El sorprendente desparpajo, la
soportable liviandad (incontables las imágenes en red de las más jaraneras
ocurrencias y coloristas algarabías, esos videos más “virales” que el virus
mismo- entre las que la “gente” sobrelleva el confinamiento y la peste, como si
no hubiera por doquier muertos, enfermos, vidas truncadas, angustia e
incertidumbre masivas) con que la
sociedad española está digiriendo la brutal cosecha mortal del coronavirus
mueve a asombro, si bien quizás ocurra algo parecido en el resto de las
posmodernas sociedades. Más que expresiones de dolor, de tristeza y de
conmiseración colectivas ante numerosísimas pérdidas irreparables, cualquier
antropólogo objetivo -¡cenizo aguafiestas que nos baja las defensas!- más bien
catalogaría de extrañas e infantiloides las innúmeras festivas celebraciones
que a diario ahora observamos. Bien está que con seriedad en el rostro se
aplauda a sanitarios y demás, pero ¿entre alegres bailoteos?, ¿bajo grotescos
disfraces?, ¿sobre sonrojantes paridas? Es como si la sociedad decidiera vivir
y mutar una bien sangrante tragedia… en unos días más de Halloween o de
carnaval.
Resulta lógico en parte este disloque: si las sociedades tradicionales
pivotaban, tocadas siempre por la enfermedad y la catástrofe, alrededor del
reverencial respeto a la omnipresente muerte y a los muertos, ante los que las
ceremonias fúnebres, la quietud y el detenimiento de todo, el absoluto silencio, eran la más acabadas
expresiones de honor, reconocimiento, recuerdo y compasión con ellos, las
posmodernas sociedades del fugaz entretenimiento continuo –por lo demás
envejecidísimas- giran alrededor de un voraz hedonismo vital ante el que los
viejos, los muertos, la Muerte, no sólo no encajan, sino que se constituyen en recordatorios intolerables de lo real, de lo
terrible que soñamos con espantar, conjurar y como sea dejar atrás, aunque no
por ello dejen de ser y de estar.
1 comentario:
Mira que os jode, y ya decir tú qué eres un facha redomado, que echas de menos a Aute, menudos huevazos..
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