La imagen, extravagante y rutinaria a la vez, te lo da todo hecho, apenas deja margen a tu criterio con su obviedad y contundencia. Las imágenes sensacionalistas, los memes -¡y qué apropiado el nombre para la cosa!- en cinta continua que a diario medios y redes vomitan, nos APLASTAN. Ante las pantallas a menudo la respuesta se reduce a exabrupto, sea denigrante o celebrativo. Compara a alguien viendo la tele y a ese mismo alguien leyendo: Agitación versus deliberación, abulia versus concentración. La lectura te obliga a poner en marcha muchas regiones del cerebro, entre ellas la más preciada, la IMAGINACIÓN. El autor escribe y propone UN libro: con tu imaginación, con la manera en que tú fabulas y reconstruyes lo que lees –palabras, sólo palabras- recreas y escribes tú OTRO, coincidente… o no. La lectura te hace también autor. Exige el obligado ejercicio de tu imaginación. Es sabido: órgano que no se usa, se atrofia. La apabullante hegemonía de lo icónico, esa catarata imparable de imágenes chocarreras desde todos lados y a todas horas, destruye la memoria, el espacio necesario para la reflexión… y también la divina facultad de la imaginación. Lee libros: imagina.
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