Vistas de página en total

jueves, 31 de marzo de 2011

Canción de Luz para Rubalcaba

    
     En reciente justa parlamentaria, a cuenta de una nueva inquisición del popular Gil Lázaro sobre el Faisanesco asunto de las Bermudas etarra,  el heroico Rubalcaba, el hombre que más Poder sobre una sola persona acumula en los últimos treinta años, en medio de las ostentosas risotadas de la parrandera bancada socialista, choteóse de lo lindo del tal Gil, recomendándole y todo en el lance una muy romántica canción de Eva Amaral que, aunque en su boca sonó algo impropia –diríamos a priori que él es más de Víctor y Ana y Sabina y tal-  según confesó es de su agrado – ya veo que comparte uno con el Heroico al menos una misma esencia de hortera de bolera-. Le volvió además a espetar de nuevo a Gil la gadaffiana consigna de las tertulias nocturnas de la EXTREMA DERECHA, en enésima demostración de la asentada doctrina rubalcabiana de que una patraña repetida mil veces, y no digamos si es propalada a través de los altavoces del Poder, conviértese en muy progresista verdad. Repitamos entonces una vez más las generales de la ley rubalcabona: Uno: los filoetarras son la izquierda abertzale.  Dos: Veo Tv, Intereconomía, Popular Tv, Libertad Digital son la extrema derecha. Tres: Rubalcaba es el Héroe que no sabe lo que es mentir. Sí, bwana.
     Convirtió de esta manera el heroico Rubalcaba el acto de control al gobierno en sede parlamentaria por parte de un representante popular y acerca de una crucial querella para la ciudadanía –nada menos que la de dilucidar, al hilo de nuevas pesquisas, si altas instancias gubernamentales colaboraron con los etarras para evitar su detención, que se dice pronto- en personalísima ridiculización del oponente, queriendo acaso salvar así las plumas el Vicetodo de la quema del fondo del cacao. Tampoco es que fuera la treta una histórica novedad, pues tiene Rubalcaba más conchas sobre sí que el archipiélago entero de las Galápagos, pero Gil no pudo ya replicar y quedósele sin duda el rostro algo corrido, cual amaral novicia, por la burla sufrida a lenguas rubalcabas. Sin mí no eres nada, vino a escupirle nuestro Héroe a Gil, sin atender a la razón o no de su demanda.
    
     Yo creo que debieran los mandatarios japoneses, cuésteles lo que les cueste, proponerle a Rubalcaba la Jefatura indiscutible de los ya legendarios Cincuenta de Fukushima, que aun en vilo se afanan por desactivar el tremendo potencial radiactivo de la dichosa central. Pues si continúa siendo altísimo el peligro letal de contaminación radioactiva allí, es bien seguro que ni  plutonio, ni uranio, ni wolframio, ni leche nuclear en polvo alguno, nada, no existe en el mundo sustancia que pueda a nuestro incombustible Héroe salpicar. Así lo prueba de forma irrefutable la legendaria supervivencia política de la Rubalcabidad después de más de treinta años de perenne  exposición a las más espantosas y contaminantes corrupciones e irradaciones imaginables: indemne tanto a la guerra sucia, al saqueo de los fondos reservados, a la gestación de la bomba de la Logse, a la negociación con la ETA, a la compasión por De Juana cuando su huelga, al cerco a las sedes populares, a las redadas de inmigrantes por cupos, todo, lo más corrompido del felipismo y lo más traidor del zetapeísmo pasaron a su través y , oh prodigio fukushimo, ni una sola mácula dejaron esas implosiones en él que no sean encima las de concentrar más y más prerrogativas de poderío sobre su formidable calavera. Es en eso él el Único. Dígaseme otro nombre, plis. Sin duda que es a todos los cianuros resistente el Cardenal Faisán.  
    
    Por eso la otra tarde, si Gil Lázaro fuera algo menos romo y hubiese tenido la chispa necesaria, lejos de ruborizarse, hubiera debido sacarse entonces del escaño un negro pelucón y unos tacones como los de Luz Casal en este video, apearse del escaño y ganar el centro del hemiciclo, e igual que le hace Luz a las sucesivos Rubalcabas que alevosos le salen al paso, allí mismo bien suelto de cuerpo, mirándole a los ojos sin pestañear, haberle bailoteado con ese arte que ella gasta, e imitándole esa voz de almendras  haberle tarareado eso mismo al Héroe… “y no me importa nada/ tú juegas a engañarme/ yo juego a que te creas que te creo/ escucho tus bobadas… acerca del amor y del deseo/ y no me importa nada, nada/ que rías o sueñes/ que digas o que hagas/ por mucho que me empeñe/ estoy jugando y no me importa nada/ tu juegas a tenerme/ yo juego a que te creas que me tienes/ serena y confiada/ invento las palabras que te hieren/ y no me importa nada…/ conozco la jugada/ sé manejarme en las distancias cortas/  para acabar, claro, espoleando a coro a sus propios followers, “vamos, todos a una, tú también MarianoY-NO-ME-IMPORTA-NADA-QUE-DIGAS-O-QUE-HAGAS-Y-NO-ME-IMPORTA-NAAADA-NAAADA”.  
     Hubiera emergido así una contraimagen que oponerle a Rubalcaba, y siempre que en lo sucesivo le viéramos parpadear y amansar el aire con gesto de arbitrista frailuno, hubiera quedado ya para siempre asociado a este canto, y-no-me-importa-naaaada  

           

martes, 29 de marzo de 2011

Agua de marzo

    
      Llueve, llueve con mansedumbre desde hace un buen rato sobre las aceras y sobre el parque cuando te escribo. Tan sólo llueve. Miras la lluvia, la contemplas en silencio, constatas y celebras la mano de esmalte nuevo y fugaz que sobre todo deja, más el sol, como un golfillo que entra y sale sin parar con su mecano de luz urgente y alegre en el  cuadro que tenemos delante –hum, y qué  juguetes tan nuevos parecen los columpios y el mismo magnolio ahora, qué eléctrico se torna el verde de las hojas y de la pradera, verde que con el agua se quiere oro, eso, la quimera del verde-, y se queda uno ya atrapado en la cadencia de la lluvia, mecido en el interior del compás sigiloso de sus notas, medio embobado y suspendido de todas las cosas, algo preso en la armonía semifusa que sólo la fina lluvia levanta tras su secreto acorde. Ah, ganar el sosiego necesario para olvidarlo todo y ser capaz de aquilatar en el alma el tesoro del agua de lluvia derramándose dócil sobre la tierra, a la misma vez que el sol entrometido le pone por detrás el aura refulgente de su foco transitorio,  para que mejor veamos ese primoroso derramarse.
    
     Y si de niños, cuando como ahora llovía, desoyendo las paternas advertencias nos volvía locos mojarnos bajo la lluvia, empaparnos  de la misma y que nos calara bien hasta los propios huesos, y pisotear luego los charcos, como si así exploráramos, de una forma intuitiva e insensata, una más íntima aproximación al latido mismo del propio barro del que todos estamos hechos, por qué no reunir justo ahora  el supremo valor de, abandonada por un instante la cordura, hacer otro tanto y ofrecer en perpendicular nuestro rostro al cielo y que sobre él  resbale el  vertical masaje de la  lluvia .
     Y si cuando adolescentes ennoviados, -y lo llevamos todos a fuego grabado en lo más hondo del corazón- conocimos una tarde el milagro inexplicable de besarnos con la persona amada, después de hallar el precario refugio de un soportal o de un frondoso árbol tras el súbito aguacero, removidos los cabellos mojados, entremezclados en los mentones de ambos el agua del cielo y el de las lágrimas dichosas por una emoción purísima, y bien poco nos importaba empaparnos entonces, que casi hasta agradecíamos la sinfonía que la lluvia en ese instante desplegaba, como un violín que engrandeciera nuestra ilusión ahí, entonces,  por qué no ahora mismo ser capaces de despojarnos por un momento de la gravedad y la pesadumbre de los años y bailar también un poco bajo el chaparrón, y festejar así la danza hipnótica y mansa de la lluvia bajo la dorada luz del sol..
   
     Por eso mismo, porque sigue cayendo con suavidad de bálsamo una lluvia alumbrada de sol sobre la hierba de mi parque suburbial cuando te escribo, he sacado mi ordenador a la calle, para que la lluvia empape también mi escritura y un poco la esponje y la demore, y llevar así la contraria a la ley severa del internet, que dicta escribir en corto y rápido, sin florituras y de lo que el internauta espera, que no tenemos tiempo para nada, que leemos a vuelapantalla y en diagonal, y eso en el mejor de los casos. Sólo que, igual que la lluvia, no quiero ir yo sólo al grano, que quiero de palabras rodearte, las que soy capaz de desencadenar para ti, que discurran también ellas con calma sobre tus mejillas, ese sol que a mí me mueve, que te calen también un poco, que traigan también a tí remembranzas olvidadas, con la absurda esperanza sólo puesta en que al menos tú, como el impagable agua de mayo en los confines ya de marzo, hasta aquí me sigas y no me dejes solo.  

    
   


sábado, 26 de marzo de 2011

La Odisea del Amanecer según Zetapé

    

     Huy, un poco más y los cerebros obamitas del Pentágono le ponen al bombardeo sobre Libia el poético nombre de Viento del Amanecer, en cumplido homenaje al célebre Discurso del Viento zetapeico que tanto hizo estremecerse –más, mucho más que el maremoto japonés, más, mucho más que las bombas que tiran estos poéticos fanfarrones- al orbe entero. Es fantástico: llegó Obama al Poder y hasta la prensa de la Derechona a toda plana es que se derritió: COMIENZA UNA NUEVA ERA. Un Apocalipsis del Bien se desataba de su mano, si es que no lo mataban antes, que ya andaba entonces la extrema derecha en ello, según nos aseguraban, como anda ahora en liquidar a Rubalcaba, que vendría a ser un Obama paliducho y calvorota, le voilá, la paloma y el faisán. ¿Qué podemos nosotros hacer por Obama? se interrogaba, atrito y contrito, Zetapé.
    
     Tanto subió la imparable Marea del Bien que incluso pajinianas zahoríes nos auguraron nunca vistos prodigios planetarios. Otro pajiniano, sin duda algo menos espiritual, tradujo en carne la beatífica visión: era un turbión de democráticos ORGASMOS lo que ahora nos sobrevendría. Uno al menos de inmediato se cumplió: Ministro de Defensa hubo que, por no quedarse atrás él en nada, arrastrando bien cachazudo jotas y merengues y hasta pringosas mieles tras de sí, aseguró que prefería morir él antes que matar, como rápidamente demostró con hechos en el caso de las florecientes joyerías de su señora esposa y de su no menos próspero hipódromo. Qué menos que hacerle entonces la Tercera persona en rango protocolario del país. Acaso el Rey de España tenga ya en el caletre el nobiliario título que mejor le cuadre al merengoso Señor en su retiro: el Duque Bonito.
    
     Multiplicó luego Obama la guerra heredada de Afganistán y ante él si se cuadró de inmediato Zetapé, triplicando nuestros efectivos allí, los mismos que habían sido antes, según rezaba el panfleto reivindicativo, una de las dos causas del terrible 11-M, aunque, oh prodigio, no tuvo Zetapé otro 11-M sobre él. Bien es verdad que en la guerra afghana descubriríamos luego, sobrecogidos todos, un nuevo milagro: los bombardeos obamitas no causaban nunca daños colaterales, vamos, que no desventraban niñas y ancianas como hacían siempre los de Bush. Contagiado de benéfica taumaturgia, aseguró entonces Zetapé que dudaba mucho él de que las armas por su gobierno vendidas pudiesen matar a alguien, como lo oyes, compay. Nada más natural entonces que el estruendoso silencio de la Ceja Nostra ante la cosa afgana, pues, si muy alto y heroico había bramado ella su NO A LA GUERRA, bien sabido es que guerras, lo que se dice guerras,  hubo sólo UNA en la Historia de la Humanidad.
    
     “Mi ansia infinita de paz…el Poder no me va a cambiar”, blasonaba de sí, con dejes de cantante-protesta malherido, ante el populusque hispaniarum Imperator Zetapé en el instante mismo de subirse al machito. Y dijo en eso gran verdad, pues acaso los tintes orwellianos que ya antes le adornaban los aladares, en todo caso, con los resortes capilares que proporciona de suyo el Poder, hánse sólo acentuado. Frente a la realidad, frente a la verdad, la medida de mi Poder para imponerte mi mentira por tierra, mar y aire. Así: el Ministerio de la Igualdad, la Educación para la Ciudadanía, la Alianza de las Civilizaciones, La ley del Desarrollo Sostenible y demás estupefacientes aidadas. Crisis, queda prohibido decirlo; Guerra ¿nosotros? ¡imposible!: lo nuestro es… intervención humanitaria a base de bombas contra el Genocida… al que no hay mandato para derrocar, porque lo digo yo, porque sí, porque lo dice Sarkozy.
    
     Es que es ésta una guerra, perdón Mr Rubalcaba, una intervención legal, proclaman. Y se quedan tan anchos, tan muelles en su limpia conciencia de insobornables benefactores de la Humanidad. Y como es legal, los acribillados por las bombas lo son legalmente, claro, tanto que casi ni lo son. Es que hay mandato del Consejo de las Naciones Unidas, arguyen, cómo si fuera ésta una vitola de lesa humanidad y de suma justicia que hasta resucitara los cuerpos achicharrados. En uno de esos paralelismos que la Historia, como farsa y como tragedia entremezcladas, se complace en ofrecernos, resúltase que Genocida Gadaffi presidió la Comisión de Derechos Humanos de la muy legal ONU, a la manera en que Josu Ternera, el cerebro de la hecatombe de Vich, presidió idéntica comisión en el Parlamento Vasco, que hay que verlo por escrito y pellizcarse luego para creerlo. No puede descartarse, pues, que, por mor de la Alianza de las Civilizaciones y de las ansias esas de paz, al igual que hizo con don Evo, vaya al cabo la señorita Trini J a acercarle a la vera de la jaima uno de los míticos jamones suyos a Muamar, una vez humanitariamente bombardeado.
     Le preguntaba la otra mañana una gran comunicadora de la radio a un militante del PSOE con cien años ya vividos que en qué consistía para él el ser de izquierdas. Rápido le contestó el centenario, como el que recita un catecismo bien aprendido: “en ser una persona decente y en ponerme al servicio de la Humanidad”. ¡Zape!, pensé entonces yo: la viva estampa de Zetapé, más el Viento y la Odisea del amanecer libio que por doquiera van con él .  

   

jueves, 24 de marzo de 2011

Los Cincuenta de Fukushima

    
    
      Ahora que, aunque sea todavía con los dedos cruzados, parece que podemos respirar más tranquilos todos, ahora que parece ya librada y con victoria la batalla vuestra en las entrañas mismas del monstruo más voraz que pueda imaginarse, ahora que en el silencio del anonimato –no conocemos ni uno sólo de vuestros rostros- habéis conocido el triunfo en una epopeya escrita con las letras altas de un coraje que no cabe en sitio alguno, que debiera ser inolvidable para siempre en el mundo entero, y antes de que el tigre histérico de la actualidad se cebe sobre gadaffianos endriagos, permitid que al menos este diminuto bloguero, desde el lúgubre ventanuco de su covacha en los confines de Europa, incline la cabeza monda y lironda ante vosotros y os rinda verdadera pleitesía, la que se debe a unos auténticos héroes que sin dudarlo expusieron sus vidas para salvar las de sus compatriotas, entre ellos la de una dulce japonesita que según el sanblogger soporta conmigo –unida esa mano a la de todos los que me leen- la vela pobre de este blog.
    
     Retemblaron las Tierras de Extremo Oriente con violencia inusitada, revolviéronse contra todo las aguas profundas del mar del Japón con un furor desconocido, arrastrando en su estrago criminal vidas y cosas hasta hacer de ellas incontables y catastróficas escombreras. Se hizo trizas ante nuestros ojos un mundo entero armónico y bien trabado. Por si todo fuera poco las centrales nucleares, esas ingenierías humanas tan fabulosas cuanto riesgosas, y en su grado máximo concentradas ambas dimensiones, desarboladas por maremoto tan horrible, exhalaron de pronto su urgente amenaza apocalíptica. De forma tan extrema llamó el Destino a vuestra puerta, en manera tan exacerbada convocó el Hado el reclamo de vuestro arrojo: simples hombres contra… ¿contra qué?... contra una gigantesca maquinaria infernal y devastada a punto de reventar y de reventarlo todo con ella, contra el frankesteiniano dragón inmenso de alientos criminales.
    
     Cómo no ponderar el cuajo de vuestra templanza para adentraros con desprecio del miedo y de la propia vida en esas horribles fauces, en el mismo corazón de las tinieblas radiactivas, salpicados por los venenosos humores borboteantes de la Bestia inclemente y sulfurosa,  ser capaz de mirarle a los mismos ojos a la Bestia desatada en su cueva , en aquel paraje humeante, con las trazas de la peor pesadilla de ciencia ficción de golpe hecha realidad y que en cualquier momento podía explotar, el horror conradiano hecho realidad en esa colosal nave que expedía vaharadas de muerte lenta también, cómo no celebrar valentía tanta.
     Es seguro que hay entre vosotros de todo, porque no se dan, por mucho que se parezcan como gotas de agua, dos personas iguales: hay entre vosotros, seguro, héroes heroicos, por así decirlo, de esos que gastan porte y lámina de homéricos titanes, de Aquiles, Ulises, Agamenones, Ajaxes homéricos de ojos rasgados –quién fuera ahora el genial bardo ciego que pudiera cantaros como merecéis- en esta otra guerra de Troya. Pero habrá también entre vuestro grupo, hombres y mujeres, personas de muy distintos humores: calladas, hurañas, juerguistas, despistadas, nerviosas, perfeccionistas, ansiosas, temerarias, misántropos, extrovertidas, en fin, la variedad de temperamentos que dánse entre los hombres, galvanizados todos por una común decisión ciega y rotunda de aplacar los vagidos reactores de la Bestia.
    
     Me gustaría saber vuestros nombres japoneses y aprendérmelos de corrido, para a la inversa que los esquimales, que conocen ellos cincuenta vocablos diferentes para nombrar la nieve, tener yo uno  muy largo, cincuenta jirones fundidos en uno solo, bufanda fukushima tejida con los retazos de vuestros nombres, con el que significar a mis amigos el supercalifragilístico de la entrega y la abnegación totales, y entendernos de sobra así. Qué profunda ironía  guarda el hecho de que trataba sobre todo vuestra intrépida misión dentro de la cibernética central atómica en humos en transportar el agua fría que apaciguara las bocanadas mortíferas de la Bestia, en llevar el mismo hilo cristalino del líquido esencial que a otra escala me pedía, que nos pedía, aquí Javir ayer mismo para no hacer el Bestia.
    
     Ahora que habéis en gran medida bordado una hazaña enorme,  destinada a perdurar en los libros de Historia junto a las gestas más nobles y serias de la Humanidad, no me parecería del todo mal que los más bromistas de entre vosotros, al estilo de los cinematográficos Cazafantasmas ataviados, le arreárais unos cuantos manguerazos en todo el jeto al impresentable comisario Oettinger, ese cretino indigno, que sembró el pánico con sus baladronadas, -o mejor, meterle el pescuezo un rato en el núcleo vivo de la central-, al gobierno francés que acusó en falso, a la voluble frau Merkel que pensó sólo en elecciones y no confió tampoco en vuestro gesto supremo. Y ya de paso, si pudiérais también, oh, mis Cincuenta de Fukushima endiñarle un manguerazo más en todo el morro a Gadaffón, esa otra bestia parla, y ensoparle hasta hacerle tiritar los huesos sobre los modelitos radiactivos que él se gasta.
     Hacedlo, hacedlo, tomaros ese mínimo desquite, venerables japas de Fukushima, y bendita sea vuestra estirpe indomable, que mi corazón, henchido de gozo, bombea hoy sangre agradecida, sin miedo alguno a la grandilocuencia -¿para cuándo si no ésta? ¿acaso para hacerle la ola a Rubalcaba, ese héroe?- al compás de los vuestros. Que la Vida, después vuestro legado, es algo más que una pe eme. Y konichiguá, of course.
             
       

martes, 22 de marzo de 2011

Sucedió en el blog

    
    
     La excrementicia Chanson de Santiago Segura en el twitter nuestro de cada día –la “puta mierda” esa que dice él que es su personal life-, como a Angélica Houston en la delicadísima peli que su padre hizo a propósito de los Dublineses de Joyce, me trajo al primer plano de la memoria otra para mí muy inaudita deposición, a cargo de la gran Escritora, que en su día no tan lejano, dejóme aún más  patidifuso. Siempre del exitoso creador de Torrente –Madame Bovary c´est moi, que dijo Flaubert- puede esperarse algo así. ¡Pero, la pura merde en boca de la gran Escritora! ¿Qué misterio escondería su impensable exabrupto? Ayúdame, lector mío, a desentrañarlo. Es como si bajo el Reinado de la Mugre, lejos de inspirarnos los aspirantes a escritores en el célebre aroma evocativo de las magdalenas proustianas, si lo que queremos es estar al cabo de lo que triunfa, hayamos la infame tropa de los fracasati de respirar la moderna fragancia de las heces que por todas partes los más reputados creadores nos esparcen, que hablan y escriben ellos peor que los carreteros más garrulos.
    
     Entonces, segundo día del año 2010, era uno habitual comentarista del blog de la muy apreciada escritora. Novelista ella de renombre, premio Alfaguara en su haber, habitual colaboradora nada menos que en El País y en el televisivo Qué grande es el cine de Garci, me gustaba a mí mucho su estilo intimista, humilde y perspicaz. Su blog, con todos los respetos, me resultó al poco tiempo muy decepcionante, por escaso, por desmañado, y por consistir sobre todo, para mí, en la repetición de los habituales esquemitas progres, a favor de la corriente prisaica que ese día soplara. Es verdad que el blog global era de la casa, y entonces un poco se entiende todo eso, en fin, que uno no se chupa el dedo, aunque leía yo entre líneas a ver si. Nada. Quizás es que no le pagaban, no sé. Le hizo un post a la Thyssen nombrándola por su cuenta Baronesa del Pueblo, acaso por ver si donaba ella así su colección baratita a mayor gloria del gobierno zetapeico, que aún me retumba en el cerebro.
    
      La ventaja y la maldición del Internet es que su residuo fukushimo queda ahí hasta la eternidad, creo. En aquel blog nos hicimos, como simples comentaristas, amigos cibernéticos un ángel y yo, de quien me precio hoy de seguir contando con su valiosa aportación en esta covacha mía que él encontraría luego para mi más grata sorpresa, bajo un regio nombre que sólo sabrá él si le apetece desvelar. Le poníamos allí los dos casi a diario, como puede aún leerse, mínimos y poéticos reparos a las volubles ventoleras de nuestra admirada escritora, simples hormiguitas nosotros cosquilleándole un poco los tobillos a la blanca estatua de la Diosa, aunque nos hacía ella caso ninguno. Nunca descendió de su Olimpo para siquiera entonar aquello tan manido de ¡hooola fondo Norte!, que al punto le hubiéramos hecho nosotros la ola tan contentos. Se ve que en esto de los blogs hay también clases, y hasta lucha de, y dominan consagrados Autores que, como los Dioses más insensibles, jamás tienen a bien aparecerse ni por  milagro a sus incondicionales, por más que por ellos incluso matarían.
    
     Bueno, sufrido lector mío, llegamos ya a ese 2 de enero, vísperas del celebérrimo Premio Nadal, acaso el de mayor prestigio del orbe literario hispano, también ya en las fauces fukushimas de Planeta. Durante el diciembre anterior nuestra Señora la Autora sólo había colocado dos post, de tema literario y costumbrista. Llevaba más de quince días sin poner nada en su blog, cuando ese dos de enero, vísperas del Nadal, bajo el rotundo título de “La vida continua siendo una mierda” escribió ella: “queridos amigos, odiados enemigos, aunque nunca se sabe bien quienes son unos y otros. La vida. La vida te da sorpresas porque nuestros cerebros son muy complicados. En nuestros cerebros hay mucha mierda camuflada de bien y honradez, de justicia y lealtad, de dignidad y bla, bla, bla. Pero por debajo asoman las manías, los celos, el desprecio arbitrario y un mal rollo que te cagas. Por eso uno de los textos más visto y comentado de este blog es La vida es una mierda, frase que no es mía pero que resume bastante bien, sin palabrería, lo que hay. Amigos, esto es lo que hay. A todos os deseo que tengáis un maravilloso 2010”.
    
     Ostras, al leerlo desapareció la sangre de mi rostro. Jamás respiraba ella filosofías así de fangosas y zurullescas diríamos, más bien lo suyo eran la condena del dinero y del triunfo de los acaparadores y la humilde promoción de la fraternité, de la igualité y de lo otro.  Así es que, en verdad estupefacto, ese mismo día en su blog la nada fracasada que yo era le comentó –se puede aún leer-:  “¡…no, no y no!, en ningún caso la vida es una M, en todo caso la vida es una tómbola, ton, ton tómbola, de luz y de color, oo-ooh, … no doy crédito a lo que leo, ni la Esteban lo mejoraría, en vez de roscón de reyes mejor un roscón de M, como nuestros cerebelos,… cómo empezamos el año, el annus, mejor, claro, que la gente de la escena, fingiendo todo el rato, se desean siempre mucha mierda, ahora que dice la Bardem que a quien diga que es de la Ceja ella lo mata, como la Esteban, ambas por su familia MA-TAN, vaya inicio de globazo… bueno, vale, touché, puta mierda será todo, pero como dijo el Otro, con algo de palabrería, eso sí, mierda enamorada…algo le pasa a distinta Clara, es claro”.
    
     Y sólo cuatro días después de que la vida continuara siendo una torrentiana deyección, en el intermezzo desasosegante de las puñalás traperas que da la vida a costa de la concesión de sus codiciados galardones, que hay que ver cómo entre sí se la clavan los más humanistas creadores en el quítate tú que me pongo yo,  los media trompetearon alto y claro el flamante nombre de… ¡nuestra Autora!, galardonada por los Reyes Magos planetarios con el Premio Nadal, y ya de esta manera a los más altos altares literarios consagrada.
     El día doce de ese enero pringoso puso ella las diez lineas de su siguiente post: que daba las gracias a todos en este momento bonito de su vida, que no ocultaba ella sus estados de ánimo, que leía los comentarios del blog y que… ¡adivinaba! , intuía quién se esconde detrás de un nombre (compi, qué peli se haría ella sobre quién éramos nosotros, si casi éramos tú y yo los únicos fijos comentadores del blog), ah sí, y que el libro premiado, LO QUE ESCONDE TU NOMBRE (nótese el encaje de bolillos de todo este lío), estaría ya en las librerías el día 4 de febrero (¿para qué esa precisión de la salida a Bolsa de lo suyo, qué escondía eso, digo yo ahora?). Bueno, pues con todo y con ese queso,  mi amigo y yo la felicitamos mucho, como aún puede leerse, Aunque, la verdad,  creo que a Ella eso le importó una eme, tan minúscula como nosotros.
    
        

domingo, 20 de marzo de 2011

A la atención de Santiago Segura

    
           Querido Santiago:
     Te escribo estas cuatro líneas con la recta intención, aun no siendo en nada entusiasta de tu torrencial cinematografía, -si he serte sincero debería confesarte ya mismo que me hallarías a mí más bien entre los más aguerridos debeladores de la misma, aunque bien pensado, no sé que le pueda menoscabar la insignificancia total que a mi me adorna a la jocosa abundancia de las multitudes que con tus obras disfrutan- de transmitirte mi ánimo y mi aliento fukushimo en las amargas horas que atraviesas. Todavía anda uno un poco conmocionado con la nueva de la flor negra de tu secreto, no creas. No es plato de buen gusto contemplar a un hombre tan exitoso como tú al mismo tiempo conocedor y revelador de su íntima y acaso decisiva derrota. Pocas cosas hay tan conmovedoras como la confesión desolada de un hombre triste justo al arribar a la cima misma del mundo. No es nada usual ver a todo un hombrón producirse en tan angustiosos términos. El mismo Torrente, por decirte algo, nunca lo haría.
    
     Como cantaba Miguel Bosé, como decía el serial inmemorial, los chicos ricos también lloran. Como señala el tópico más sobeteado que en ti ahora se cumpliera también, incluso entre los más privilegiados por la Fortuna se abre paso la sombra inmisericorde de la amargura. Como si en la vida, esa perra torrentiana y tarantiniana, no pudiera jamás tenerse todo. Que en el mismo momento en que bates todos las plusmarcas históricas de asistencia y de metalífera recaudación con la recientísima obra tuya, una tetratología ya, verdadero torrente inacabable ya en la Historia de nuestro cine, cuyo éxito achacabas precisamente al sentido del humor hispano, que hayas hecho saber justo ahora al mundo a través del suero de la verdad del twitter “la puta mierda” en que consiste tu vida personal, es muy lastimosa estampa, sí  señor, ya lo creo.
      
     De qué sirven éxitos, cifras, renombre, inteligentísimos merchandaisings, pilas y pilones de euros, si nada menos que la vida personal, la esencia última de lo que uno tiene, la verdadera obra que uno con su talento se construye, lo más granado suyo, su dimensión más veraz, la contempla uno nada menos que como una puta mierda. ¿Es una hábil finta tuya para hacerte perdonar tanto triunfo y tanto vil metal, para igualarte así en apariencia a las multitudinarias masas que se dejan los pocos cuartos en ver tu producción torrencial? ¿La exteriorización gratuita de un oscuro sentimiento de culpa? Sí, esos jueguecitos con las palabras a los progres del establishment se les dan de vicio; con cuatro palabritas enfáticas disfrazan como nadie, chupiguais ellos, la élite egoísta de su privilegio. “Hay gente –dices- que se levanta por la mañana y una ola gigante se ha llevado su casa, su curro y a un par de familiares… Mierda. Claro, eso lo pensamos todos, aunque últimamente qué fijación con la pública mención de la cosa excrementicia, remember Trueba, Vigalondo, Gabilondo, Sardá, Milá, Jorge Javier, Jordi G… que habláis los triunfadores peor que los patanes del arroyo, los pobres, que luego claro, qué hombres de provecho va a poder hacer de ellos Telecinco.
     Los peor pensados ven en tu íntima revelación en las redes sociales una fenicia artimaña más por causar revuelo y que no decaiga ni en un dígito siquiera la ola del tsunami triunfante, y un poco radiactivo también la verdad –que son causa de mucha risa entre el Pueblo las torrenciales ventosidades que pueblan tus filmes-  de tu última producción. Son sólo los peor pensados, ya te digo, porque a la inmensa mayoría les caes muy bien.
     
     Yo, que soy nada, creo que ha de ser, si tú me lo permites, una mezcla de todo ello, pero no te veo capaz de echar al fuego del ruedo también la moneda falsa de tu más íntimo malestar. No es del gusto de nadie mostrarse así y cree uno que con esas cosas no ha de jugarse. Como dicen los libros de autoayuda está en nuestra mano mejorar  nuestra condición. Ayuda, tú que puedes, con todo el éxito oficial que arrastras, con una mínima propina del monto que tú mueves a un fracasati  y pronto te sentirás personalmente mucho mejor. Verás, Santiago, tengo yo un tomo de muy románticos y logrados relatos, ignorados del mundo por las editoriales por no tener quien me los apadrine, y sería para mí un honor que tú… y si quieres, por la cosa comercial, les añado unas cuantas mierdas por aquí y por allá… y nada, que ojalá  llegue esta misiva por torrencial providencia a tus ojos y pueda ser esto el principio de una gran amistad, y que sea así lo mío un poco más conocido, y sobre todo, Santiago, que tu vida personal se vea cumplida de muy hondos galardones, que, estoy contigo en eso, “los ciclotímicos, exitosos o fracasatis, somos ansí”.
     Atentamente     José Antonio del Pozo  


jueves, 17 de marzo de 2011

Historia de una bufanda fukushima

    
    
     Venía  hoy hacia el trabajo con las manos dentro de los bolsillos y silboteando. Hum, la mañana era como una de esas pastas que parecen horneadas a lo dulce en las entrañas de un universo nuevo. Era tan buena que recordaba al mundo falso del show de Truman. Sí, todos aquellos extras, tan joviales, prestos casi a ponerse en mangas de camisa, hacían a la perfección su papel. El sol relumbraba sobre el cielo azul y derramaba ya su confitura sobre todo. Parecía el sol un recluta ardoroso que sacara pecho, con el pie encima de un General Invierno recién tumbado a sus pies. Le faltaba, ya digo, sacar el cornetín y tocar a victoriosa diana. Le hubiéramos a coro ovacionado. Haciéndole las veces al recluta, unos vencejos ponían en sordina su fanfarria.  Hasta la tibia brisa, como una mamá cariñosísima, nos repeinaba de alegría la cara a todos.
      Saludé así con la mente a mi artilugio luminiscente favorito, hola mía farola, ya tú sabes, la que un día encontró mi melón desprevenido en su camino, la responsable última de que me tome yo desde entonces las cosas un poco a la tremenda, ciao, ciao, farolita. Lástima que una nube blanca, un gran cúmulo algodonoso que en cualquier otro momento nos habría evocado sin esfuerzo el mullido tálamo ideal sobre el que revolcarnos, nos devolviera de golpe al nudo de la tragedia japonesa, a la central nuclear de Fukushima.
    
     Se cortó en ese instante todo el caudal del contento que nos traíamos. Nunca hubiéramos podido imaginar que el contemplar una nube, la poética promesa de ingravidez que siempre consigo encierra, podría enturbiarnos tanto el semblante. Oh, Dios, las noticias seguían siendo pavorosas. El Emperador Akihito, sin rastro alguno de divinidad ya sobre sí, había llamado por televisión a los japoneses “a ayudarse mutuamente”  en esta tesitura imprevisible. Me detuve y miré entonces a los ojos a aquel brioso sol naciente, cavilando si acaso otro sol fabricado por los Hombres –grandeza y miseria de estos- no acabaría oscureciendo para siempre al que esta mañana con tanto primor nos acariciaba. Tuve muy pronto que cerrar los ojos, claro.
    
     Y cuando los abrí, al otro lado de la calle, como otro sol naciente, allí estaba Ella. Como si de repente las tristes lineas de ayer se hubieran corporeizado ante mí y lo platónico hubiera encarnádose en ese punto sólo en madrileño, como si en las alturas un bromista con Poderes quisiera vacilarme, o como si San Paulo Coelho me hubiera desde algún lugar echado un cable y mi plegaria hubiera obrado el prodigio, es decir, como si fuera yo esta mañana el mismo emperadorcito al que le hubieran sido transferidos de matute los atributos propios de la divinidad, lo indudable era que la dulce japonesita que en mi imaginación calenturienta había yo alimentado ayer como la seguidora única de mi pobre blog por las atormentadas tierras del Japón, ¡por todos los clavos del Trono del Crisantemo!, estaba allí.
    
     Así flasheé durante un instante, como si acabara de estamparme otro farolazo en todo el coco. Luego pensé “desde luego, tío, eres un torrente, no tienes remedio, tú estás tronado”. Era en todo caso una adolescente menuda y de rasgos nipones, con melenita corta muy negra y una piel blanca y delicada, que en ese trago me pareció delicadísima porcelana en un tris de quebrarse. Vestía pantalones y cazadora negras. Ah, maldición, por más que fuera bien normal,  entonces se me antojó a mí bellísima.
      Balanceaba hacia un lado y hacia otro, con gesto de apuro, las puntas de su melena negra, en la acera opuesta a la mía, observando la peligrosa riada mañanera de los coches sin atreverse a cruzar. No había por allí pasos de cebra. Me acordé entonces de Sánchez Dragó y de sus zorritas tokyotas. Nada que ver con ellos, ni ella ni yo, off course.  En un fogonazo pensé incluso en telefonear a Fernando, el mio figlio de los ojos de amianto, tan deseoso él de aliviar al tiempo a la Japonesidad y a la amiguita que le metió en esa secta. En fin, ahora estaba él en clase y para su confuso padre es eso tan sagrado como lo es el trabajo para los japoneses, así que, sorry mío figlio, te perdiste a la única asiática seguidora del blog que hace estremecerse al mundo.
    
     Entonces miré de nuevo a la nube de antes, que en su panza habíase tiznado de una grisura que nada bueno presagiaba. No sé si es que la dulce japonesita, que seguía sin poder cruzar la vía pese a intentarlo, también había guipado con sus ojos oblicuos la nube gris, o si es que, a pesar de hallarse a miles de kilómetros, la dramática amenaza que sobre sus compatriotas se cierne de alguna manera en su fuero más íntimo en ese momento la escalofriase, pero, a pesar de la cálida mañana, ella extendió entonces, completamente desdoblada sobre el cuello y sobre la boca, una ancha bufanda roja que antes yo no la había visto. ¿Por qué, a pesar de la temperatura a todas luces primaveral, aquel sutil gesto de autoprotección, como una mascarilla de amparo esa bufanda roja que ella dispusiese contra la nube, contra lo que quizás también en la otra punta del mundo oscuramente la amenazaba?
    
     Cuánto hubiera deseado yo entonces que ese ademán desvalido en medio de la mañana clamorosa hubiera acabado por fundir los plomos de mi mediocre cordura pequeñoburguesa. Como siempre, no hice nada. Bueno sí, cerré otra vez los ojos (va a ser que es este escapismo lo mío genuino) e imaginé lo que me hubiera gustado que pasara. Que sucedíanse ahora altisonantes pitadas de cláxones, chirridos de frenos, exabruptos torrentianos a mi escarnio sin duda dirigidos. Y es que había irrumpido yo en mitad de la calzada con arrebato propio de demente y voces amenazadoras que ordenaban a los coches detenerse. Que lo conseguía. Que Ella abría los ojos como si una mariposa blanca desplegara allí mismo sus soberbias alas. Que me salía, por si lo anterior fuera poco, como en el guión de una peli de serie B del año de Fu-Manchú, una oriental reverencia que me quedaba además preciosa, -ni que hubiera pasado yo toda mi existencia sin salir del palacio de Hiro Hito-  para indicarle a la dulce japonesita que podía ella atravesar ahora en paz aquel mar rojo. “Konichiguá”, le decía yo encima, justo al bajar la cabeza ante ella, que pestañeaba delante de mí y apartaba la bufanda roja de su boca y me sonreía una micra con sus ojos negrísimos a la misma vez que, entre el júbilo de mi calle suburbial, las radios de todo el mundo anunciaban a los cuatro vientos que los Cincuenta de Fukushima habían logrado por fin derrotar al monstruo.
     Sólo que cuando abrí los ojos nada de todo eso había ocurrido; perduraba la tragedia del Japón, y mi dulce japonesita había desaparecido ya por algún lado. Además, “tú que sabes”, me dije, puede que fuese sólo una dependienta china del todo a cien que hay tres manzanas más allá. “Vamos, vamos, a trabajar”.    
    
          

miércoles, 16 de marzo de 2011

Fukushima, mon amour

    
    
    Veo a Fernando, mi hijo, con sus quince años a cuestas, seguir en vilo las terribles noticias del maremoto japonés. Le veo resoplar, cabecear a un lado y a otro, abrir, con gesto que pidiera clemencia a unos dioses invisibles, los brazos una y otra vez. La tragedia del Japón le ha tocado –y en la manera en que a su edad pueden esas cosas hacerlo- especialmente: el manga, su amiga japonesófila, que no vive en Madrid, que es quien le ha preciosamente irradiado, creo yo, esa afición por lo japonés, las cuatro palabras en ese idioma que se ha machacado ante el espejo. Quizás por vez primera de forma consciente quiere saber él cosas del mundo. Me contó que le habían contado a él que es el Japón un país que ama la limpieza, que las calles niponas lucen impolutas. A él, que es un desastre con patas, eso le gustó. Vaya hombre, pensé yo, tócate los torrentes.
      Cada vez que escucha él que son los japoneses gente laboriosa y aplicada, y que por espeluznante que sea la hecatombe que ahora sobre ellos se abate, sabrán ellos levantarse de nuevo, que ya lo hicieron tras Hiroshima y que lo volverán a hacer… yergue él los hombros, investido de un súbito orgullo que sintiera él como propio… para volver a hundirlos con la difusión de las nuevas más y más aterradoras… jooder, jooder… es que es mucho, exclama por lo bajini. No sé muy bien qué decirle en esos momentos en los que está conmigo mi hijo. Creo que soterradamente envidio un poco a mío figlio, todo ese candor perdido.
    
     Buscando adrede bajarle un poco esa fiebre, conocedor como es uno de que, punto primero, la vagancia congénita es también nocivísima contaminación que sufren los adolescentes del hoy en el mundo desarrollado, y, punto dos, que  Fer es adolescente in Madrid, ergo Fer es un redomado… eso, delante de unas imágenes de destrucción que de irreales que eran en su dimensión descomunal parecían tener la textura misma de una pesadilla o de una película moderna,  de sopetón le interrogué: “A ver, Fernando, ¿te irías ahora mismo a Japón a ayudarles a levantar esas montañas de estropicios y de bienes destrozados?”. Entonces Fernando me miró con ojos que echaban chispas de amianto: “Pues claro. Ahora mismo”. Touché, me dije para mí.  Nos quedamos luego los dos en silencio, hipnotizados por aquellas imágenes delirantes.
    
     Pensé luego en las cincuenta personas que contra algo más que viento y marea pelean en las fauces horribles de la central de Fukushima. Me acordé de algo más: según las estadísticas que proporciona blogger –ve tu, Lady Gaga, que las entiendes, a saber qué pueda haber en las mismas de verdad- tiene este diminuto blog, esta mísera covacha, UN visitante japonés. ¿Por qué deseé entonces que habría de ser ese lector una muy dulce japonesita?  Me odié al instante por ello. Recé entonces por los cincuentaiuno. Mentalmente, aunque para nada sirva, como si fuera yo un Paulo Coelho del fracaso, sólo alcancé al final a decirles: os amo.    
           

martes, 15 de marzo de 2011

Santiago Segura, ese torrente

    
     El landismo es, desde luego, arte y ensayo sueco al lado de la bajísima estofa de Torrente. Estos son mis poderes ha venido a decir por la vía inobjetable de los hechos su inspirado creador, Santiago Segura, una máquina de hacer millones el tío, un lince disfrazado siempre de menesteroso, muy progre eso sí, es decir, muy partidario de un igualitario reparto de los bienes en esta “podrida” sociedad: 1 millón de espectadores en el primer fin de semana, 8,2 millones de recaudación en esos días, 666 cines, 910 pantallas. Lo repican bien alto todos los media: la película más taquillera del cine español. Ahí es nada. Loor y gloria de Santiago Segura, ese torrente que no cesa. Loor y gloria de la sociedad española también, por supuesto, de sus élites pensantes, de sus instituciones, formadoras de las “generaciones mejor preparadas de la Historia de España” como machaquea el recurrente eslógan.
    
     Enésima constatación del Reinado de la Mugre, sobre la seda lujosa del 3-D of course. Las cifras de Torrente: el polígrafo de la Verdad, DNI  y ADN, la exacta  radiografía inesquivable de la sociedad española, espejo en el que se miran y que les refleja, ese millón de amigos que tiene Torrente, que se aprestan el primer finde a solazarse con sus regueldos. Por supuesto, no muy distinta a la Mugre Transnacional propia de las sociedades hiperconsumistas y maleducadas: Sangre y Semen, l´air du temps, decíamos ayer de Lady Gaga, y Sangre y Semen, no otra es la bien segura apuesta de Santiago Segura, en su cuarta deposición millonaria. Mugre entronizada, claro, como revela la alegre participación de los más populares líderes sociales en la Cosa, que le transfieren así su misma naturaleza triunfadora y canónica, fundiéndose ahí el hambre y las ganas de comer, toda la élite triunfante bajo ese fetiche y el perfume ganador de las heces bendecidas.
    
     Dice Segura que es que triunfa él “porque en España tenemos mucho sentido del humor”, idéntica clave pret-a-porter que siempre nos restriegan por los morros el de La Noria y el del Sálvame, como un mantra aprendido para la ocasión. Qué graciosos son ellos. ¿Sólo humor? Segura, puesto ya, da un paso más: “es la oportunidad de reirse de gente machista, mezquina y racista…” claro, claro, que lo de Torrente es sobre todo denuncia social comprometida, niquelada en ese sentido al servicio del Dogma Progre, que pasa por animalizar lo “facha” a la vez que se atiborra uno de vil metal limpiándole los bolsos a una audiencia barbárica, complacida encima en su propia molicie y burricie, hay que ver qué gracia tiene Segura.
    
     Y al cabo su pretencioso corolario de Autor, qué valor, “… te ríes de todo eso y es algo catártico”. Nada, hombre, que sales de Torrente  purificado de todas las bajas pasiones, engrandecido en el fondo del alma y en estado de gracia humanista hacia el mundo y sus semejantes. Debe ser que la Poética de Aristóteles encarnó en la mente de Santiago Segura, lírica y elevada como pocas, generadora inmisericorde de una belleza… torrencial, claro, por más que uno le vea como el exitoso seguidor del más ramplón cinismo tan propio de estos tiempos. Nada, señor Segura, siga usted haciéndose más rico aún, siga usted tan progresista, ánimo, a por el quinto, que no hay quinto malo, que es lo suyo un inagotable torrente de poesía.    
    

lunes, 14 de marzo de 2011

7 años después, Esther

    
     Anoche, en el Veo TV, Esther Sáez, víctima del 11-M y Casimiro García, periodista, sentados en torno a una mesa blanca. ¿Una conversación de igual a igual? No, una entrevista en voz baja; nada más, pero nada menos que una entrevista. Un periodista sobrio, comedido, conocedor de su responsabilidad social, no al dictado de un ego aparatoso, no; al servicio de su obligación profesional, el de proporcionar contenidos relevantes a la audiencia. Un estudio escueto, una realización nada enfática, sin virguerías ni planos psicodélicos, al servicio sólo de las palabras que una a una va desgranando Esther, con una sonrisa serena sobre el rostro, superviviente del mayor atentado terrorista en Europa, el testimonio de su dolor, de su corona de espinas, de su resurrección, la gesta de una rosa renacida, también. Parecía la misma entrevista un oasis en medio del desierto inclemente. Qué lección del periodista, sin gastarse la más mínima ínfula de animal televisivo, formulando en tono sereno las preguntas esenciales, sin buscar el morbo, sin exprimir a la persona, sin buscar la truculencia gratuita, dándole sólo pie a que expresara ella su vía crucis y su valor, su pasta maravillosa. Qué increíble textura humana la de Esther. Flores ambos de otro mundo.
    
     Participamos así, sin sentirnos utilizados, sin que busquen removernos las vísceras, sino precisamente apelando a lo más noble que haya en lo profundo nuestro y en nuestra razón, a nuestra capacidad de comprensión y de imaginación, de la doliente experiencia de Esther, que ella tiene ya, siete años después, para haber podido digerirla y superarla, racionalizada, y que la transmite con una sabiduría y un pulso inconcebibles, que no nos ahoga  en sí misma, que, al contrario, nos mueve a pensar en Japón, en Haití, en… “Me sentaba siempre en el mismo asiento, no sé, esas pequeñas rutinas en que consistimos, a esas horas tenía siempre un poco de sueño la verdad… yo estaba en el mismo vagón de la bomba… me reventó… había a mi lado un chico joven y estaba muerto… son flashes,  es tan irracional todo que a la mente no le da tiempo a procesar, estás viendo restos humanos, estás oyendo a gente gritar, tú mismo te sientes muy débil, oyes raro, porque los tímpanos se revientan, pero eres consciente de que hay muchísimo dolor, muchísimo caos, no podía respirar, estaba abrasada… me sacaron entre dos, hay una persona, que sería incapaz de reconocerla aunque la viera, estuvo todo el rato a mi lado diciéndome tú tranquila, vas a salir de esto… no los he vuelto a ver, fueron el aliento que necesitaba para luchar… no sabes lo que te ha pasado, la mente sólo intenta procesar hay que sobrevivir, nada más… cuarenta días, me dieron el alta antes de lo necesario, pero porque yo quería, tengo, tenía dos hijos muy pequeños entonces y necesitaba estar con ellos… tuve que volver a aprender a hablar, tuve que empezar de nuevo a andar, tuve que hacer ejercicios de memoria porque hasta se me olvidó… que tenía hijos, tuve que aprender a controlar una lesión en el cerebro que afecta a la coordinación con el lenguaje… a veces me salen palabras que no quiero decir, me río y ya está, tuve que retomar todas las cosas… once operaciones… me negué a tomar medicinas psiquiátricas, creí que podía con ello pero… por noviembre empecé a tener flash-back, esas cosas que salen en las películas de guerra, la ansiedad es tanta que te incapacita… fue muy muy duro volver a casa, no sabía ni cómo era mi casa… el de tres años se abrazó a mí y un montón de besos y superfeliz, el de año y medio no me quería ni ver… es normal… se encuentran a su madre con un montón de kilos menos, con la cabeza vendada, la cara aún roja de quemaduras, muy débil… necesita tiempo, es normal… en el Gregorio Marañón era mi tronco lo único que me funcionaba, no me podía comunicar, por la traqueotomía, no tienes más remedio que hacer un encuentro personal contigo mismo… sobrevives si tienes algo fuerte dentro de ti, para mí es Cristo, lo ha sido siempre… sí, sí, por mi fe he perdonado, me ayuda mucho el haber perdonado porque me hace crecer como persona…”.
    

sábado, 12 de marzo de 2011

A la atención de Lady Gaga

    
      Querida Estéfani Joanne Angelina Germanotta, que teniendo nombres tú tantos y tan bonitos no sé como consientes que te pongan ese adefesio por apelativo con el que se te conoce , como tampoco comprendo el que siendo tú con la cará lavá y recién peiná -que decía el otro- incluso guapa, por lo común hayas de comparecer con tan horripilante faz. Debe ser sin duda, visto tu éxito planetario, una estrategia meridiana a estos tiempos góticos que el carcamal renacentista que uno es no alcanza del todo a asimilar.
     Verás, querida Germanotta, -me quedo de entre los cuatro con éste, por parecerme acaso el que más justicia le hace a la exacta denominación de tu planta y de tu flor- te escribo, primero y sobre todo, porque me mueve hacia ti, por encima de tu estrafalaria envoltura, por encima del hediondo Perfume que en estos días anuncias, grande admiración ante tu Arte, único y distinto a todo, y no sé, me apetecía en mío blog decírtelo. Segundo, porque mi hijo se llama Fernando y a veces yo mismo me sueño Alejandro el Magno, de manera que entonces, Alejandro, Fernando, ya sabes. Sólo nos falta Roberto, Roberto Carlos y el millón de seguidores que tú tienes. Te cuento un poco, my lady: A mi hijo le ha entrado ahora la manía por el manga y por lo japonés. Es porque tiene una amiga japonesófila y el pobre se tira las horas muertas repitiendo ante el espejo “Konichiguá” y dos cosas más. Le ha impresionado lo del terremoto de allá más que si hubiera ocurrido en Madrid mismo, claro. Así es un poco este Fernando.
     Y tercero, te escribo, así es también un mucho este Alejandro, porque conocedor como soy de tu extrema sensibilidad a las más bellas artes, pues nada, contarte sólo que… tengo yo un buen surtidito de muy románticos relatos y había pensado que quizás, con la tremenda influencia que tú mueves por todo el mundo, una llamada tuya bastaría para sanarme del mío mal del penoso anonimato. Te propongo, estimada Germanitta, ¿mejor así, no? que seas mi lady Mecenas.   
    
     Ya, ya sé que son infinitesimales las probabilidades de que arribe este mensaje dentro de una botella que desde el destierro de mi minúsculo Perejil a los alcázares de tus ignotas mansiones envío, pero no quiero del todo perder la esperanza en los pequeños milagros, que entreverados con las más penosas catástrofes casi a diario acontecen por el mundo según nos cuentan en las teles. En fin, Germanitta, había pensado incluso, llevado sólo por la trampa de la desesperación, fíjate, hacerme pasar por damnificado japonés del terremoto, ahora que los súbditos del Trono del Crisantemo atraviesan las horas más difíciles, enterrando o buscando el rastro de los suyos entre el Desastre, y ganar mejor con este engaño tu compasión. No tengo arrestos para hacer algo así.
      Verás, es que escribí ya antes a Botín, a Garzón, a Lydia Lozano, y… nada. Podrás pensar acaso que el colmo de mi deshaucio me lleva ahora a disparar por elevación. Pero es que tú, Germanitta, hermanita mía, tú sí puedes de verdad comprenderme. ¿No dicen acaso que tu propia carrera se inició de forma bien casual, que tu propio padre, productor musical, al principio no quería ni mirarte a la cara? Quién me dice que estas torturadas lineas por puro azar no le llegan  a alguien de tu club de fans, que, conmovido, las envía a la nave nodriza de tu metropolitano club de partidarios, cuyo responsable, a su vez conmocionado, lo hace por el internete hasta ti llegar, y que me lees tú, Germanitta mía, en medio de uno de esos momentos tontorrones que a veces la Vida nos procura, quizás después de visionar un minuto de desgracia nipona, y que araño yo entonces con mis pobres recursos las entretelas de tu corazón, y que sacudida de belleza y alma grande exclamas… “a este cabronazo, quien quiera que sea, hay que darle una oportunidad, me reconozco en esa rabia”.
     Si sostiene la teoría de Catástrofes que el aleteo de una mariposa en Tokio puede desencadenar un terremoto en Los Ángeles, ¿no habrá también de ocurrir al revés, es decir, que un tremebundo terremoto en el Japón haga levantar el vuelo a la mariposa apagada de unos ignorados relatos? Sólo falta, hermanita mía, el soplo divino de tu intercesión.
    
     Ayer tarde, Germanitta, -no vas a creer lo que voy ahora a contarte, yo sé que es verdad, quizás no sea otro el motivo crucial de animarme a escribirte- tenía  que ir con mi hijo Fernando a un mandado. Iba él como a rastras, cabreado con el mundo, ve, tú que los entiendes, a saber por qué. ¿Barruntaría a su manera mi criatura, como hacen los animales, la catástrofe que se gestaba en el Extremo Oriente? ¿Se habría hecho su amiguita japonesófila el harakiri? Qui-lo-sá.  Él era Fernando y era también a la vez Alejandro, el Magno, porque me saca ya la cabeza. Encima el cabreo le estiraba un poco más al niño, así que el múa no llegaba a ser ni Roberto. Sólo era yo un padre confuso. La tarde, en el suburbio madrileño, de buena que era… resultaba milagrosa, con los cielos estirándose de impaciencia y de luz, como deseosos de lucir bien chuletas sus prendas de estreno. La tarde en Madrid desmentía de pleno la posibilidad de cualquier seísmo en el mundo. Había unos viejetes en el parque tirando al chito. No fallaban ni una. Le dije a mi hijo, Fernando, por favor, ¿has visto ese almendro? Me dijo a su vez él sin siquiera mirarme, ¿has visto tú eso? Me señaló el muro pintarrajeado de un local abandonado, sobre el que lucía el espantajo de un graffiti, LADY GAGA ES UNA BRAGA, pero alguien, Germanitta, algún refinado poblador del suburbio madrileño, había tenido a bien borrar en cruz con un nuevo graffitti la última palabra y sustituirla debajo, aunque más pequeñita, por MAGA. Desenfundé entonces yo mi lápiz, listo por una vez en mi vida de reflejos, tratando en vano de allí mismo añadir a lo de maga, más pequeño aún,  GUAPA, y referirme así de una tacada a las dos, a tu indómita y suburbial incondicional –no sé por qué pero se lo achaqué a una fan- y a tu misma persona, Germanitta. Me cargué el lápiz, claro, pero al menos Fernando y Alejandro, incluso Roberto, se sonrieron, aunque fuera de lado, y pudimos así de buena gana cumplir el mandado, mientras el crepúsculo, como una manta imprevista por encima de las cabezas,  nos caía de golpe a todos. Pensé, tengo esto que contárselo a Germanitta, y ya de paso, y ya que me pongo, lo otro le propongo. Sí, el yaque.    
    Si quieres, sweett Germanitta, puedo yo componerte gratis et amore letras para tu próximo Alejandro/Fernando, sólo a cambio de que me consigas una apañada edicionzucha de mis más romantics relatos. No quiero más. Quién sabe lo que a cada uno nos espera a la vuelta de la esquina. ¿Por qué no confiar en la beneficiencia suma de las más distinguidas estrellas, tan proclives por propia naturaleza a estremecerse ellas ante el asalto súbito de la Belleza, de donde quiera que sea que ésta venga? Anda, Germanitta mía, échame una mano, prima, házme un poco de caso, please.

jueves, 10 de marzo de 2011

The Antonio Molina Post

    
     Ahora que lo pienso, quizás el viejo chiflado del semáforo que salió en estampida al verme tan moruno el otro día, era en realidad yo mismo, un simple desdoblamiento ectoplásmico de mi triste figura. Eso de correr a casa a ver un deuvedé del año la polka es sin duda afición de vejestorio. Como si la calle atestada, como si el tráfico ruidoso, como si las púberes patinadoras que por las aceras jadean su ímpetu ya primaveral, toda esa realidad exterior sublevada pudiera ya nada grato decirte. Llegas entonces a casa, buscas el deuvedé del Pleistoceno, te arropas a la manta del Sr Botín, como el que alcanzara resoplando el refugio antiaéreo. ¿A quién sino a un trasnochado carcamal carca puede decirle algo un disquito de cuando la mili se hacía con espingarda? 
     Bueno, pues allí, como sobre el muro de una cueva prehistórica, estaba aquella entrevista, aquella persona, esas palabras tristes en su mayoría también, sus cantarinas composiciones de cuando era él un chaval, los vestigios de otra época arrumbada por el Tiempo que apaciguaran mi sed de fuga ante las lady Gagas del presente. Puede que el gagá fuera yo, no lo sé, pero allí estaba la prueba indubitable de otro tiempo, de otras televisiones, de otros frutos mejores a los que se recogen hoy en los medios de comunicación. Entonces los entrevistados no iban con la lección aprendida, no dominaban el medio, apenas sabían expresarse bien… pero ponían el fondo noble de su corazón en lo que decían. Hablaban como personas, no como personajes. No sé, lector, si eso será para ti sorpresa morrocotuda, lo es hoy en día pur muá.
     Te hablo, dilecto lector que a bordo de esta carroza ahora –espero- te recreas, de una entrevista de Lauren Postigo a Antonio Molina en el legendario “Cantares”. Qué  dramático contraste el de ambos caracteres ya de entrada: la floripondiosa fabla de Postigo, almibarada de arabescos jeribeques, endiosado en su melena platino de rubio doncel, como un Ben Alí de la Bética, como un Lawrence de Almería, como un halcón televisivo  que no le quitara el ojo altanero al pobre gorrioncillo que ante si tenía, un Antonio Molina en el declive sesentón de su carrera y de su vida, que apenas le aguantaba la mirada para escuchar la pregunta, que repetía las palabras del fiscal para procurarse algo de tiempo en la respuesta y que luego le huía el ojeo, humildísimo, lacónico y casi acobardado ante el gran alcotán de la pantalla. Aunque desigual y efectista, al menos Postigo hablaba aún en poeta. “¿A quién era, de entre los grandes del cante, a quien tú más admirabas de chico?”. “…A Caracol, era ceguera por él lo que yo tenía…”. “Sé que tú eres hombre de pocas palabras”, le espetó entonces Lauren. Sí, pero ya quisieras tú decirlas con la Verdad con que las pronuncia el gran artista, pensaría yo más tarde.
     Contaba Antonio Molina con verbo escueto y mirada baja sus difíciles orígenes, los primeros trabajos suyos como lechero, mozo de bar, como aprendiz de tapicero. “¿Qué  es lo mejor que te ocurrió al llegar a Madrid”, le inquiere Postigo, avizorando acaso una escabrosa revelación. Molina bajó más aún los ojos, quedó un instante en silencio, como si a sí mismo se estuviese formulando en serio la cuestión. “Lo mejor que me ocurrió a mí fue… conocer a mi mujer, que es lo que más quiero, y tener ocho hijos maravillosos, y que los ocho me viven gracias a Dios”. Bueno, no se iba a arredrar Laurens de Almería –acaso es que había estado antes contemplándose en el monitor- ante aquella sosería. “Díme cuál ha sido el día más feliz de tu vida, Antonio”. “Ya te lo dije anteriormente, el día que conocí a mi mujer”, replica Molina sin énfasis, con una sonrisa no fingida en los labios pero oculta la mirada al Cíclope interrogador.
     “Antonio, tú… tú hiciste muchas películas en tus mejores años, ¿estás satisfecho de ellas?, dijo Laurens, acaso deseoso de hurgar en alguna íntima herida. “Sí, estoy muy satisfecho de ellas”. “¿Te gustaría verte en alguna, dime, te gustaría?” (dime, sí o sí, venía a ser la cosa, porque es claro que se las va a poner). “No”. “¿No?” (no me jodas ahora Antonio venía a ser ese ¿no?) . “No, no quiero verme, no”, repite Molina manteniendo una sonrisa débil, un sol sin fuerza,  en la cara, doliéndose quizás del veredicto justiciero del Tiempo sobre la apariencia externa de las personas. Y Laurens  pone un surtidito de ellas, mientras Antonio hunde más todavía en el suelo el mirar.
     “¿Y el día más triste de tu vida?”, le suelta luego un poco a quemarropa al entrevistado. “El día más triste… es doloroso decirlo… -y vemos al artista mirando hacia arriba, pensando, vemos cómo se le va formando delante de nosotros el nudo en la garganta, cómo cabecea, como si deseara inútilmente apartar lo que tiene ya muy presente, cómo se le anubla el mirar, cómo se muerde el labio superior, cómo pugna en vano por mantener la sonrisa y se le rompe la voz al hablar en un hilo mientras la cámara le encuadra con respeto- el que mi madre no me vea… -parpadea, tiembla su barbilla, solloza casi, le brillan los ojos, abatida, desguazada de cuajo su persona- no me ve, no me ve… siempre que puedo estoy a la vera de ella, me tantea, me… pero no me ve… -no puede seguir hablando-. “Bueno, Antonio, deja de llorar, lo tuyo es el cante, esa es tu vida”, trompetea Laurens con voz de yunque, queriendo aparentar una dureza que tampoco él tiene, esto no se lo esperaba él, pero Molina no puede hablar, se le estremecen las comisuras de la boca, perdura su mirada empañada, los lagrimales hinchados, incluso le asoma a la boca la punta de la lengua, descontrolada, se muerde los labios, el rostro se le contrae, le vemos agitarse, como si fuera un arbol solitario en medio del llano y azotado por un viento ábrego, y es extraño, porque no tenemos en ningún momento la sensación de trampa, de asistir a un montaje, ni de ser indignos voyeurs, ni el propio Laurens esperaba algo así, ha surgido sin estar premeditado, han brotado en vivo la alegría y la pena de un hombre cabal, esa agua limpia que mana bien pura, y compartimos con ese hombre su dolor sincero, igual que cuando un amigo nos confiesa su pena más verdadera y honda, asistimos compadecidos a ese temblor, que es también el nuestro,  “… sí, y mi padre, y mi padre… y mi familia, ésa es mi vida”, consigue al cabo Antonio Molina articular, escindido aún entre el quebranto y la sonrisa, pero al final, rehecha en precario la divisa de su luminosa sonrisa, mira de frente a Laurens, que ahora, en señal de respeto, le baja la vista, mientras suena una de sus canciones mejores y acábase así ese Cantares.