Se asomó el pequeño Garzón al santuario de Ana Pastor y allí le dejó su sentencia, entre las buenas la
mejor: “una persona que roba, que extorsiona y utiliza los fondos públicos para
beneficio privado no puede ser de izquierdas”.
La Historia toda de las Ciencias
Políticas tembló, todo ese secular trajín de Grandes Pensadores dándole al cogollo del meollo del Poder, de su
naturaleza y mejor formulación, bajo las tumbas se agitó: ni uno solo de ellos
había alcanzado el poderío categorizador que la visión certera del pequeño Garzón descubrió. Podrían quizás
establecerlo así en el Título Preliminar
del Régimen Revolucionario que andan él y los suyos agitando: El
Mal es la Derecha; luego, todos los malos son de derechas. Y punto.
Le replicó empírica Pastor
que indudablemente había corrutos de izquierdas,
mas tampoco el irrefutable dato la sectaria teología del pequeño Garzón arredró: “decían que eran de izquierdas… la izquierda
representa una forma de vivir y una forma de relacionarse en la que no cabe
utilizar al prójimo para beneficio propio”. Ergo, las personas de
izquierdas son el Bien puro. Acabáramos.
Es decir, por decreto garzonita, los corrutos quedan
declarados malvados derechistas y valeyá.
Nos recuerda demasiado, claro, pues la prolonga y compendia, aquella otra
reciente y clamorosa sentencia de Llamazares
que tan campante estableció también que no
existe el terrorismo de izquierdas. Lo que ustedes digan, oiga. ¿Podemos
recordarles que la ideología que ustedes representan, el comunismo, cuenta,
para empezar, con una muy nutrida lista de conocidísimos asesinos de masas?
Esos jueguecitos automasturbatorios con las palabras, esa melopea de
autobeatificación, esa vanidosa autoconcesión de la natural superioridad moral
de uno mismo y de los de su troupe,
ese continuo asomarse al espejito de su inmaculada Bondad, ese narcisismo-leninismo
condensa en esencia para muchos el ser de
izquierdas. Es verdad, Llamazares,
Garzón… pero ¡qué buenas personas
son!
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
Porque a mi parecer un libro íntimo, no tanto porque nos revele interioridades escabrosas, sino porque sobre todo consiga con desnudez hablarnos como al oído de los paisajes esenciales del alma de quien lo escribió, es también uno de los más acabados símbolos por los que alguien ofrece al Otro –a quien físicamente no tiene delante, al que de otra forma difícilmente podría hacerlo- la propia mano. Esto soy. En estas historias –no en forma de un discurso, sino con destreza encarnadas en personajes vivos a los que les ocurren cosas, a quienes sorprenden los avatares amargos o alegres de la vida- late la urdimbre sentimental que hasta aquí me trajo. Quiero ponerlas en común contigo. Quiero revivirlas a tu lado. Puede que te reconozcas también en ellas. Aquí tienes mi mano, tómala. Estréchala.
Por correo ordinario, 10 Euros; Certificado 15 Euros. Personalmente dedicado, si quieres. Pídemelas, va.
No hay comentarios:
Publicar un comentario