Me llamó la atención ese
tuit… ¡de la mano de Rosa Montero! Guardo un dorado recuerdo
de su mítica novela, Crónica del desamor, cuajada la
misma de un sugestivo laberinto sentimental.
Una vez fue ella a la Facul a
darnos una charla, invitada por una profe nuestra, y se nos mostró allí muy sencilla
y encantadora. Hum, aquel Tiempo. Me gusta también porque, formando parte
indudable de las huestes de la Progresía,
a mi juicio ha demostrado ella un criterio propio, alejado de los hurones del sectarismo.
Era un tuit de la escritora… sin palabra alguna: sólo un típico montaje
de imágenes que, sobre las cabezas de dos aparecidas,
las dos niñas aterradoras y góticas de El resplandor, colocaba las de Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes, así deformadas y
horripilantes, para miedo y solaz de la grey progresista y asociados, que mucho
se lo retuiteaban. En parte por ese cúmulo de recuerdos atraídos, en parte
porque me hacía ilusión dirigirme a ella, allá que interpelé a Rosa:
-Demasiado facilón, Rosa. No pensaba que Ud hacía esas
cosas. Imagine lo que podríamos hacer cualquiera con los Gabilondos.
Pues al poco, como a través del tiempo confirmando su humana amabilidad
y cercanía -¡y qué grata sorpresa fué-
allí que se me apareció Rosa
Montero, tan tranquila contestándome:
-Pues hazlo, por favor!!! Si es bueno, me reiré.
Me desarmó Rosa así. No me lo
esperaba, y no tenía la bala preparada, era eso. Más los nervios, pues debía yo
responder a Rosa Montero pero ya,
antes de que la gaseosa del tuiteo súbito se disipase y perdiese todo sentido.
Y además, que yo no sé trajinar en internet esos montajes de imágenes. Tuiteé
entonces lo que pude.
-Vale, va: si Iñaki presumió de
arrear de niño muchas “hostias” a sus hermanos, eslogan para don Ángel: POR UN
PUÑADO DE HOSTIAS.
Bueno, pensé, al menos siendo yo escritor sin Nombre, a bote pronto me desenvolví con
palabras sólo. Pero no, no debió ser bueno mi apalabrado tuit, a diferencia del
icónico suyo, ni por tanto debí convocar la risa de Rosa, pues de ella no tuve noticia ya. Despechado de rechazo, aún
le insistí al rato, esta vez por la teórica:
-Es más eficaz hoy un mal chiste
que un artículo, vale. Degradación cultural. En los políticos, vale, ¿pero en
los intelectuales?
Quería yo inquirirle así a Rosa sobre la regresión cultural que
experimentamos, en virtud de la cual, no ya un libro, ¡ni siquiera un artículo!
mueve ya a nadie, mucho menos en todo caso que cualquier gracieta primaria y
bajuna que con viral extensión se expande por las redes, conformando así la
Opinión (¿?) Pública. ¡Incluso los artículos son ya reductos de minorías
viejunas y trasnochadas! Es todo lo que va de Vázquez Montalbán a… al Wyoming.
¿Vivimos o no una derrota del pensamiento y de la cultura?
En fin, que Rosa Montero tampoco
a esto me contestó, y aunque hubiera fantaseado uno algo con ello, con llevarle
la contra y eso, tampoco la espinita de su desdén nubló el contento por haber recobrado yo,
con aquel mínimo lance cibernético, la memoria de un tiempo –hum, entonces, cuando éramos
jóvenes y atolondrados- ya no tan perdido. Luego dicen que el Twitter no sirve para nada.
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