Profesar y defender abiertamente las ideas liberales, es decir,
comprometerse políticamente, si pretendes luego abrirte camino con una obra
literaria, te resta de entrada, y parece lógico que así sea, al menos la
ojeriza de la mitad de los posibles destinatarios. Es muy posible que si uno,
como muchos escritores de renombre hacen, por estricto cálculo mercantil
hubiera autocensurado esta parte de su sensibilidad, al pobre libro mío bastante mejor le hubiera ido.
Que los escritores izquierdistas tienen en general mejor prensa entre el
gran público que compra libros parece evidente: repásese si no la lista de los 25 últimos ganadores del Premio Planeta, fenicio laboratorio del
ultramárketing literario por excelencia. Cójase si no el repertorio de los
últimos 25 Premios Nacionales de
Literatura.
Opera además, creo, una relevante
diferencia sociológica entre lo que
podríamos llamar, algo groseramente la verdad, públicos de izquierdas y
públicos liberal-conservadores a la hora
de comprar libros. Mientras que en líneas generales los primeros conforman un universo homogéneo y relativamente
cerrado, una comunidad vivencial de afecto en permanente retroalimentación (una
amplia lista de autores –entre sí cómplices la mayoría de las veces- muy
seguidos y sentimentalmente admirados, que no dejan de publicar “cosas”, y un
colectivo de fieles que una y otra vez les adquieren la mercancía de turno,
porque altamente estiman esa cultura y los valores formalmente asociados a la
misma), del otro lado, el universo imaginario del mundo liberal-conservador
entre las clases medias –no hablo de las élites- alrededor de los libros más
pareciera el Ejército de Pancho Villa: un escaso número de
autores, a menudo descomprometidos políticamente, y un universo de clientes
potenciales caracterizado por el individualismo y por la desconfianza, cuando
no el recelo, hacia el producto intelectual. No apoyan ni valoran en la misma
medida, creo, a sus autores. Y es posible que también eso haya en alguna medida
lastrado al pobre mío libro, qué se le puede hacer.
Encarni:
“Jose, llevo el Bobo con Ínfulas por la mitad, y me tiene entusiasmada.
A veces no sé si reírme o llorar… me encanta!”
Gaby:
“Ya terminé tu libro, Jose. Lo leí dos veces al final. Me encantó. No
dejes de escribir. Aunque, pobre prota, joer, qué vida.”
Toñy:
“Leyendo la realidad de un libro por 2ª vez para evadirme de la ficción
de la realidad. (las Historias de un bobo con ínfulas)”.
Mati:
“Jose Antonio, estoy volviendo a leer tu libro. Cada vez le descubro
cosas nuevas. Me sienta bien… Gracias”.
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