Deberíamos, bloggero con ínfulas,
hacernos fuertes y olímpicamente decirnos en el día de hoy: ¡Basta! Madrid, con Juegos o sin Juegos,
sigue siendo… Madrid, de la misma
manera que tu libro, más o menos solicitado, sigue siendo, so bobo, tu libro.
Deberíamos, sí… pero no reunimos fuerzas suficientes para ello. Pues el estrepitoso
descalabro de las más íntimas ilusiones, de los más creadores y dorados sueños,
nos rompe también un poco por dentro, como a ese niño que sin motivo de buenas
a primeras y para una buena temporada le han castigado… sin juegos.
En siete de septiembre fue, sí. Tres años de blog. Más de novecientos textos míos ya. A la manera
en que yo los hago. Todo ese trabajo. Ahí están. ¿Y? Me siento como si hubiera
escrito entera la Enciclopedia Británica…
en vano, la verdad. En octubre del año pasado, sin contactos, harto del
silencio y del desprecio editoriales, me autoedité LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS. Añadí además en el frente
lateral del blog: “Si lo que lees aquí juzgas que debe ser agradecido, para animar
también a que siga siendo posible, pídeme este libro, pues con el mismo además
te entrego un trozo vivo de mí”.
Bueno, los resultados del emplazamiento han sido pero que muy discretos.
No hablo de vender mil ejemplares. Ni la mitad. Ni la mitad de la mitad. Ni la
mitad de la mitad de la mitad siquiera. Ni a eso he llegado. Aún no he
conseguido recuperar del todo los dineros que arriesgué. Es el caso que no dejo
de recibir encendidos elogios. Muchos, muchísimos. Y qué palabras tan bonitas.
El caso es también que el número de visitas diarias al blog es para mí
más que considerable. 731 seguidores en el blog, 3600 en Twitter. No sé. La
estricta realidad es que desde luego muchas
personas observan, pero no valoran lo que hago. ¿Es mucho pedir a quien con
regularidad todo el año lee tu blog que te solicite el libro? Mi libro además
vale mucho más que quince euros, estoy seguro.
Es desalentador. Es amargo. Es descorazonador. Es lo que hay. El chasco
te obliga a reflexionar. A pensar esta desolación. Y, la verdad, lector, no
tengo ni idea de lo que voy a hacer.
Por supuesto permanece y
permanecerá siempre indeleble en lo más hondo de mi ser la gratitud inmensa a
cada uno de ese puñado de valientes que, sin conocerme de nada, han apreciado e
impulsado mi escritura pidiéndome el libro. Si cierro los ojos, creo que podría
decir el nombre de cada uno de ellos. Alguno se ha molestado incluso –y pongo
aquí sólo unas cuantas, pues otras, maldición, las extravié, agradeciéndoselo
por igual a todos- en escribirme cosas tan preciosas como éstas:
Encarni:
“Jose, llevo el Bobo con Ínfulas por la mitad, y me tiene entusiasmada.
A veces no sé si reírme o llorar… me encanta!”
Gaby:
“Ya terminé tu libro, Jose. Lo leí dos veces al final. Me encantó. No
dejes de escribir. Aunque, pobre prota, joer, qué vida.”
Toñy:
“Leyendo la realidad de un libro por 2ª vez para evadirme de la ficción
de la realidad. (las Historias de un bobo con ínfulas)”.
Mati:
“Jose Antonio, estoy volviendo a leer tu libro. Cada vez le descubro
cosas nuevas. Me sienta bien… Gracias”.
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