Y me contestó que sí. Y sólo se nos
ocurrió que podíamos vernos en un Mercadona que a los dos nos quedaba a medio
camino. Que iríamos hasta allí cada uno en su coche. Pero sólo un ratito, me
advirtió secamente. Ella así es. Vale, va, si se tiene que acabar el mundo, que
al menos me pille conversando en vivo con ella, me dije. Por las calles
desoladas sólo pululaban algunos silenciosos espectros, apurándose a las
tiendas para el acopio de víveres. Las carreteras vacías, los semáforos
extrañamente relucientes, fiscales ante los que los escasos conductores
parecíamos todos sospechosos de algo. Conduje hasta el merca bajo el atardecer
de marzo, venenoso en sí por la belleza con que se escurría tras el parabrisas,
con el corazón retumbándome como el Tamborazo de Calanda, imagínate. Al aparcar
arañé de lo lindo el coche y no maldecí, no te digo más. Llegué a la lánguida
cola en la calle, con dos metros entre zombie y zombie, casi todos ya
enmascarados, yo no, con la bolsa de la compra vacía también servidor, para mejor
disimular. No la vi. ¿Me habría estado vacilando? A la entrada ya del merca, el
segurata proclamaba la consigna sin parar… Guarden la distancia, por favor,
guarden la distancia, de uno en uno solo, por favor, solo de uno en uno…
La encontré al fondo del primer pasillo, tras los palés con las cajas de
leches, en la zona de los cereales, con su bolsa de cuadritos también, allí
estaba, enfrascada en las etiquetas. Qué guapa estaba la condenada. Unos
vaqueros, una trenka azul, una diadema para contenerle el pelo y sus ojos
mesopotámicos, que más aún descollaban sobre la mascarilla quirúrgica. Fantaseé
con besarle el pelo por la espalda y a traición, en la nuca, pero me detuvo a
tiempo el estado de las cosas sobre la violencia de género, o el que podría
arrearme un bofetón del quince y ya está, y también el que, otro fornido
segurata, celoso de su misión, no dejaba de recorrer el local mirándolo todo
sin dejar de gritar… la distancia, es por su salud, la distancia, es por su
bien… Así es que yo hola, cómo estás, y ella “de salud, bien, de lo otro,
puedes imaginártelo… y tú”, y yo “de salud, bárbaro, de lo otro… he tenido
siglos mejores”, y ella “tonto… hemos quedado para hacer la compra juntos,
¿vale?”, y yo… pero, claro, y qué emoción, malimitando a Boris Izaguirre.
CONTINUARÁ MAÑANA
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