... Pero el Amor, no como recurso de postalita cursilonga, no como reclamo de Grandes Almacenes para el Día E, no como cascarón vacío para galanterías trasnochadas, no como receptáculo sobre el que verter el coágulo almidonado de frases e imágenes tan grandilocuentes como falsas; el amor como el más noble impulso de la atracción, el amor como la expresión arrobada del cariño, la delicadeza y la ternura, como ilusión desaforada que trastorna las mentes y complica la vida de las personas, que las engrandece y enaltece como ninguna otra cosa, el amor verdadero como división sagrada del alma, como dimensión elevada y pura de la excelencia, el amor como coloreada pulsión que nos hace mejores de lo que somos, el amor como ese mágico elixir que nos lleva, para trascenderla, a olvidar la vida gris, es decir, a olvidar la muerte, a de alguna manera derrotarla como quevediano polvo enamorado; el amor, sí, la fuerza indomable que mueve el Sol y las demás estrellas, como anotó Dante, el amor en sus diferentes vértices y encrucijadas, las íntimas convulsiones, las cumbres y los páramos borrascosos a que interiormente nos arroja, la alegría sin igual que el amor procura, esa dicha, la pena inconsolable en que el desamor nos sume, esa condena, aquel adolezco, peno y muero que como nadie supo expresar San Juan de la Cruz, el amor humano, a menudo tornasolado con los jirones de lo canalla, pues no somos los humanos, ay, ni ángeles, ni demonios, simplemente humanos, demasiado humanos, y hierve con él también el horror infernal de los celos y el crudo témpano del desamor, aunque el Amor, su flecha, de eso estamos seguros, casi siempre traspasa y saca lo mejor de nosotros mismos, y cómo no anotar entonces la emoción por el descubrimiento del amor cuando niños, cuando brota como flor de una pureza luego ya inalcanzable, y luego el amor al asalto, esa navaja al corazón a la vuelta imprevista de una esquina también. Los animales fornican directamente, decía Neruda, ese otro gran cantor del Amor. Las personas, cuando andamos enamorados, entregamos tanto el cerebro como el corazón al otro, el cuerpo entero y lo más granado de nuestro espíritu para ella/él, va, cántalo it again San Juan de la Cruz, oh, noche que guiaste, oh, noche amable más que la alborada, oh, noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada. Y es que, sí, omnia vincit Amor, que ya Virgilio dixit. ¡Hágase su luz!
(Del prólogo a mis VEINTE RELATOS DE AMOR Y UNA POESÍA INESPERADA)
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