A ver, si tan atacaítos se os
ve, Pedro y Albert, por hacer Historia, si tan flamencos se os vislumbra por el cambio y el progreso, si tan osados con
todo lo que está mal sois, atreveos con el horrible Frankestein que desangra las fuerza de la nación española hoy: las
taifosas Autonomías, sí. Pues claro
que hay que liquidar sin contemplaciones las corruptelas, las ineficacias
burocráticas y tantos paniaguados
corrutos de las Diputaciones. Pero
mucho, muchísimo más letales y tóxicas para los españoles nos han resultado y
resultan las autonomías. Y es tan fácil de ver ese Frankestein como imposible de emmendar, a menos de echarle un par,
jovencitos mosqueteros de qué verdadero progreso de España.
El estado de las Autonomias ha
descuartizado y arrancado de las conciencias de buena parte de los españoles
cualquier idea de pertenencia a una entidad superior con la trayectoria
histórica y con las universales cimas culturales que alcanzó España, para
sustituirlo por el aldeanismo más ombliguista que pueda imaginarse. Ha
centrifugado la común idea de España, forjada por millones de hombres y de
mujeres, y de grandiosos creadores y artistas, a lo largo de los siglos, hasta
hacerla desaparecer del cotidiano conocimiento. Ha arrojado por la borda el
tesoro de todo ese excepcional precipitado histórico. Ha bonsaizado las mentes.
Ha propiciado la irrupción grosera de sucesivas generaciones de insolidarios
separatistas, con un único denominador común en su singular patanería: el acerbo
encono hacia lo español, como si Cervantes, Velázquez, Quevedo, Goya, Lope de
Vega, Zurbarán, Garcilaso… merecieran sólo su rufianesco desdén autosatisfecho.
Ha jibarizado a las personas.
Ha alumbrado, en todos los partidos, toda una oronda ralea irrecuperable
de burócratas politiqueros alicortos que incluso hacen buenos a los caciques
decimonónicos –al menos ilustrados y con cierto sentido de Estado muchos de
ellos-, que se dedican a dilapidar los
millonarios fondos públicos para subvencionar un tinglado omnívoro de intereses
locales, una red clientelar de omnicomprensivos intereses creados que les hacen
imprescindibles, que hacen girar en vilo en su torno, nuevos Señores feudales,
a la inmensa mayoría de la población, que en la casi totalidad de su filantrópica
opresión dependen.
Son las Autonomías las que
yugulan y estrangulan y sangran al Estado de todos, son sus burócratas sátrapas
quienes le exigen al gobierno de la Nación, los que han regulado para su más
rastrero egoísmo el curso de los ríos de España y hasta el del aire que
respiramos, los mismos que hacen imposibles, con sus babélicas y odiosas
taifas, esos sádicos corsés que todo lo comprimen, una política de más amplios
horizontes, que ensanche, con el dinamismo y la igualdad legal que exige una
sociedad moderna, las oportunidades de vida de las personas, es decir, que
amplíe sus libertades reales. Ahí tenéis al Monstruo,
Pedro y Albert, atreveos con él, a
limarle sólo las uñas, si en vos hay cuajo. Y si no, no os estiréis entonces
tanto, hombre.
Febrero
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