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jueves, 30 de abril de 2020

AYER ME ACORDÉ DE JOSE ANTONIO ORTEGA LARA (CONFINADOS, DÍA 47)



   
   Ayer, cuando nos anunciaba el Presidente la farragosa desescalada, me acordé de Jose Antonio Ortega Lara. Llevamos 47 días en nuestros pisos a la fuerza recluidos. Nos sentimos mal, encarcelados, como atrapados en un Día de la Marmota Idiota que aciagamente se nos repitiera cada mañana, entre angustiados y hastiados, pasando por mil estados de ánimo, con las cabezas más para allá que para acá, en una suerte de neurosis colectiva obligada, extrañamente agitados, insomnes, deprimidos, desorientados del tiempo y de los días, temerosos o bobamente risueños, ciclotímicos, hartos de todo y de nada por no poder salir a la calle en paz y ver y abrazar a nuestros amigos, y eso que estamos informados y que nos dejan ir a por el pan. Pues Jose Antonio Ortega Lara, hace ahora 23 años –madre mía-, permaneció confinado y secuestrado por los psicópatas compinches de la banda de Otegui durante 532 días, año y medio sepultado en un mínimo agujero bajo tierra y sobre una grúa hidráulica, imaginemos si podemos el calvario que allí debió él atravesar, que pasó enfermedades varias, que intentó ahorcarse con los calcetines, que en una piltrafa como las de Auschwitz los etarrones lo convirtieron, que cuando la Guardia Civil lo liberó, en los primeros momentos, conejillo de etarras aterrado, no quería ni salir del zulo, tan grande era el terror que le habían inoculado… Que por puro azar, hace medio año, de camino a una tertulia con amigos a la que asisto –imposible ahora-, este que aquí lees se lo encontró en compañía de los suyos tomando el sol en una terraza madrileña y de lejos junté las manos mirándole y enviándole así mi reconocimiento y mis ánimos, y que, siendo yo nadie y sin conocerme de nada, me vio también él y me devolvió el gesto cómplice, y que parecía milagrosamente recuperado, aunque vete a saber qué procesión terrible y llena de ruidos y de miedos no arrastrará por dentro… y eso, que hoy que nos anunciaban la desescalada, me acordé yo de Jose Antonio Ortega Lara. 

miércoles, 29 de abril de 2020

ESTO LE HUBIERA PREGUNTADO AYER YO AL PRESIDENTE (CONFINADOS, DÍA 46)




   Buenas tardes, Presidente, mi nombre es José Antonio Del Pozo y le pregunto para “escritores sin Nombre”… España ocupa una posición de la mitad hacia atrás en el ránking de la OCDE, organización formada por 37 países, en cuanto a números de Test PCR, que son los que mejor permiten conocer si está uno infectado por el virus -y en consecuencia ser tratado y aislado, o no- realizados en su territorio.  Teniendo en cuenta que al Director de la OMS en dramática reconvención todo se le volvió resumir en  ¡Test, Test, Test!, y que  somos el segundo país en número total de infectados, y que sobre todo somos el primero en muertos por porcentaje de población y en número de sanitarios infectados, el hecho de que no se estén llevando a cabo estos test de forma mucho más masiva… ¿es porque no se puede (no llegan, no se producen los suficientes) o es porque no se considera indicado hacerlo, como le hemos oído en rueda de prensa al máximo responsable y autor de augurios erróneos, Doctor Simón? Dígale la verdad a los españoles, Presidente. Trátenos como adultos. Muchas gracias.  

martes, 28 de abril de 2020

AMANECER (CONFINADOS, DÍA 45)




(Ahí te mando unos ripios míos, por si te gustaran o gustasen)

Quiero madrugar mañana
y salir descalzo al balcón
de la rosada aurora en pos,
para poder mirarle a los ojos
que sólo entonces se deja el sol,
cuando el azul vivo va abriéndose paso
la luna dormidita en su albornoz
el primer vuelo de la alondra
el baldío empapado de frescor
la amapola que inicia su danza
ese pálpito de la esperanza
más allá del virus traidor
abrir ahí bien los pulmones
respirar en paz ese prodigio
inminencias, luz y resplandor
sorprender yo, que soy tan viejo,
al sol como un infante radiante,
balbuceo, ilusión y rubor.

lunes, 27 de abril de 2020

TE MANDAN A LA P CALLE (CONFINADOS, DÍA 44)




   “Te contratan para enfrentarte con el bicho sin casi material de protección, ahí que te lanzas, te contagias casi seguro, claro, y en cuanto baja un poco la marea, zasca, no te renuevan el contrato, van y te mandan a la p casa”.  No decía la palabrota, no, sólo la insinuaba muy bien en la boca, con elegancia admirable, muy superior a la de cualquier grosera Celebritie del momento –más celebrities cuántas más vulgaridades escupen-, y ello a pesar de estar ella misma afectada por el despido, imbuida de esta manera su persona de una dignidad envidiable y emocionante.  Así más o menos, acaso mejor que lo que yo transcribo, lo contaba una enfermera, o ayudante, no sé, en el telediario de ayer o antes de ayer, con indignación justa y mirada abatida, y dolía el escucharla y ver cómo toda su razón valía para nada. ¿Cómo no se le remueven las entrañas a los Políticos –a unos y otros- ante estas cosas? ¿Es que no tienen corazón? ¿Qué ejemplo de renuncia verdadera han dado ellos? ¿A cuántos paniaguados asesores han mandado a trabajar en algo productivo? ¿Cuántos Altos Cargos se han rebajado el sueldo? ¿Cuántos liberados sindicales se han presentado al trabajo y han dejado de lado la sopa boba, no, la Mariscada gansa? Daba mucha rabia escuchar a esa mujer, la verdad. Chupones.

domingo, 26 de abril de 2020

CON EL SUEÑO CAMBIADO (CONFINADOS, DÍA 43)




   Ceno en la cocina, con chándal chavista ataviado, un trozo de queso, pan y un par de peras. Tal que un marqués, yes. Muy ricas las peritas, oui. Me voy luego a repachingarme sobre el chapucero balancín que te conté. Dan en la tele una comedieta española de la década pasada, creo, sobre tres o cuatro parejas de mediana edad contemporáneas, complacientemente retratados. Casi todos y casi todas se son infieles en secreto; alguna, casada, se lo hace de vez en cuando con mujeres también, discuten un poco todos entre sí, se ríen, celebran los cumples, qué entrañables quiere decirnos el director. Qué existencias más estúpidas, digo yo. Hacia el final me quedo traspuesto. Hmmm, pero qué sueñito más dulce. Cuando abro los ojos están poniendo otra, a medias ya, ésta de un detective, que se vuelve paranoico siguiendo por encargo a una señora supuestamente misteriosa que también engaña a su marido, vaya por Dios. La historia desbarra por unos vericuetos inverosímiles y violentos, pero como no tengo sueño y el resto de canales están aún peor, aguanto el chaparrón. Las dos y pico. Me largo por fin al sobre. Los ojos like platos, claro. Vueltas pacá, vueltas pallá. Voy a acabar como el detective. Sin querer me vienen al coco episodios de mi vida de los que casi ni me acordaba. Ahí tuve que hacer eso, joder.  Bah. Más vueltas. Calor. Dos patadas al edredón. Tic, tac. Yo, en pijama azul, encogido sobre el colchón en la penumbra de la habitación. Me estoy viendo, como si pudiera salirme del cuerpo y contemplarme así desde la ventana. En vertiginoso zoom ascendente, veo luego mi bloque entero a oscuras, lleno de ventanitas abiertas como la mía, con sus inquilinos acostados, soñando qué,  mi barrio, igual, miles de ventanas, la noche, su misterio, esa rapsodia, mi ciudad, mi región, mi nación, mi continente, la Tierra Madre, el Universo entero desde los confines refulgentes de la Vía Láctea… y des-pa-si-to  el viaje de vuelta ahora… hasta el cielo estrellado de mi barrio de nuevo, sí, ese puntito sobre el camastro soy yo, con mi pijama blue, con el blues del que no puede dormir. ¿Me acordaré mañana de escribir esto? Tic, tac… Me despierta el despertador, que para eso está. Cansado. ¿De qué? Tanto viaje, claro. La radio, el café, el móvil y su guasa, hay sol, el asomarme un rato al balcón. Estoy después más de una hora con un libro sobre los escritores españoles antes de la Guerra Civil que me regaló M. Muy interesante, aunque no puedo evitar un par de cabezadas intermedias contra el sol del cristal. El parte del dudoso Doctor Simón, después. Comer cualquier cosa. Fregar los dos cacharros. El telediario. A la mitad me quedo sopas durante un buen rato. Me estiro y hago ahora mis abluciones, fíjate. Iba a hacer siete flexiones… y hago tres. Leo una poesía de Trapiello. Me levanto. Miro la carretera tras la cortina. Camiones roncantes. El vacío de la tarde luminosa que se extiende majestuosa e inclemente. Suspiro. Pienso y no pienso. Siento y no siento. Existo y no existo. Yo, hasta que no deje de morir gente, ya te lo dije, paso de aplausos.  Abro el ordenata, como un pianista lo suyo, como un sicario su estuche, como tus ojos tú,  y me pongo. Si encuentro inspiración, guau, me alegro de conocerme. Si no, me deprimo un poco… y me pongo a mirar el techo, que ya tiene rajas. Aplasto dos, tres mosquitos. Tacones almodovarianos en el piso de arriba. Voy a acabar como el detective, si el confinamiento no acaba pronto. Lo pienso sólo por darme importancia, no creas. El queso, las peras.  

sábado, 25 de abril de 2020

PENÚLTIMAS TRUMPADAS (CONFINADOS, DÍA 42)




   Lo de Trump en rueda de prensa ayer, sugiriendo inyectar de forma directa desinfectante a los enfermos, abucharando y abochornando encima allí mismo con esa gruesa parida a la experta de su gobierno –que se le vio tragar saliva a la pobre-, por más que en agua de borrajas quedara, fue una muy repulsiva escena, propia de un botarate e indigna de un Presidente de los USA. Trump (no es ni mucho menos el único gobernante fulero, ni el más peligroso, pero resulta atroz verlo desempeñando esa Magistratura), lo hemos escrito aquí ya en otras ocasiones, nos parece la cristalización suma del homo gañanis, el prototipo específico y morrudo de esta malhadada época, el producto de la fusión de la Telebasura –discurso dominante hasta el punto de conformar Sociedades de la Telebasura y de las Celebrities- con la remoción de las más rastreras pasiones que el anonimato y el vértigo tribal –populismo- de las redes asociales procuran. Ojalá hubiera quedado Trump  a cal y canto  confinado en uno de esos infectos reallities que tanta fama le dieron.

viernes, 24 de abril de 2020

SABRINA OTRA VEZ (CONFINADOS, DÍA 41)




  La tenía ahí, en un rincón, medio olvidada, bah, como cosa ya vista y amortizada. Confinada ella también sobre un dvd polvoriento. Como ahora, por mor de la reclusión obligada por la pandemia, sobra y falta el tiempo, se estira y se encoge, se estanca y se apalanca, me puse de nuevo a ver “Sabrina”, el clásico de Billy Wilder. Y qué gozada. De nuevo el prodigioso manejo de Wilder con la comedia, ese género maestro para expresar el haz y el envés, la máscara y la verdad envueltas y revueltas de que la vida en sociedad está hecha. Ya tú sabes: Hepburn en plan Cenicienta entre dos hermanos riquísimos, a cual más manipulador –un calavera seductor, el uno, el otro, un maquiavélico industrial-  a los que enamora y de los que se enamora, y el choque de los estatus sociales, del qué dirán, y el ingenio de las situaciones, divertidísimas, y el cuestionamiento de los valores, y el cambio de las personas, el instinto de libertad y el peso de los sentimientos… Todo un festín para el espíritu. Y Audrey, que resplandece en cada plano, tanto, que los mismísimos Bogart y Holden, mayorcísimos a su lado, ni patrás cuelan en esos papeles. Claro, que a Hepburn le pones, qué sé yo, a Brad Pitt y a Di Caprio ahí, y da lo mismo. A su lado, al menos pur muá, todos palidecen.  Hepburn vive, la distinción sigue.

jueves, 23 de abril de 2020

DÍA DEL LIBRO: LAS ROSAS, EL BOBO, CONFINADOS (CONFINADOS, DÍA 40)





  Amor, humor, ilusiones, vulnerabilidad, ternura, tantas historias bonitas... las Rosas, el Bobo, no quieren ser dos libros más, son cosa viva, y palpitante, y quieren quedarse a vivir entre el corazón de sus amigos, ahí confinados, sí.  (Y que no son caros, 18 E los dos juntos, envío incluido, y que te los pongo, personalmente dedicados, en casa, en cuanto nos levanten la clausura, va, no te olvides)

miércoles, 22 de abril de 2020

IDEAS, QUE PARECEN BUENAS, PERO QUE SON MALAS (CONFINADOS, DÍA 39)




   Corolario obligado del decíamos ayer: Hay también que leer -y pensarlas- de tanto en tanto ideas malas, que al menos así las juzgas tú. Ejercitas la razón, tus pensares, rompes tu narcisista unanimidad, contrastas y oxigenas tus ideas, aunque sea para reafirmarlas, vaya. Lo de Cervantes de nuevo aquí, please. Lo que añadíamos también allí. Muy especial importancia tiene, a mi juicio, en el capítulo de las ideas – esas que aspiran a materializarse en la vida de todos-, el aprender a distinguir ideas-que-parecen-buenas… pero que son pésimas. Decía André Gide que sólo con buenas intenciones salen novelas malas. Diría el muá que sólo con buenas intenciones (en apariencia tan humanistas y filantrópicas, tan seductoras y utópicas, que nadie bueno podría en principio oponerse a ellas) salen realidades políticas horribles. Al Mal encantadoramente disfrazado de Bien es mucho más difícil oponerse, hay que pensarlo mucho más, claro.   

martes, 21 de abril de 2020

LA IMPORTANCIA DE VER PELÍCULAS MALAS (CONFINADOS, DÍA 38)




   Quién, y más con la reclusión forzosa del ahora, brujuleando con el mando, harto de todo y de nada, no se topa con una película basta hasta decir basta. No se trata de que haya que verlas a propósito, no, pero cuando a una peli malorra asistamos, no debemos encabronarnos mucho. Primero, que a menudo te ríes y de ellas te burlas –si sólo disfrutas con ellas, si no te irritan un poco, malo- de lo pésimas que son. (Decía Cervantes que hasta del peor de los libros algo bueno se saca). Afinas el criterio, más allá de lo de los gustos y los colores, si tratas además de fundamentarte su engendro. Y segundo y definitivo, sólo el ver malas pelis, por contraste, nos permite calibrar el mérito y el valor de las buenas, su enjundia y arte. Es más “natural”, como todo en la vida, hacer malas que buenas películas, que son más difíciles, claro.  Y ya, si aprendemos a distinguir películas-que-parecen-buenas pero que son malas, ni te cuento. 

lunes, 20 de abril de 2020

EL SOL (CONFINADOS, DÍA 37)




   El Sol, espléndido esta mañana, como un niño jubiloso que hubiera por ahí ganado una medalla de oro, trompeteando su alegría tras los ventanales. El sol cantando por soleares, diríamos. El sol esta mañana, más que el astro Rey, mucho más que eso, un astro amigo que viniera a acompañarnos, a trasvasarnos un calorcito más que humano. El sol, que a los muertos y a sus deudos, poco puede confortar, eso es cierto, que deidad omnipotente tampoco es. Dicen que el Sol achicharra a estos virus, amén Jesús, que no creo que nadie vaya a denunciar la eliminación de esta especie. El sol, que los más viejos tanto agradecen, quizás más ahora que nunca, pues les caldea por dentro los huesos y el ánimo. El sol, que pareciera salir hoy para ellos, señalados por esta Parca, más que nunca también. El sol que es en sí una proclamación radiante de la Vida, que podría parecer hoy un desperdicio en medio del confinamiento, que es toda una tentación a romperlo, a saltar el balcón en su busca, que es, con todo, bálsamo único para la prisión de estos días tristes.  El sol solete, que ha irrumpido esta mañana a canturrearme los buenos días. Le abro de par en par la ventana, cierro los ojos ante él, le extiendo los brazos y a su resplandor yo me abrazo, por supuesto. Buenos días, Rey.   

domingo, 19 de abril de 2020

LA CULPA FUE DEL TRUMP, TRUMP, TRUMP, SÍ, FUE DEL DONALD TRUMP




(LA IZQUIERDA ANTE EL CORONAVIRUS, CONFINADOS, DÍA 36)
  La Vicepresidenta Cuarta, Ministra de Transición Ecológica en este gobierno Faraónico, Teresa Ribera, ha adelantado -en vez de pedir, como han hecho ya USA, Reino Unido y Francia, explicaciones a China por las fundadas sospechas acerca del célebre laboratorio de Wuhan, auténtica pistola humeante en el caso- en entrevista al diario.es la que a buen seguro será la línea de ofensiva ideológica del Buen Progresismo frente al COVID-19 en cuanto se supere la emergencia sanitaria: la culpa del coronavirus la tuvo en el fondo… el capitalismo genocida, por supuesto, vamos, Donald Trump.  Dice la Vice: “Al destruir ecosistemas, incurrimos en riesgos que se materializan de forma dramática como este virus”. El entrevistador, sin encomendarse a nadie, por su cuenta y sin riesgo, incluso elimina la retórica primera persona del plural de la gobernanta: “La destrucción ecológica es el origen de patógenos que saltan a los humanos, como el COVID-19”.
     Dada la ascendencia ideológica del Buen Progresismo sobre la mayoría de las conciencias en-este-país, su consumada pericia en hegemonizar con sus mandangas el consciente y el inconsciente de los españoles, cabe aventurar que la “explicación ecologista” tendrá éxito entre la población, no en vano el ecologismo fundamentalista (en difuso melting pot con el ultrafeminismo, el oenegenismo, el indigenismo, los identitarismos varios y la antiglobalización, siempre siempre con el más furibundo anti-capitalismo de común denominador movilizador en todos) goza de muy buena salud entre las mieles de lo políticamente correctísimo. Vendría a ser en suma el COVID-19 una especie de auto-defensa de la Madre Tierra, de la Pacha Mama, del Sursum Corda (pues este Papa, oh my God, se apunta encantado a la e-moción) contra la insaciable depredación capitalista. Bastaría un manifiesto con doce o doscientos científicos de su onda progreéxito asegurado, que dijera la otra, así para buenos dineros públicos que les financien- para ganarse de calle una vez más la batalla de la opinión publicada en los media y en las íntimas cábalas de la mayoría.
     Y es que el fundamentalismo ecologista (no el razonable) casa muy bien con tradicionales “explicaciones” históricas que, desde la superstición o el desconocimiento, se han dado sobre las pandemias: así, las sociedades primitivas achacaban las mismas a la furia de los Dioses, y ofrecían sacrificios humanos para aplacarla (la desindustrialización que exigen ahora los ecologistas duros); más tarde la Iglesia vio en la soberbia humana y en el consiguiente castigo divino el origen causal de las catástrofes, como la Torre de Babel y el Diluvio Universal ejemplifican, contra los que se pedían plegarias y más plegarias (las letanías buenrrollistas de armonía con la Madre Naturaleza con que hoy nos sahúman los ultraverdes). ¿No escuchamos por doquier acaso la sandez de que esta catástrofe “va a venir muy bien para darnos cuenta de los verdaderos valores”? ¿Quién -y con qué influencia- recordará entonces la verdad histórica de las pandemias en la larga Historia de la Humanidad, de cómo las infecciones han sido siempre la más poderosa causa de mortalidad? Porque, ya te digo, de investigar el laboratorio de Wuhan, y al Régimen que lo mantiene, ni hablamos.      

sábado, 18 de abril de 2020

CARRETERA SIN MANTA (CONFINADOS, DÍA 35)




   Vivo al lado de una carretera atestada de tráfico diario, ruidosísima por tanto siempre. Por algo el piso no era tan caro. Qué tortura, al principio, ese estruendo. Qué maldiciones contra el mismo por mí proferidas. Como los indios de la Gran Catarata, con la mano del Tiempo, acabas por no oírlo. Qué desazonante su estruendoso silencio ahora, claro. Sólo un instante lo rompe algún camión de avituallamiento, ballena buena que en su interior guía un hombre contra las pirañas invisibles de la peste. La carretera, vacía de carros, sobre la que apenas nada corre, gris desolado sobre gris detenido, gris mudo sobre gris frío, un mar casi muerto, eso es. Quién habría de decirme, oh vida, que andaría uno loco por cuanto antes soportar otra vez su infernal, su cotidiana cacofonía. Porque lo gris cobrara de nuevo vida manantial, porque la carretera se llenara de verdadera primavera, porque fueran ya los bocinazos de los coches los trinos de alevines ruiseñores. Porque incluso uno, eso mismo, agarrara carretera y manta, so manta.

viernes, 17 de abril de 2020

BERGMAN EN PLENA PESTE (DÍA 34)




   Me gustó mucho en su momento “Fanny y Alexander”: me encantó la lograda carga expresiva y sentimental de la misma, a despecho de la fama de gélido plasta metafísico que Ingmar Bergman sobre sí arrastra. Llevado por esa grata sorpresa, me hice entonces con otras tres películas del sueco y me las zampé en un pispás, obnubilado por la estela de fascinación que la primera me había dejado. De manera que, en medio de este tiempo clausurado, me dije, ea, vamos a hacernos ahora un poco el sueco. Y me puse a volver a ver Gritos y susurros, Secretos de un matrimonio e Infiel (escrita por él, dirigida por Liv Ulmann). ¿Y bien? ¡Dios mío, qué ladrillazos más plomazos las tres! Y no porque no se entiendan, que son bastante simples las tres, en parte por su morosidad, que son más lentas que el caballo de este tiempo que malvivimos, sobre todo por la estupidez sin fin de los personajes que minuciosamente se empeña el sueco en que admiremos. Qué vueltas y revueltas, pretendidamente profundísimas, en realidad grotescas, malsanas, egoístas, caprichosas y superficiales, en esas existencias tan estultas como vacuas e irritantes. Qué mundo interior más retorcido, bajuno y obsesivo en su autor nos revelan las tres. Adiós, Bergman, adiós, que te den.       

jueves, 16 de abril de 2020

POLÍTICOS, PUDOR Y PESTE (DÍA 33)




   ¿Cómo pueden tener los políticos gubernamentales el santo valor, entre miles de muertos, decenas de miles de enfermos y cientos de miles de vidas truncadas por causa del virus cochino, de repetir y repetir y repetir que “ nadie se va a quedar atrás”? ¿Es que desconocen el más elemental pudor? ¿Es que si les pinchas no sangran? ¿Es que ser Político sobre todo consiste en atreverte a decir en público que lo blanco es negro, en sin parpadear sostener falsedad tras falsedad en tu propio beneficio, en ser capaz de afirmar de forma campanuda lo que sabes de sobra que es mentira, en insistir e insistir en la trola que a cualquier persona normal haría enrojecer de vergüenza? ¡También son ellos una peste, también ellos son una pesadilla! No digo con esto que sean todos iguales: los hay pésimos y regulares. Sueño yo, que soy Licenciado en Ciencias Políticas, con Políticos que se atrevan a decir la verdad, las verdades, a los ciudadanos, que al menos les traten como a adultos. Claro que, me temo, esos con los que sueño, no sacarían votos ni para pipas.  

miércoles, 15 de abril de 2020

DESAZÓN BAJO LA LLUVIA (DÍA 32)




   Con lo hermosa que es en sí la lluvia mansa sobre todo, que por un instante nos hace olvidar la reclusión a que nos obliga la peste, el que en susurro del cielo caiga el regalo del agua dulce sobre la tierra y los campos, sobre los rostros y las cosas, que a su caída todo lo reviste y verdea con su caricia líquida, que a todo lo infunde nueva y sosegada vida, que nos lleva de su mano a la infancia despreocupada, cuando queríamos sólo mojarnos la cara y pisar los charcos, a la adolescencia perdida, cuando sólo queríamos besarnos tú y yo bajo la lluvia, snifff, el gozoso contemplar tras la ventana la preciosa estampa de su sereno descendimiento sobre todo… y lo desazonados que no podemos evitar sentirnos ahora, con la vida de todos patas arriba ante la que está cayendo.

martes, 14 de abril de 2020

VIVIR (DÍA 31)




   Decíamos –y nos decíamos-, jugando un poco a flamencos de tertulia, eso, que… ¡no se puede vivir con miedo, hombre! Más flamenquetes aún, algunos incluso nos adoctrinaban: ¡Más vale vivir de pie que morir de rodillas! Y la de la guadaña ahora, con el virus este aguzándole el filo, es como si desde su siniestra faz se carcajeara encima de nosotros y nos escupiera a la cara… ¿Se puede o no se puede vivir con miedo, mortales?

lunes, 13 de abril de 2020

LA PASIÓN DE MEL GIBSON (DÍA 30)




  Aunque –una de estas noches la pusieron por una tdt- contiene imágenes y momentos de una belleza sobrecogedora, la explícita y descontrolada truculencia –con registros propios del gore y de las snuff movies, que más que al intelecto o al sentimiento, hurgan entre las pulsiones más rastreras del consumidor- en que Mel Gibson anega la Pasión de Cristo, hace de la misma, a mi juicio, un guiñapo macabro, un espectáculo sanguinolento tan excesivo que echa a perder la película, hasta hacer de ella un producto inverosímil y  muy desagradable, casi enfermizo, a ratos extraña pesadilla sado-masoquista.

domingo, 12 de abril de 2020

LO QUE DE VERDAD ESTÁ CONFINADO (DÍA 29)




  Lo que de verdad en las principales pantallas bajo siete llaves está confinado, clausurado, censurado, vedado y a la más completa oscuridad arrojado, es el dolor, es el sufrimiento, es la angustia de las personas ante la que está cayendo. Baja las defensas, dicen. Cuando algo dañino no se expresa, cuando no se exterioriza y se le da cauce para sacarlo de dentro y poder así en parte manejarlo, lo sabemos –lo saben de sobra los hacedores de la Opinión Pública-, más daño aún hace, más nos come por dentro. Qué decir además –en medio de la paralizante tragedia, de forma sorprendentemente rauda y eficaz elaborada- de esa envolvente, cálida,  masajeante, casi euforizante publicidad televisiva de las principales Empresas que puede ahora continuamente verse. Nos quieren positivos por decreto. Orwell vive, la lucha sigue.

sábado, 11 de abril de 2020

PELI DE MIEDO DE DÍA, PELI DE MIEDO DE NOCHE (DÍA 28)




   Confirmado: una peli de miedo, (no cualquier engendro efectista de gritos y sangre, te hablo, aunque mí-no-gustar-nada-ese-género, de una obra digna, basada en un buen relato de Stephen King, bien interpretada por John Cusack y Samuel L Jackson) vista a la clara luz del día, con un sol fuerte tras la ventana, casi te ríes con ella. He dicho casi. Vista en plena noche, a merced del resplandor de la pantalla, a solas, medio a oscuras y confinado en tu casa, glups, es cosa bien mala, muy horrible, que debería estar severamente prohibida por la OMS esa. En la oscuridad del saloncito, bajo las sábanas luego, aun siendo ya uno todo un carroza, por más que cierres los ojos, como el niño aquel, es que sólo ves horribles monstruos. Y, cosa rara, no te gusta entonces nada ser niño, ese pobre niño, ostras. Nunca más.    

viernes, 10 de abril de 2020

HACIA UNA NUEVA EDAD MEDIA 5G 5.0 (DÍA 27)




   Se teme para otoño una segunda oleada del coronavirus. De otras nuevas epidemias, si no. El apocalipsis climático de Greta Thurnberg –esa extraña niña de la curva ecologista- pasa de momento a mejor vida. Siempre podrá decir airada, y podrá quedarse tan pancha, que la pandemia es la venganza de la Madre Tierra y de la Pacha Mama por la rapacidad capitalista. Parece que las mascarillas, los guantes, las gafas protectoras, los equipos de protección integral (EPIS) -una suerte de universales burkas blancos impuestos por el mal de la pandemia-, en fin, los confinamientos recurrentes, han venido para quedarse... con nosotros en la vida diaria. Poco más o menos es bien posible que así ataviados nos hagan ir por la rue. Más los desastres que a la estructura económica sobrevendrán, que tanto costará volver a enderezar. Frente a los felices años 20 del siglo pasado,  diríanse los que encima se nos vienen los tristes años 20. Parece así dibujarse una suerte de nueva Edad Media Posmoderna, ese mix informe de lo antiguo y lo reciente con que la Historia a menudo resuelve, un poco como la China actual, una sociedad que, por mor de la supervivencia, de forma drástica reduzca los contactos reales, piel con piel, para sustituirlos -más aún- por contactos virtuales o  plastificados. Tocarse, besarse, con un desconocido/a, más que cuando el SIDA, volverá a ser arriesgado, volverá a ser verdaderamente transgresor. Como esa leyenda que sobre cartelitos amarillos, bajo la imagen de una silueta humana derrumbada por un rayo colosal, o la de una calavera, rezaba en las casetas de los transformadores en los barrios de nuestra infancia: PELIGRO. NO TOCAR. PELIGRO DE MUERTE.   

jueves, 9 de abril de 2020

Del hara-kiri al cachondeíto (Día 26)




  El sorprendente desparpajo, la soportable liviandad (incontables las imágenes en red de las más jaraneras ocurrencias y coloristas algarabías, esos videos más “virales” que el virus mismo- entre las que la “gente” sobrelleva el confinamiento y la peste, como si no hubiera por doquier muertos, enfermos, vidas truncadas, angustia e incertidumbre masivas)  con que la sociedad española está digiriendo la brutal cosecha mortal del coronavirus mueve a asombro, si bien quizás ocurra algo parecido en el resto de las posmodernas sociedades. Más que expresiones de dolor, de tristeza y de conmiseración colectivas ante numerosísimas pérdidas irreparables, cualquier antropólogo objetivo -¡cenizo aguafiestas que nos baja las defensas!- más bien catalogaría de extrañas e infantiloides las innúmeras festivas celebraciones que a diario ahora observamos. Bien está que con seriedad en el rostro se aplauda a sanitarios y demás, pero ¿entre alegres bailoteos?, ¿bajo grotescos disfraces?, ¿sobre sonrojantes paridas? Es como si la sociedad decidiera vivir y mutar una bien sangrante tragedia… en unos días más de Halloween o de carnaval.
     Resulta lógico en parte este disloque: si las sociedades tradicionales pivotaban, tocadas siempre por la enfermedad y la catástrofe, alrededor del reverencial respeto a la omnipresente muerte y a los muertos, ante los que las ceremonias fúnebres, la quietud y el detenimiento de todo,  el absoluto silencio, eran la más acabadas expresiones de honor, reconocimiento, recuerdo y compasión con ellos, las posmodernas sociedades del fugaz entretenimiento continuo –por lo demás envejecidísimas- giran alrededor de un voraz hedonismo vital ante el que los viejos, los muertos, la Muerte, no sólo no encajan, sino que se constituyen en  recordatorios intolerables de lo real, de lo terrible que soñamos con espantar, conjurar y como sea dejar atrás, aunque no por ello dejen de ser y de estar.   

miércoles, 8 de abril de 2020

EN CASA CON EL BIG BROTHER DE BARDEM (DÍA 25) (SOBRE EL RELATO GUBERNAMENTAL DE LA PANDEMIA: NO HAY DOLOR)




   Encerrados por fuerza cada uno en su casa, declarado el Estado de Alarma, el Poder, a lo Gran Hermano orwelliano, a través de la ventana televisiva entra a casi todas horas en la de todos. Cómo, si no, tener información de la tragedia. Y la información que casi en bombardeo nos ocupa es esencialmente, sobre todo en las teles, la gubernamental. No hay precedentes de una situación de esta gravedad y están por verse los efectos de todo tipo que la epidemia –con su bárbaro reguero de muertos, enfermos, miedo, angustia e  intenso sufrimiento, que apenas aparecen en las pantallas-  tendrá para la sociedad, pero no parece caprichoso afirmar –entiéndaseme bien lo que sostengo- que en cierto sentido es diabólicamente positivo para nuestro país el contar con un gobierno de izquierdas ahora. Casi con seguridad, vistos otros dramas históricos anteriores, de haber estado en la oposición, dada su ascendencia ideológica y movilizadora sobre la mayoría de la sociedad, al menos hasta que el gobierno de derechas de turno hubiese dimitido acorralado y avergonzado, nuestra sociedad se hallaría zarandeada y violentada de arriba abajo por un clima irrespirable de desgarro, ira, y abatimientos mezclados, que pondrían, a más a más del problema en sí, la convivencia de todos contra los cuerdas. Sin exagerar un ápice, creo, con los mismos tremendos yerros a cuestas en la gestión de la epidemia, esos ministros liberal-conservadores deberían vivir escondidos, para evitar ser linchados por el “Pueblo”.
   Como si la pericia para conformar los climas de opinión y movilización mayoritarios estuviera en el ADN de la Izquierda, los cerebritos gubernamentales de ahora han sabido también “cocinar” un relato mediático hegemónico en positivo, en el que las apelaciones e imágenes básicas son el “Resitiré”, los aplausos, las uves y los cánticos de victoria, la llamada a la superación, las más pintorescas celebraciones de qué. La maestría en la ocultación icónica –lo que no se muestra, no existe- del inimaginable dolor –este sí que sí confinado a la más completa oscuridad- que sin duda está atravesando de parte a parte el ánimo y el corazón de la sociedad española resulta del todo portentosa.  Cuando el Ébola, o el chapapote, o el 11-M, por citar algunos casos, con la Izquierda en la oposición, ese propositivo himno resistidor brilló por su ausencia y los creadores de opinión dominantes eran todo penar, desánimo, llanto y crujir de dientes, agonía, vidas tronchadas, imágenes truculentas, trágicas poses, augurios apocalípticos, cercos de sedes, agresivos escraches y gritos de ¡criminales! Son consumados peritos ellos, desde siempre, en lavados colectivos de cerebro, si bien lo de ahora, dado el alcance y el calado de la situación y los dramáticos errores y horrores gubernamentales en la gestión del coronavirus, desde luego merece nota. Sólo en el contexto de ese descarada impudicia a la hora de manejar y manipular el inconsciente y el consciente colectivos puede entenderse el brutal pasote de, justo en medio de la lluvia cruel de  muertos por miles a diario, dolientes y calientes, concederle al Gran Hermano de Bardem el calentito chollo de una serie en el prime time de la televisión pública, en la más cínica apoteosis imaginable del escamoteo, para hacer coñas garbanceras con la incalculable tragedia que tantísimas vidas ahora mismo está malogrando. 

martes, 7 de abril de 2020

EL VIEJO, EL COVID Y LA NIÑA (DÍA 24)



   Guardábamos la cola del pan otro día más. A dos metros cada zombie uno del otro, tú sabes. Éramos cuatro en la fila, con las manos en los bolsos y la cabeza hundida hacia el pecho. Ninguno llevábamos mascarilla. Hacía frío, ostras. La mañana, muy grisácea y antipática, a juego con las losetas de la acera, a juego con nuestro ánimo entonces. Delante de mí un padre joven aguantaba en los brazos a una niña rubia. Sonriente, ella sí, única. Muy guapa. Con su abriguito rosa palo y su gorrito rematado con borla del mismo color. Más allá, un viejete. Algo más de setenta tacos, le calculé a vuelaojo. Con arrugas en la cara, algo encorvado, el semblante friolento, lo lógico a esa edad. Lo sabes también: ellos son la víctima favorita, el dedo siniestro que la tía de la guadaña sobre todo señala durante estas jornadas terribles. En un achuchón de juego, de la cabeza se le cayó a la niña el gorro al suelo.  En un acto reflejo, también sin pensárselo, pues el gorro le había caído al lado, el viejo, doblándose, se apresuró a recogerlo con sus manos desnudas. A, con noble gentileza, devolvérselo luego a la niña, o al padre, que la tenía agitada en brazos y no se había percatado. En ese instante de vértigo nos miramos los cuatro, con la niña los cinco, como si de golpe a la vez se nos telegrafiara en las mentes el encadenado fatal de las odiosas reconvenciones oficiales ante la pandemia: los mayores-los niños-el virus-las prendas-los contactos-el horror. El joven padre, sin soltar a la niña, tomó el gorro que el viejo le daba. No le salió palabra que decirle. A la niña, como si de golpe se reflejara en ella toda la pesadumbre a su alrededor, se le ensombreció entonces el rostro. Sólo el viejo se encogió de hombros a medias y esbozó una sonrisa. Le tocaba ya entrar a por el pan nuestro de cada día.  
    

   

lunes, 6 de abril de 2020

LO CONTARON EN LA RADIO: ESAS PERSONAS, SUS NOMBRES, POR FAVOR (DÍA 23)



   
   Contaba, afligida, una doctora en la radio que los ancianos ingresados en su puesto durante la primera semana de la peste habían muerto todos. Madre mía. Era Marta Castro, geriatra de 45 años en el Hospital de Getafe, era en la COPE.  Añadió entonces, con la voz quebrada, que algunos de ellos, en sus últimos días, cuando iban a atenderlos les dijeron… “tranquilos, vosotros a lo vuestro, primero a los más jóvenes”. Fue imposible no llorar al escucharla esto… Convendría a los españoles conocer y aprender los nombres de esos ancianos, de esos viejos, y que su ejemplo, su entrega, cada una de esas vidas, perduraran para siempre en la Historia, entre los mejores de sus integrantes, en la memoria y en el corazón de todos, los de ahora y los de las generaciones venideras. Gratitud, homenaje y reverencia eternos e imborrables para cada uno de ellos, para sus nombres, para cada una de esas incalculables personas. 

domingo, 5 de abril de 2020

DE NINGUNA MANERA PODREMOS OLVIDARTE, AUTE (DÍA 22)


   

   En medio de la hecatombe, por si fuera esta poco amarga, un diluvio incesante de espinas sin rosas, en el curso aciago de este tristísimo abril de muertos mil, murió también ayer Luis Eduardo Aute, uno de los cantantes que más nuestro y presente sentíamos, acaso por haberle mil y una veces tarareado en nuestra indocumentada juventud, cuando precisamente nos creíamos inmortales, y de mayorzotes luego ya siempre, pues sus canciones de amor, sus intimistas e inspiradas melodías se nos grabaron a fuego en el cerebro, y en algún sitio más recóndito y delicado aún se nos quedaron alojadas, porque cada poco, azules golondrinas, nos volvían a la punta de los labios sólo para recordarnos lo enamoradizos que somos, esto es, la juventud que aún se inventa infinita en nosotros, algo carrozas ya, la verdad. Le escribió y le cantó Aute como pocos a la magia del cine en pareja compartido, al dolor lacerante por la ausencia del amado/a, a la terrible prueba que es superar su olvido, a las noches más largas, a la penosa e ilusionada búsqueda de cada uno de nosotros en pos de la libertad y la belleza, esto es, a lo arduo de encontrar las rosas en el mar. Nos quedan al menos sus letras, sus cantares, nos quedan sus rosas. Siempre escucharemos esas rosas. Mientras vivamos, de ninguna manera podremos olvidarte, Luis Eduardo Aute.    


sábado, 4 de abril de 2020

¿TE VIENES A MI CASA? (SALTARNOS EL CONFINAMIENTO y IV, RELATO, DÍA 21)



   
  ... Bueno, así de bobos nos recorrimos el Mercadona entero, -y qué misteriosa curiosidad nos picó a los dos entonces por cada uno de los simples productos que allí se nos ofrecían-, que no sé bien el tiempo que habría transcurrido, pero ya el vigilante, un poco mosca, con la porra nos indicó serio que cada uno a una cola para pagar pero ya. Y fueron muy bonitos esos doce minutos que nos llevó esa espera ahora, en paralelo el uno con el otro, a metro y medio de distancia, y el poder contemplarla a placer –eso, nada ni nadie me lo podía ahí prohibir- todo ese tiempo, y por esta vez verla alegre y feliz, como yo mismo lo estaba, en medio, maldición, del terrible penar general.
   Fuera ya del merca había caído la noche, y cada uno con su bolsa medio llena, a un metro uno del otro, bajo la vía láctea de ese luminoso no sabíamos bien qué hacer o decirnos. Miento, ella sí lo sabía. Me ha encantado volver a verte, me dijo. A mí más, le dije yo… ¿Te vienes a mi casa?, añadí ya disparatado. Elevó las cejas, cerró los ojos, encogió los hombros, apretó los labios, puso las palmas como un cura en misa. Imposibol. El confinamiento, remember. Qué decirle a eso. ¿Venimos mañana otra vez a comprar al merca?, apunté.  Eres tonto, se sonrió. Y le chispearon los ojos. Dio un paso hacia mí, se bajó la mascarilla… allí su boca gloriosa… y me besó suave los labios. Como de pronto arrepentida, se llevó la mano a la boca, se repuso la máscara y me dijo, Horror, el confinamiento… Me pueden detener por esto, chao, cuídate. Y con su trenka, con su bolsa de la compra, con su diadema, se dio la vuelta y en busca de su coche ella se esfumó. Allí me quedé yo, con la bolsa por los suelos, zombie total.

viernes, 3 de abril de 2020

TUVIMOS QUE FINGIR LO NUESTRO (SALTARNOS EL CONFINAMIENTO III, RELATO, DÍA 20)



   
   No podíamos, ya te digo, juntarnos apenas, ni tocarnos casi, porque, además de los de seguridad, los propios clientes y los empleados, temerosos con razón de la diabólica facilidad de los contagios, también lo vigilaban todo, prestos a denunciar cualquier contacto de proximidad, y hubiera resultado escandaloso y hasta lapidable el ver allí a una pareja de desconocidos venga a toquetearse. Con lo que a mí me apetecía. Así es que, como lo lees, tuvimos que fingir lo nuestro para fabricarnos supuestas coincidencias corporales, azarosos encontronazos al elegir un mismo producto, al consultar el precio o el componente del muesli o  de unas galletas integrales, y poder así rozarnos mínimamente las manos, un brazo sobre el del otro de refilón, el lateral de los cuerpos chocándose sin querer queriendo, la trasera de uno por medio segundo contra el frontal del otro, viceversa diez metros más allá, parietal contra parietal un instante en pos de un mismo yogur, en fin, poder así yo al menos mirarla de cerca, escuchar su voz, respirar a su lado. Para no levantar sospechas, como si fuéramos desconocidos –un poco lo éramos en realidad-, nos separábamos… para casualmente volver a encontrarnos dos pasillos más allá, frotándonos un momento entonces espalda contra espalda, ooohh, sopesando y oliendo las pilas de manzanas y de mandarinas, las carnes y los pescados luego, lo de la limpieza y los cosméticos, pues todo lo husmeamos, -el uno a al otro también-, a la vez que, para no dar el cante, cada uno a su bolsa a veces echaba algo. Cuando a las ocho todo el mundo rompió en aplausos, dedicados a quienes a diario arriesgan su vida contra el virus devastador, ella y yo, enajenados, tardamos un poco en caer, nos miramos divertidos… y aplaudimos también.   Lo más  fantástico, sin duda, fue que, con toda esta movida, es que de los ojos se nos escapaban sin querer las risas cómplices, tantas, que teníamos también que esforzarnos en disimularlas, lo que nos movía… a reírnos más y más, a así unirnos más. CONTINUARÁ MAÑANA

jueves, 2 de abril de 2020

LA DISTANCIA, LA DISTANCIA, ES POR SU SALUD (SALTARNOS EL CONFINAMIENTO II, RELATO, DÍA 19)



   
   
   Y me contestó que sí. Y sólo se nos ocurrió que podíamos vernos en un Mercadona que a los dos nos quedaba a medio camino. Que iríamos hasta allí cada uno en su coche. Pero sólo un ratito, me advirtió secamente. Ella así es. Vale, va, si se tiene que acabar el mundo, que al menos me pille conversando en vivo con ella, me dije. Por las calles desoladas sólo pululaban algunos silenciosos espectros, apurándose a las tiendas para el acopio de víveres. Las carreteras vacías, los semáforos extrañamente relucientes, fiscales ante los que los escasos conductores parecíamos todos sospechosos de algo. Conduje hasta el merca bajo el atardecer de marzo, venenoso en sí por la belleza con que se escurría tras el parabrisas, con el corazón retumbándome como el Tamborazo de Calanda, imagínate. Al aparcar arañé de lo lindo el coche y no maldecí, no te digo más. Llegué a la lánguida cola en la calle, con dos metros entre zombie y zombie, casi todos ya enmascarados, yo no, con la bolsa de la compra vacía también servidor, para mejor disimular. No la vi. ¿Me habría estado vacilando? A la entrada ya del merca, el segurata proclamaba la consigna sin parar… Guarden la distancia, por favor, guarden la distancia, de uno en uno solo, por favor, solo de uno en uno…
   La encontré al fondo del primer pasillo, tras los palés con las cajas de leches, en la zona de los cereales, con su bolsa de cuadritos también, allí estaba, enfrascada en las etiquetas. Qué guapa estaba la condenada. Unos vaqueros, una trenka azul, una diadema para contenerle el pelo y sus ojos mesopotámicos, que más aún descollaban sobre la mascarilla quirúrgica. Fantaseé con besarle el pelo por la espalda y a traición, en la nuca, pero me detuvo a tiempo el estado de las cosas sobre la violencia de género, o el que podría arrearme un bofetón del quince y ya está, y también el que, otro fornido segurata, celoso de su misión, no dejaba de recorrer el local mirándolo todo sin dejar de gritar… la distancia, es por su salud, la distancia, es por su bien… Así es que yo hola, cómo estás, y ella “de salud, bien, de lo otro, puedes imaginártelo… y tú”, y yo “de salud, bárbaro, de lo otro… he tenido siglos mejores”, y ella “tonto… hemos quedado para hacer la compra juntos, ¿vale?”, y yo… pero, claro, y qué emoción, malimitando a Boris Izaguirre. CONTINUARÁ MAÑANA

miércoles, 1 de abril de 2020

Saltarnos el confinamiento (Relato, Día 18)




   Me moría de ganas por volver a verla, por tenerla cerca de nuevo, por conversar con ella, por mirarle los ojos a un palmo, por  tener su mano entre las mías, por todo eso, sí, sí, sí, pero en medio del severísimo confinamiento –tan largo ya, al que no veíamos fin- impuesto por causa del virus asesino, que no cesaba de cobrarse víctimas el muy cabrón, qué hacer, cómo hacer. Los controles policiales aumentaban, las multas eran también terroríficas, el miedo de sólo salir a la calle vaciada, y sin querer tocarte con vete a saber quién, nada despreciable. Pese a todo, ¿sería por la pesadilla de fin del mundo que la epidemia suscitaba?, ¿por nuestra triste historia en común?, ¿por la exacerbación sentimental que la clausura me estaba provocando?, la pura verdad es que yo suspiraba por estar con ella. Aunque tuviera que saltarme la drástica prohibición, aunque corriera riesgos, aunque sobre mí cayera el universo inmenso. No sabía tampoco por dónde podría salirme ella. Más de un año sin hablarnos.  ¿Plantarme en su casa? Ni hablar. Puede que me mandara al cuerno desde el mismo portero automático, amén de los vecinos, que andan miroteándolo todo ahora, que puede que alguno, asustado por todo y por nada, llamara a la policía y con los móviles y todo eso se montara allí por mi culpa un numerito que “pa qué”. Así es que, zasca, me limité a escribirle en el guasap… “¿te atreverías a saltarte el confinamiento y vernos un ratito?”. CONTINUARÁ MAÑANA