... Alcé entonces de nuevo la mirada, para divisar otra vez a mis anchas el horizonte entero ante mis ojos… qué espectáculo… el baldío, los árboles, el escuálido parque, todo cuanto se veía embadurnado de restallante blancura de nieve contra cielo y sol magníficos… Cinco coches conté allí, bien aparcados, enterrados hasta las cejas en la nieve. Y tras ellos, en el lado derecho de la calzada, yendo y viniendo de un lateral al otro del suyo sin parar, sin abrigo y agachada, afanada en retirar el montonazo de nieve dura que por los flancos lo encajonaba, en ese momento la vi. Era una mujer, el armónico adunamiento de las postrimerías de su espalda sobre los pantalones no dejaba lugar a dudas. Machista, pensé, no llegarás a nada así. En fin, caminó el Héroe Machista hacia donde la Mujer estaba, claro. De edad mediana, morena y en lo demás normal, armada con una tabla y un barreñito sólo, la energía y el esfuerzo con que se empleaba en liberar el coche, que a buen seguro necesitaba poner en marcha, movían a aplauso. Se la veía ajigolada, con la cara roja y la respiración jadeante. Y es que debía llevar la pobre un buen rato en la brega, que sólo le faltaba el lateral de medio metro que impedía al coche acceder a la marcha, sólo que era esa la nieve más dura, tanto que, a pesar de sus mañas con la tabla, apenas conseguía inmutarla. Qué hubieras hecho tú, allá que, tras soltarse la bufanda, se ofreció el Héroe... CONTINUARÁ
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