Debería quizás un bloguero con
ínfulas gongorinas despreciar la obra y la figura de Manolo Escobar. Mirar para otro lado en el momento de su muerte. Al fin y al cabo,
a descaradamente burlarse de su hacer es a lo que nos han empujado siempre,
desde hace cuarenta años, las cultísimas élites bienpensantes aquí. Era bien
extraño lo que en mi infancia yo experimentaba: salías a la calle y de todos
sitios la melodía de las canciones, popularísimas, de Manolo Escobar, la limpia alegría que muchas de ellas contenían, te
asaltaba. Las ponían una y otra vez las
emisoras en peticiones del oyente, los cines en las pantallas, las tarareaban
las mujeres tendiendo la ropa, los obreros en las construcciones, los taxistas
en los coches, los dependientes en las tiendas, las familias en las
celebraciones, los serenos en sus rondas, los peluqueros en las barberías, todo
Cristo canturreaba las canciones de Manolo
Escobar y más y más a la vez se renegaba de ellas, más y más las
despreciaban y nos las hacían despreciar los entendidos. Lo cool era lo anglosajón,
claro, y escuchar a Manolo Escobar
era un vicio oculto.
Insólita y milagrosa, inexplicable, pues, la enorme pervivencia de las
mismas a través de incontables años, como incrustadas a contrapelo en “los
sentires mismos del corazón del Pueblo”, que diría un Lauren Postigo venido
arriba. Por eso mismo, como una prueba de fuego de su increíble huella perenne,
a menudo del todo perplejo –y en secreto reconfortado- lo tengo bien observado:
cómo en las verbenas de los más alejados pueblajos y villas de la contrastada
geografía española, en los más variados convites de los banquetes populares, a
pesar del alud de años transcurridos, casi todos los allí reunidos se reconocen joviales copartícipes en algo más hondo que lo que la propia letra dice desde
el mismo momento en que arrancan los acordes iniciales del “Que viva España”.
Y ya del todo me resultó a la vez anonadante y demoledor el palmario hecho
de que, con motivo de la celebración de los bárbaros éxitos futboleros de
nuestra selección, aquellos jovencísimos y postmodernos futbolistas de la play station, delante de un inmenso
gentío aún más joven, a años luz generacionales todos ellos de Manolo Escobar, en su presencia y con
él precisamente en los compases del Que
viva España se confundieran.
No es obligatorio tampoco ser un especial seguidor de lo suyo, pero yo sí
siento que negar a Manolo Escobar es
negar toda una parte de mi vida muy real, y de la de millones de españoles que
casi avergonzados y clandestinos cantaban y cantan sus canciones, y mantener
esa impostura ahora, aunque a uno no le adorne de prestigio cultural la
figura, aunque incluso como carroza le plante, francamente,
lector, como decía el otro, me importa un comino. Ha muerto Manolo Escobar, que viva Manolo Escobar.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
2 comentarios:
Un tipo discreto a pesar de la fama. DEP.
Magnifico texto.Que viva Manolo Escobsr
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