Y mientras las personas en España conserven la razón y la memoria, y la
obligada gratitud que se debe a uno de los Mejores de entre los suyos, así
seguirá siendo. Decimotercera Sinfonía de Nadal ayer en Roland Garros, de nuevo
el himno de su alegría, que es también la nuestra… contra este año tan triste
por culpa del virus criminal. Apabulló, desarboló y desesperó al serbio
soberbio con dos tandas iniciales que fueron magistrales tundas, para
certificarle en la tercera. Con el coraje y la velocidad propias sólo de un
Titán, increíbles a sus 34, reinó una vez más Nadal sobre la rojiza arena
batida de París. Vivimos y sobre-vivimos con Nadal. Vibramos al unísono con
Nadal. Con él suspiramos, en su vuelo nos lleva, a su lado nos sentimos.
Queremos a Nadal, por más que en la vida lo hayamos tocado, de la misma forma
en que acariciamos nuestros mejores sueños, más reales así que la realidad gris
que nos rodea.
Hubiera perdido ayer y en nada, ni en una infinitesimal molécula
siquiera, hubiera menguado la admiración que hacia él guardamos, pero mejor
celebramos aún la Victoria, claro. Más ahora, cuando cada vez las victorias son
más caras, y cómo eso se ve, y cómo se sufre y se disfruta eso. Y rezuman las
mismas -el fruto de mil emociones a la vez batidas, el desembocar de todos los
tiempos pasados estallando de golpe en las sienes- el dulcísimo regusto que
llevan, la íntima conciencia de saber que son ya éstas las penúltimas y que
conviene a fondo paladearlas antes de que todo se nos esfume y sólo sombras nos
queden.
Gracias, Don Rafael Nadal, lo vuestro sí que es un don, por regalarnos
ayer otro momentazo de un alborozo indescriptible, de esos en los que
espontáneamente agradeces a las alturas el estar vivo y haber tenido la
oportunidad de coincidir y de convivir con el empuje, con la garra y la
fortaleza mental que hallan en tu persona la mejor representación imaginable. Aventamos
en tu honor nuestros pobres laureles, los mejores que somos capaces de
entretejer. Nos sentimos más fuertes y poetas contigo, con tu ejemplo
grandioso. Queremos mucho a Nadal.
El vértigo del puma
La garra de la pantera
El coraje de un tigre
El pundonor del Viento
El batallar de un Aquiles
El tesón del elefante
El corazón de un león
La rabia del navajo
El coraje incontenible
de un Hijo de la Selva
que entre ellos hubiese nacido
amamantado con ellos
a su misma sangre aliado,
que su impenetrable fuerza
contuviese,
esa jungla que en su pecho brinca
y que a su lado ruge
a cada nueva victoria.
Oh, Nadal, hijo único de España,
indómito Titán nuestro,
cómo mil veces dibujarte
cómo celebrarte
cómo agradecerte
si sólo con palabras
flores mustias
muletas gastadas
juguetes viejos
para cantarte contamos.
Cómo pueden salvo en sueños
dar las hormigas cuenta
de la hazaña de un ciclón
que de sólo una raqueta
brota, brilla y se alimenta.
Un Universo limpio
una música nueva
una playa nunca vista
compondríamos con las manos
para ti si pudiéramos.
Oh, Nadal, héroe de nuestras vidas,
recoge la Copa marsellesa
escápate a Lesotho
trepa la Gran Roca
convócales allí a todos
a los lobos, a los depredadores
felinos,
a los gorilas y a las hienas,
a las águilas y a los caimanes,
iza el Trofeo para ellos
elévalo hacia la Luna golosa
que retumbe la Selva en tu honor,
que todos los españoles
ya te llevamos preso
presos de ti también
en lo más dulce del corazón.
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