Malos tiempos para la lírica,
decían y cantaban en los 80 de la Movida.
¿Cómo entonces los de ahora, cuando apenas la gente para ya quieta,
azacaneados como vamos todos tras el prurito incesante del parpadeo de las
pantallitas en las redes, que sólo eso son, redes que enredan y apenas nada
serio anudan? Digámoslo una vez más: ya no se lee, a lo sumo, se escanea con la
mirada… y zumbando a otra cosa, mariposa del 3.0. ¿Entonces? Pésimos tiempos
para la poesía estos. Salvo que seas una Celebritie,
claro, que a ellas todo les vale.
La poesía, que es justo eso, ver más, está por completo reñida con el
griterío y con las prisas. Cómo va a conseguir hoy la poesía de un don nadie su misión esencial, que te
detengas en las palabras, que para el lector el mundo cese y todo se clausure, excepto
el rumor de esas palabras alcanzándote por adentro. Cómo va a conseguir la
poesía hoy, en los tiempos del exabrupto, su destino necesario que es sólo el
de que quieras tú llevarte esas palabras a la boca, que aniden y dancen las
mismas entre tus labios, que ellos lentísimamente las perfilen y pronuncien, que
las paladees y acunes, que de allí no se vayan. Un imposible, para el muá…. Eppur si muove, que dijo aquel.
Me
preguntaban ayer, “bueno, vale, ¿pero tu libro de qué va?”. Me hubiera gustado
contestar lo de Woody Allen a propósito de “Guerra y Paz”: “Va de Rusia”.
Decirle yo: “Va de las ilusiones”.
Pero al escritor sin Nombre ni Contactos, esos lujos le están vedados. Tuve entonces que pensarlo.
Mi libro cuenta la historia de un cuarentón
al que su mujer, que ha encontrado otro más alto, más fuerte y más guapo que
él, le señala la puerta de salida de casa. Descubre entonces de golpe su
minusvalía emocional: un paria en la tierra de los afectos. De cuanto le ocurre
después, cuando ha de salir al mundo, que le es ancho y ajeno, para superar su
zozobra, para engañar a su desconcierto. De lo duro que se le hace ese
aprendizaje elemental de la supervivencia afectiva. De cómo hallará en la
propia escritura, y en los humorísticos y sentimentales encuentros y
desencuentros de la realidad, a trancas y barrancas, la brújula que le permita
hallar al cabo su lugar al sol, una
imagen aceptable de sí mismo, y levantar así el muro de la obturación interna
que le impide ver la belleza y el propio absurdo del mundo y de la vida, que es
lo único que tenemos. De eso, de esas ínfulas buenas trata mi libro.
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