Pareciera que la Navidad -al cabo la Fiesta que celebra el nacimiento de uno de ellos- está ideada para los niños, para los más pequeños. Sólo en ellos, mientras los adultos hemos de impostar una alegría que ya no tenemos, se encarna con plenitud natural la dicha que la Navidad lleva dentro. Nos cautiva en ellos y de ellos, claro, la pureza sin cálculo y desorbitada de sus expresiones, el jubiloso juego que aún se traen con la vida, la belleza reciente y no premeditada, bien intensa por eso, con que los sentires les estallan por el rostro, que se les moldea ante nosotros como pasmosa arcilla reluciente y novísima. Tiempo tendrán de crecer y hacerse luego larguiruchos y hoscos, pues en eso consiste la adolescencia, mas por el momento todo en ellos rebosa chispa, donaire y dinámica armonía. Reflejemos toda esa gracia, atrapémosla, tratemos de fijarla antes de que el Tiempo la disuelva en sombra, en humo, en polvo, en nada...
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