“Me resisto a amar una Creación en la que los niños son torturados”, ese
era el lamento existencialista de Albert
Camus que a muchos, al leerlo, nos heló las venas. ¡Es verdad! Qué diría
hoy Albert Camus de la Creación
Yihadista, esa en la que tan perfectamente preparan a niños de 12 años para
torturar y ejecutar sin compasión y llenos de odio a personas humilladas e
indefensas.
En parte porque las películas tarantinas
y sus mugrientos derivados nos han familiarizado con la más morbosa violencia,
inmunizando en las mentes el natural asco que nos produce cualquier barbaridad
hasta casi hacernos sonreír ante la misma, en parte porque, como sabemos de
sobra, la maldad de los hombres en la realidad supera siempre también
cualquiera de la ficción, la delirante atrocidad de los niños verdugos de la Yihad, tras un par de muecas de fingida
indignación, acaba hoy por hacérsenos soportable. Una más.
Asombra, sí, la siniestra habilidad con que los cerebros yihadistas consiguen darle la vuelta al imaginario colectivo
con que Occidente inviste a la infancia: donde éste pone candor, inocencia y
juego, sobreponen ellos furor, fanatismo y crimen. ¡Y con qué malvada pericia
lo consiguen! Sin pestañear, sin inmutarse… ¡por el amor de Dios!... sin
temblarle siquiera el pulso, jaleando a Alá además, la diabólica criatura
destroza de un tiro en la nuca el cráneo del infiel y remata luego tan pimpante la humana sanguinolencia que a
los pies agoniza.
Cómo no acordarse entonces de los perversos guardias rojos de Mao,
aquellos mozalbetes ultracomunistas que, jaleados por sus mayores, bordaron muy
semejantes hazañas. Más jóvenes aún
estos niños verdugos de la Yihad,
peores incluso que los niños de las guerras tribales africanas, ya que en frío
ejecutan sus crímenes. Cómo no recordar también al abyecto embajador chavista, que recientemente se explayaba en público sobre
la rapidez con la que la bala deshace el cráneo del opositor.
Bueno, no hay que afligirse demasiado: pronto llegará la oportuna viñeta
del gran Forges demostrándonos que
aquí los curas más o menos vienen a hacer lo mismo que los instructores de los niños verdugos de la Yihad, de los que, como de
sobra sabemos, también Occidente es el principal culpable.
A Armando, un cuarentón de
clase media, un buen día su mujer le señala la puerta de salida de casa. Ella
ha encontrado a otro más alto, más fuerte y más guapo que él. “Aprende a
quererte y los demás te querrán”, le sentencia. Descubre entonces Armando, de golpe, su minusvalía
emocional: un paria en la tierra de los afectos. Ha de salir al mundo; a un
mundo, que por temperamento, le es ancho y ajeno. Cómo superar su desconcierto,
cómo sobrellevar esa zozobra, cómo suturar la herida… Cómo aprender a
re-armarse. En las asombrosas peripecias humorísticas, librescas y sentimentales que le
suceden, en ese cúmulo de emocionantes encuentros y desencuentros… ¿hallará siquiera
a medias Armando su lugar al sol?
Me encantará dedicártelas personalmente
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