Simplificando mucho, para el gran Platón en algún más allá existirían las IDEAS, puras, eternas, inmutables y perfectas, y en el más acá están tan sólo las realidades sensibles, cambiantes, múltiples, perecederas, malas copias de las IDEAS, que a cada reproducción más imperfección y degeneración consigo arrastran. Vale. Llega entonces Audrey. Le busca a Platón los ojos, el fondo de los ojos. Nos mira a cada uno de nosotros a los ojos. ¿Y? Platón, k.o. Caemos nosotros también, por supuesto. Voilá Audrey: Símbolo vivo e inmarchitable a la vez de la Elegancia, de la Belleza, de la Distinción. Claro que... Audrey, realidad bien sensible, reside en algún más allá. El cine, los buenos LIBROS, la imaginación, son una suerte de más allá en el más acá. Audrey no es una IDEA, fue mujer de carne y hueso, sólo que su perfecta consolidación imaginaria la aquilató como el más puro SÍMBOLO. La imagen de Audrey, que es a lo que te voy, en este caso vale más que mil palabras de Platón, ya lo siento yo, más que sus supuestas IDEAS pluscuampuras y tal y tal. Viva Hepburn.
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