El sábado pasado tuiteé:
-Ese pobre niño que ha muerto de difteria en Olot… ¡si llega a morir en
la Sanidad madrileña antes de las elecciones, la que monta la Recasta!
Al minuto, un tuitero borroka –que me sigue y a quien sigo, porque mi divisa es devolver
el follow, es decir, reconocer capacidad interlocutora al Otro, ya que por mí
se interesa, cualesquiera sean sus ideas- emboscado en una cuenta sin nombre,
que ya en otra ocasión me lo había hecho y se lo había dejado yo pasar entonces,
por su cuenta y riesgo, quizás escocido, me etiquetó por ese tuit como #elMiserable
del Día. Al minuto siguiente cayeron sobre mí, acaso prolongada en ellos la escocedura, siete
u ocho tuiteros de los de su cuerda repicándome el sambenito y añadiendo yaque una sarta de graves insultos hacia
mi persona: h d p, mierda, miserable… en fin. Otro me colocaba ya en no se qué
banquillo.
Mira que a diario pueden leerse atrocidades en el Twitter, muy
especialmente por cuenta de gente tan noble y humanista como ellos. Uso la
crítica, sí, la ironía y el sarcasmo, jamás el insulto, nunca la amenaza. Lo
saben de sobra, pero van a bloque. Inútil, el tratar de razonar con ellos. Como
si además no viéramos la realidad: tuits de Ada Colau y demás cuando la enfermera del Ébola, tuits y
manifestación mientras Cristina
Cifuentes era intervenida de urgencia, algarada por el sacrificio de Ex
–calibur… en fin, para qué seguir, si hay casos y mareas para dar y tomar, si ellos mismos han reconocido que el
agitar las calles y las redes es la secular especialidad de la casa. Como dice
la ahora portavoz del Ayuntamiento de Madrid, ellos son activistas y están
orgullosos de ello.
Es decir, los tuiteros borrokas en
absoluto buscan dialogar contigo. Te
señalan en público, ponen el cartel infamante con tu nombre para que todo
su mundo te coloque, se arrojan personalmente sobre ti, mil veces te insultan.
Quieren intimidarte, claro. Conozco personas que ya no tuitean, agobiados por
ese marcaje coaccionador. Además se siguen entre ellos a miles, mientras los no izquierdistas a menudo nos ignoramos.
Los graves insultos me hicieron recordar mi avatar, el Bécquer tras el que tuve que resguardarme un poco tras recibir
amenazas de muerte en dos ocasiones –no sabes en realidad con quién estás
hablando-, simplemente, ahí está mi twitter, por manifestar mis opiniones
políticas.
Me insultan. Insultan también al escritor que soy. Lo más descorazonador
del caso es que casi son ellos los únicos que “a su manera” reconocen mi
trabajo. Vaya ful.
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es sobre todo un acto de sensibilidad y de nobleza incontestables.
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)