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sábado, 12 de diciembre de 2015

Tarantino desatado, pero qué Mugre



   
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)


    Que le dieran a Mr Tarantino el Oscar 2012 ¡al mejor guión original! por la bazofia sanguinolenta de Django Unchained refleja y revela casi mejor que nada el Reinado de la Mugre imperante. No la había visto hasta la otra noche en un canal del Tdt. Resulta de nuevo irritante la estúpida y morbosa banalización –a través de una destilada fascinación- que de la violencia extrema vuelve a proyectar Mr Tarantino. Qué obsesiones más nauseabundas revela esa retorcida mente desatada, qué imaginario simbólico más enfermizo ese… que es mina de oro ahora.
     Y eso que -¿cálculo comercial?- el exitosísimo cineasta pelea por autocontrolarse y al fin madurar: apenas aquí ya vísceras y casquería palpitante en primeros planos, suplantadas, eso sí, por chorretones de sangre en industriales magnitudes, balaceras explícitamente carnívoras y más que amagos de virulentas y cruelísimas mutilaciones. Peor aún: si en sus primeros títulos el universo temático que canalizaba el arte tarantino era el del cómic, que con sus códigos extremos de alguna manera validaba cierta pertinencia de las genuinas pulsiones del cineasta, en sus últimas entregas utiliza trascendentales causas históricas –la resistencia anti-nazi en Malditos bastardos, la esclavitud racista aquí- en las que legítimamente dar rienda suelta y bien explícita a sus tremebundos demonios interiores, que en gran manera convierten a nazis y anti-nazis, racistas y anti-racistas, en un similar e indistinguible engrudo unos y otros de patanes macabros y sanguinarios. ¿Acaso es esa la auténtica visión tarantina?
    Nadie puede negarle, por supuesto, a Mr Tarantino cierta inventiva visual y la sabia composición de climas narrativos, y por eso mismo más delictivo parece que su indudable talento sea puesto al servicio de tan pobres como penosas posiciones éticas y estéticas: en este Django combina memorables hallazgos escénicos y argumentales (el arranque poderoso, el originalísimo personaje del libertador de Django, la trama en la mansión del esclavista) con soluciones infantiles por irrisorias (la trampa a los bobos del Ku-klux-klan, la salvación última del propio protagonista) que impiden tomarse en serio la película. 
      Resulta así desolador comprobar el escaqueo tarantino ante los valores de la amistad –entre Django y el doctor Schultz- y el amor –Django y Broomhilda- que en la película indudablemente figuran, y la chapucería con que en un pis-pás el cineasta plasta los malogra (cuando los torturados enamorados, que nada sabían el uno del otro, de repente se encuentran… a Tarantino nada mejor se le ocurre… que el desmayo de ella con una jarra de agua en la mano, y en el plano siguiente parecen juntos desde siempre) en pro del ya cansino espectáculo de bruta violencia desatada que sólo a su sórdida fascinación convoca.  

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