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sábado, 2 de junio de 2012

Amor constante más allá de la Vida


    
    Es como si el cuco Kubrick hubiese querido ofrecer una manierista visión porno/light de la maravillosa historia de Joyce que John Houston ilustrara primorosamente en “Los muertos”.  Todo lo que en ese Kubrick destella manierismo sensacionalista rezuma contención y hondura en este Houston. La médula de “Los muertos” es la misma que la de Eyes Wide Shut, idéntica a la de la “Catedral” de Carver: la íntima revelación de una mujer que sume en el más completo abatimiento a su marido.
    Sólo que, lo que era urgente comezón sexual en Kubrick, es en Houston genuina pasión amorosa, dotando así al relato, a mi juicio, de un incomparable calado ético y estético, de una plena coherencia narrativa y de una significación artística y humanística mucho más profunda y radical que los numeritos efectistas de Kubrick.
   
    Es el Día de Navidad (también lo de Kubrick transcurre en Navidades) y, tras una grata velada entre amigos, ya en el ritual de las despedidas, al escuchar los compases una antigua balada romántica, queda la mujer paralizada y en suspenso. Es pues el incontenible poder evocador de la música el lógico detonante que destapa el arcón de los más acendrados recuerdos, hasta entonces hibernados. Su marido, levemente achispado, que la contempla con admiración, ignora el volcán interno que en ella se está removiendo.
   Al llegar a casa, al arrimarse ebrio de deseo él a su amada esposa, galvanizado también por los licores recién libados, persiste ésta en su ausente frialdad. Le confiesa justo entonces ella haber vivido siempre irremisiblemente enamorada de un novio –de su recuerdo más bien- que  tuvo, cuyo amor truncó la tisis que acabó con la vida de aquel joven, mucho antes de conocer a quien ahora es su marido. La intensidad de la confidencia anonada y tritura al protagonista, claro. Una copiosa nevada precipitándose sobre toda Irlanda sirve a Joyce de soberbio marco emblemático –el corazón helado del marido y a la vez la levedad de los copos, trasunto de la propia levedad de la existencia- sobre el que cerrar la muy triste historia.   
    
   Y si en lo de Kubrick veíamos cómo una realidad mental –una fantasía sexual que nunca ocurrió- cobraba más peso de realidad que la misma que con los propios sentidos percibimos, desbaratando con su expresión el status quo sentimental de esa boba aunque muy moderna pareja, aquí observamos cómo el pasado y los muertos, corporeizados a través de la música-el recuerdo-las palabras, redimensionados a cada paso en esa cadena explosiva de significaciones como sucesivas lupas de aumento, obstruyen, como una redonda Utopía insuperable, la celebración de la feliz, aunque nunca perfecta, realidad circundante y al alcance de la mano de esta pareja sensible e instruida.
   Fantasías, recuerdos, sombras, que, volcadas en palabras, pueblan la imaginación de las personas, interfiriendo, aturdiendo o embelleciendo con su indiscutible presencia y pujanza la existencia de esas otras sombras errantes que todos somos, lector. 





Post/post: gracias de verdad a Alijodos, a Winnie0, a NVBallesteros por no dejarme del todo a solas ayer y bloggear a mi lado, gracias también a poeta Carlos Gargallo por hacerse seguidor de este blog, alicientes todos inapreciables para seguir remando en aguas cibernéticas, GRACIAS.

jueves, 6 de enero de 2011

El gran Ego del pequeño Blog

    
     Sucedió también en Navidad. Era, claro, sólo una más de las miles de cenas de Navidad, dulce Navidad. Resulta bien curioso, porque desparramamos todos en estas fechas carretadas de buenísimos deseos, y durante esos días elevamos, un poco achispados por el decorado ambiental, grandiosas protestas, que digo de lealtad, de  amor verdadero a nuestros congéneres en general, y no se diga ya a los más cercanos y reales de nuestros amigos. Diríase, vamos, que a punto estamos de comérnoslos sólo de pura fraternidad. Son… tan importantes nuestros amigos, sin duda són ellos lo más para nosotros, como de forma irrefutable demuestra el hecho de que lo apartemos todo para compartir con ellos una muy festiva francachela antes de que el año acabe, que sin duda servirá de cauce a la radiante expresión de la intimidad que nos aviene.
    
     Reunía además supuestamente a la compartida cuchipanda que nos ocupa la devoción por la escritura. Si había abierto él un blog en el Intenné, como desde hacía un tiempo les había hecho saber a todos, aunque hasta ahora las muestras de aliento podría decirse que habían sido perfectamente descriptibles, quizás en el cenorrio de Navidad –que, verdad es, nada, en principio, salvo el mutuo afecto les obligaba a celebrar- le dijeran algo, aun cuando fuera ello el ponerlo a caldo. Al fin y al cabo, si eran tan amiguitos y jugaban juntos a aprendices de escribanos cabría esperar al menos un parecer, una alusión, jamás una ilusión, por Dios, que andamos todos ocupadísimos para seguir de cuando en cuando el blog de nuestros amigos.
    
     Bueno, pues, celebróse la cena de la dulce Navidad y resultó… entrañable, por supuesto. ¿Cómo te va eso del blog? , fue lo más que alguien le limosneó, igual que se pregunta por un hijo tonto. Bien, bien, respondió él. Punto pelota, que se dice ahora mucho.
    
      Le invadió luego, mientras conducía algo congelado hacia casa, una muy honda decepción, como la del Gabriel Conroy del Dublineses de Joyce, se dijo, por literaturizarse un poco, sólo que ahora no nevaba, con lo que la sima de la desilusión, heladora, apenas podía diluirse entre el paisaje. Conroy se había venido abajo también tras una cena de Navidad, cuando al arrimarse ebrio de deseo por los vapores de la fiestuki a su amada esposa, le confiesa ésta justo entonces haber vivido siempre irremisiblemente enamorada del recuerdo de un novio que ella tuvo y que había fallecido enfermo de tisis antes de conocerle a él. A él –hablamos ahora del aprendiz de escribano- sus amigos de carne y hueso lo que le habían confesado sólo unos minutos antes era el recuerdo de su indiferencia, justo cuando esperaba él de ellos un achuchón de aliento a lo que más de sí mismo estimaba. En nada me conocen, en nada me aprecian, nada significan las copas y las risas que no sea el vacío, caviló contra el parabrisas. ¿O era quizás el problema el tamaño de su Ego? ¿Habíase llegado él allí, como el Otro, acaso sólo para hablar de su blog?
   
     Sí, hubiera quedado tan bien y tan poética en ese momento una abundantísima nevada precipitándose en derredor. Por allí, dulce Navidad, sólo veíanse a algunos borrachuzos meando de lado sobre el pedestal de una estatua.