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LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Que le dieran a Mr Tarantino el
Oscar 2012 ¡al mejor guión original! por la bazofia sanguinolenta de Django
Unchained refleja y revela casi mejor que nada el Reinado de la Mugre imperante.
No la había visto hasta la otra noche en un canal del Tdt. Resulta de nuevo
irritante la estúpida y morbosa banalización –a través de una destilada fascinación- que de la violencia extrema vuelve a proyectar Mr Tarantino. Qué obsesiones más
nauseabundas revela esa retorcida mente desatada, qué imaginario simbólico más
enfermizo ese… que es mina de oro ahora.
Y eso que -¿cálculo comercial?- el exitosísimo cineasta pelea por
autocontrolarse y al fin madurar:
apenas aquí ya vísceras y casquería palpitante en primeros planos, suplantadas,
eso sí, por chorretones de sangre en industriales magnitudes, balaceras
explícitamente carnívoras y más que amagos de virulentas y cruelísimas
mutilaciones. Peor aún: si en sus primeros títulos el universo temático que canalizaba el arte tarantino era el del cómic,
que con sus códigos extremos de alguna manera validaba cierta pertinencia de las genuinas pulsiones del cineasta, en sus últimas entregas utiliza trascendentales causas históricas –la resistencia
anti-nazi en Malditos bastardos, la
esclavitud racista aquí- en las que legítimamente
dar rienda suelta y bien explícita a sus tremebundos demonios interiores,
que en gran manera convierten a nazis y anti-nazis, racistas y anti-racistas,
en un similar e indistinguible engrudo unos y otros de patanes macabros y
sanguinarios. ¿Acaso es esa la auténtica
visión tarantina?
Nadie puede negarle, por supuesto, a Mr Tarantino cierta inventiva visual y
la sabia composición de climas narrativos, y por eso mismo más delictivo parece
que su indudable talento sea puesto al servicio de tan pobres como penosas
posiciones éticas y estéticas: en este Django combina memorables hallazgos
escénicos y argumentales (el arranque poderoso, el originalísimo personaje del
libertador de Django, la trama en la mansión del esclavista) con soluciones
infantiles por irrisorias (la trampa a
los bobos del Ku-klux-klan, la salvación
última del propio protagonista) que impiden tomarse en serio la película.
Resulta así desolador comprobar el escaqueo
tarantino ante los valores de la
amistad –entre Django y el doctor Schultz- y el amor –Django y Broomhilda- que en la película indudablemente
figuran, y la chapucería con que en un pis-pás el cineasta plasta los malogra (cuando los torturados enamorados,
que nada sabían el uno del otro, de repente se encuentran… a Tarantino nada mejor se le ocurre… que
el desmayo de ella con una jarra de agua en la mano, y en el plano siguiente
parecen juntos desde siempre) en pro del ya cansino espectáculo de bruta
violencia desatada que sólo a su sórdida fascinación convoca.
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