La iconografía simbólica de Pedro
Sánchez en campaña ha redundado en la camisa blanca, sobre las vagas
reminiscencias del joven Marlon Brando que le pululan por el rostro. Le queda bien
la camisa blanca, símbolo de la pureza, sobre el apolíneo cuerpo. La misma archi-icónica
camisa blanca que Brando lucía en la
inolvidable “Viva Zapata” de Kazan. Le recordaríamos ahora a Pedro, si por milagro pudiera leernos,
la “España,
camisa blanca de mi esperanza…
aquí me tienes, nadie me manda, quererte tanto me cuesta nada” de Blas de Otero.
Pues con la camisa blanca en ristre se apresuró nada más llegar Sánchez al ordeno y mando votar en
contra de Juncker, dando la espalda
al acuerdo previo. Ordeno y mando que no aplicó, por supuesto, al PSC, en cuyo Congreso a continuación se
plantó para subordinarse él a lo que Iceta
tuviera a bien mandarle.
Exigió allí al presidente Rajoy “que
convoque ya la Comisión
Constitucional, de forma inmediata,
porque es imprescindible para la reforma
de la Constitución, y que lo haga ya, cuanto antes”. Detente, Sánchez,
detente, bala. Resulta… que el partido de la oposición, con los peores
resultados electorales de su historia aún recientes, exige a un Gobierno, que
cuenta con el respaldo de la mayoría absoluta de los ciudadanos, nada menos que
reformar ¡pero YA! la Constitución.
¿Es acaso eso normal? ¿En qué país del mundo contemplamos algo así? ¿Qué
precedentes históricos se pueden alegar? ¿Según qué lógica política se puede
sostener tan acuciante requisitoria? Añadamos al cuadro general la aplastante
realidad de que la airada pretensión parte de un recién llegado, que acaba de
aterrizar sobre un partido enfangado entre los inacabables lodos de la suma
corrupción en Andalucía, por no hablar de la “marea corruta” que acogota al sindicato “hermano”, a cuyo capitoste general se precipitó a recibir… sin
nada siquiera susurrarle.
Sólo se puede entonces explicar semejante dislate –cercano al de alguien
necesitado de una camisa de fuerza-
desde una constante de la cultura política española: la hegemonía ideológica de
la izquierda y, más aún, el
hipercomplejo de superioridad moral que sistemática y graciosamente se atribuye
la misma. De esta manera, cuando menos respaldo ciudadano tienen, más se
desgañitan exigiéndole al gobierno de la mayoría absoluta. Blanquean así, no
sólo las camisas, sino también las conciencias. ¡Viva Pedro Sánchez!, claro.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
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2 comentarios:
Camisa blanca, roja, negra o parda, no es esa la cuestión.
Este hombre como las políticas que ha llevado a cabo no me gusta ni un pelo. Pero hablarle de un político de forma poética como si fuera un modelo, me parece absurdo, o algo mas angelical.
No me gusta este tipo por sus política de derechas… aunque vaya con camisa o sin ella.
A camisa de forza,coido que sí.
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