Despellejaban en lo de Risto y cía –esa
dudosa fórmula que mezcla bromas y veras que aplastan a unos mientras pellizcan a otros- por enésima vez a Medina&Luceño, que se lo tienen ese par más que merecido,
ya lo dije aquí, malvados de trazas ducales que ni pintados para el desparrame
del imaginario de los unos -de ahí la explotación de ese agit-prop en elocuente
contraste con el estruendoso silencio sobre otros casos-, cuando en seco y a bote
pronto intervino Margallo, gallo frivolón que a todo hace con su Ego remolón:
-Si las pagaron a seis, no está mal,
porque Ábalos las pagaba a ocho (euros).
Glups, allí la troupe mejidiana
entera, corrida y lívida al tiempo, las risitas de pronto congeladas, apenas acertó a
emitir una informe letanía de evasivas, un acre bisbiseo abalorio, un patético
bullebulle del que no sabe qué ahora decir. Y en teniéndolos así, a su merced
en el duelo, calló ya Margallo, sin rematarlos, dejándolos vivitos y
sectariando. Con hábil mano, el espadachín conductor pasó a otro tema. ¡Explica
tantas cosas este lance!
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