba de la regresión cultural que vivimos es que antes el observador irónico era valorado y reconocido incluso por quienes opinaban diferente, que a través de la pericia de la ironía conseguía su aprecio. Hoy, en estos tiempos fanáticos y sectarios, el irónico sólo cosecha enconos y agravios en el bando opuesto.
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