Ceno en la cocina, con chándal
chavista ataviado, un trozo de queso, pan y un par de peras. Tal que un
marqués, yes. Muy ricas las peritas, oui. Me voy luego a repachingarme sobre el
chapucero balancín que te conté. Dan en la tele una comedieta española de la
década pasada, creo, sobre tres o cuatro parejas de mediana edad
contemporáneas, complacientemente retratados. Casi todos y casi todas se son
infieles en secreto; alguna, casada, se lo hace de vez en cuando con mujeres
también, discuten un poco todos entre sí, se ríen, celebran los cumples, qué
entrañables quiere decirnos el director. Qué existencias más estúpidas, digo yo.
Hacia el final me quedo traspuesto. Hmmm, pero qué sueñito más dulce. Cuando
abro los ojos están poniendo otra, a medias ya, ésta de un detective, que se
vuelve paranoico siguiendo por encargo a una señora supuestamente misteriosa
que también engaña a su marido, vaya por Dios. La historia desbarra por unos
vericuetos inverosímiles y violentos, pero como no tengo sueño y el resto de
canales están aún peor, aguanto el chaparrón. Las dos y pico. Me largo por fin
al sobre. Los ojos like platos, claro. Vueltas pacá, vueltas pallá. Voy
a acabar como el detective. Sin querer me vienen al coco episodios de mi vida
de los que casi ni me acordaba. Ahí tuve
que hacer eso, joder. Bah. Más
vueltas. Calor. Dos patadas al edredón. Tic, tac. Yo, en pijama azul, encogido
sobre el colchón en la penumbra de la habitación. Me estoy viendo, como si
pudiera salirme del cuerpo y contemplarme así desde la ventana. En vertiginoso
zoom ascendente, veo luego mi bloque entero a oscuras, lleno de ventanitas
abiertas como la mía, con sus inquilinos acostados, soñando qué, mi barrio, igual, miles de ventanas, la noche,
su misterio, esa rapsodia, mi ciudad, mi región, mi nación, mi continente, la
Tierra Madre, el Universo entero desde los confines refulgentes de la Vía
Láctea… y des-pa-si-to el viaje de vuelta ahora… hasta el cielo estrellado
de mi barrio de nuevo, sí, ese puntito sobre el camastro soy yo, con mi pijama
blue, con el blues del que no puede dormir. ¿Me acordaré mañana de escribir
esto? Tic, tac… Me despierta el despertador, que para eso está. Cansado. ¿De
qué? Tanto viaje, claro. La radio, el café, el móvil y su guasa, hay sol, el asomarme un rato al
balcón. Estoy después más de una hora con un libro sobre los escritores
españoles antes de la Guerra Civil que me regaló M. Muy interesante, aunque no
puedo evitar un par de cabezadas intermedias contra el sol del cristal. El
parte del dudoso Doctor Simón, después. Comer cualquier cosa. Fregar los dos
cacharros. El telediario. A la mitad me quedo sopas durante un buen rato. Me
estiro y hago ahora mis abluciones, fíjate. Iba a hacer siete flexiones… y hago
tres. Leo una poesía de Trapiello. Me levanto. Miro la carretera tras la
cortina. Camiones roncantes. El vacío de la tarde luminosa que se extiende
majestuosa e inclemente. Suspiro. Pienso y no pienso. Siento y no siento.
Existo y no existo. Yo, hasta que no deje de morir gente, ya te lo dije, paso
de aplausos. Abro el ordenata, como un
pianista lo suyo, como un sicario su estuche, como tus ojos tú, y me pongo. Si encuentro inspiración, guau, me
alegro de conocerme. Si no, me deprimo un poco… y me pongo a mirar el techo,
que ya tiene rajas. Aplasto dos, tres mosquitos. Tacones almodovarianos en el
piso de arriba. Voy a acabar como el detective, si el confinamiento no acaba
pronto. Lo pienso sólo por darme importancia, no creas. El queso, las peras.
domingo, 26 de abril de 2020
CON EL SUEÑO CAMBIADO (CONFINADOS, DÍA 43)
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