Se demuestra sobre todo en fútbol y en política, escenarios sociales por excelencia ahora para odiadores y hooligans en masa y red, mucho más allá de la honda convicción en las ideas y aficiones propias. Es desastroso, para personas y sociedades, que se vaya perdiendo aquel verdadero espíritu deportivo que reconocía las virtudes y méritos del adversario, que preconizaba el juego limpio y acababa con un abrazo. Las ideologías extremas y sus Líderes, que medran con la polarización, la galería de espejos clónicos en que las redes nos encapsulan y sectarizan, el meollo intrínsicamente arrojadizo de tuits y posts, la exasperación global del ambiente apocalíptico que nos envuelve, conforman el caldo de cultivo idóneo para este tiempo fanático, que nos hace sin duda peores y más brutos, esto es, más peligrosos como sociedad, y que puede en el terreno individual, ay, también alejarnos y hacernos perder a personas valiosas y enriquecedoras solo porque no piensan como nosotros. Sobre todo ahora se siente, más que se razona. Más que se siente, se exabrupta. Es como si hoy a la gente la definieran más sus odios que sus aficiones. Lo terrible es, con todo, el veneno letal que, a modo de aguijón, inoculan estos tiempos: como es inmune a la razón, a un fanatismo sólo puede derrotarle… otro fanatismo. Que el fanatismo no nos atenace… del todo, plis.
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