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martes, 28 de marzo de 2017

Los odiosos (y tanto) ocho de Tarantino



 
   No hay cosa, en especial entre las que más valiosas son, donde el gran Tarantino ponga los ojos que no la llene de mugre, que es su podrida esencia constitutiva. Sangre, hedor y vómito sería su celebradísima divisa. No se cansa el tío –su buena pasta debe darle, ciertamente- de multiplicar sus heces fílmicas. Tarantinitis crónica, diríamos, pues más que con la cabeza –del corazón ya ni hablamos- pareciera hacer sus películas el figura con el intestino grueso desatado. Son para estudio clínico, desde luego, las morbosas fijaciones parafílicas que con cada creación suya el artista tarantino a granel nos estercolea: la banalización y a la postre glorificación de la violencia más extrema, el regodeo en las más repugnantes amputaciones y las sangrías a chorretones, los hediondos vómitos y la obsesión por lo crudamente excrementicio, la sexualidad pornopsicópata, el hablaje más deshumanizador y grueso.
    Si en anteriores entregas abonaba Tarantino las más sagradas Causas (el nazismo, la esclavitud, Malditos bastardos, Django desatado), al servicio siempre de su hedionda cosmovisión gore, en esta la emprende el artista con una Obra Maestra del Cine, del clasicismo en su más depurado esplendor, pues es a la mítica Diligencia de John Ford a la que sin cesar remite este engendro. Todo lo que en la Summa Artística de Ford era incontestable Maestría épica, lírica y dramática, genio narrativo y arte alado en la construcción de personajes y escenas tras los que palpitaban hondos valores humanísticos, es marrullería tramposa,  viscoso engrudo mefítico y demente complacencia hacia la más aniquiladora violencia en estos odiosos ocho.  De Ford a Tarantino, así ha ido el cine triunfante degenerando, en el muladar de la regresión cultural que ante los ojos tenemos.

   Tarantino desata en pantalla sus más mórbidas pulsiones… y ese tácito descenso a los más bajos instintos es lo que a sus millones de admiradores propone. Obsérvese como incluso esta vez desde el mismo TÍTULO, y ello es bien significativo, pronuncia él, a modo de tecla para el éxito seguro hoy, la sin duda pulsión dominante del presente: el ODIO. Si a propósito del “Paterson” de Jarmusch hablábamos aquí (post 12-3-2017) de una suerte de reivindicación de un realismo limpio, con estos Odiosos ocho de Tarantino El fino cabe hablar de la apoteosis del hiperrealismo mugriento.  Que le aproveche, pero apártense, pues encantado les eructará en toda la cara.

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