Buena prueba de los malísimos tiempos que para los libros de los escritores sin Nombre corren es que ahora, en una conversación informal, cuando te preguntan a qué te dedicas y les dices “bueno, yo… soy ESCRITOR”, al momento al rostro de tu interlocutor, y al de la mayoría de los allí presentes, alguno de los cuales incluso te conoce, como si ante un marciano del Siglo Diecinueve se hallaran, asoman mezclados el estupor y la suma incredulidad, fruto de los cuales es la recurrente pregunta que te lanzan, “¿y… VIVES de eso?, y a veces ese “ESO”, créeme, con retintín restregado, y seguro que entiendes, lector mío, las mil y una encontradas sensaciones que recorren entonces mi chola y las ganas que me asaltan de salir por peteneras y responderles “pues sí, y muy bien, que por cierto, mañana salgo para Tahití con Elvira Lindo y tal, al Ron Five Stars nos vamos, yes”, pero paso, y sólo les digo, “pues… malamente, como Rosalía, jejejé… pero bueno, hay PERSONAS, a quienes no conozco de nada, que aprecian lo que hago e impulsan y me piden mis libros, y eso me hace vivir, sí, ME DAN VIDA”, y noto entonces como en esos rostros nítidamente estallan más aún el desconcierto y la ofuscación.
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