El fino exabrupto de Monedero a
Lagarde, la mandamasa del FMI, deseándole la muerte, recordándonos de paso los
nobilísimos sentimientos que su humanista corazón alberga –menudo profesor-, me
hizo reparar de nuevo en el Infundio, tan expresivo el mismo de cómo se
“fabrica” ahora la opinión pública… en las redes sociales, muchos más que en
los media de toda la vida.
Hace poco observé cómo en el Face y en el Tw repiqueteaban campanas a tutti
plen, con miles y miles de rt´s y reenvíos cibernéticos, con una supuesta
declaración literal, cincelada en mármol bajo su efigie, que la susodicha Lagarde habría emitido: “Los ancianos viven demasiado y eso es un
riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, y YA!”.
Por supuesto la frase, hasta donde pude yo indagar, es falsa de toda
falsedad, aunque para que colara –elemento
este imprescindible- debía tener la misma alguna relación con algo real. Lo que la nota del FMI se limitaba a constatar
era que “vivir hoy más años es un hecho
muy positivo que ha mejorado el bienestar individual, vivir más es bueno, pero
conlleva un riesgo financiero importante… por eso debemos preocuparnos ahora
por los riesgos de la longevidad, para que los costes no nos atosiguen en el
futuro”. Es decir, una elementalidad básica, ante la que la reinante hiperdemagogia del agit-prop,
empalmada, se frotó las manos.
Pues la falsa frase llegó, coló
y naturalmente soliviantó, y era todo un espectáculo el ver las miríadas de indignados y no tan indignados ciudadanos que, dándola por buena, la compartían y
extendían por doquier, añadiéndole a cada empalme un más tabernario exabrupto
propio, -¡incluso entre gentes apolíticas!,
que es lo decisivo- a la Lagarde dirigido,
arrastrada por el fango ciberesférico de hija de tal para arriba, que no se
anda ahora la gente con chiquitas al expresarse, y hasta se tiene de muy buen gusto el producirse a lo bruto.
El efecto en las opiniones, y más aún, el perenne humus sobre las conciencias así conseguidos son devastadores,
claro. La instantaneidad, el anonimato, la ligereza, las prisas, el comprobar
nada, lo que a uno le reafirma vitalmente la falsa confirmación de un
prejuicio propio, las ideas simples y airadas que la crisis económica levanta, el
jodido efecto viral de las mayores
mentecateces, todo eso se concatena para conformar, lógicamente, una opinión pública apocalíptica e indignada, inmune
así a las complejidades de lo real.
Lo crucial, como digo, es que el Infundio
prende entre los apolíticos, entre
quienes siguen la política de lejos, y determina su aproximación inconsciente a
la misma. Ahí, en esos cenagosos predios, se juega la decisiva batalla
ideológica, ahí se explican luego los resultados electorales a largo plazo. Monedero remata ahora el balón facilón
del Infundio y le añade su granito de arena, ese animus odiandi que le es tan propio. Y Lagarde … allá en las nubes.
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