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jueves, 1 de febrero de 2018

La otra noche me topé por la calle con Ingrid Bergman, o así

   


   Volvía, tarde en la noche, de tomarme el gin tonic nuestro de cada finde en el Antro. Detuve el coche ante el semáforo rojo de San Bernardo. Me flanqueaban dos taxis. Sobre la acera entonces, mirando con un punto de ansiedad el móvil, ¡diablos!, una reencarnación de Ingrid Bergman, sólo que en ropaje casual. Una parecida luz -blanquísima, mas ruborizada por el grana semafórico- sobre el rostro a pesar de la noche –aquí el iluminador era yo-, una misma pureza de rasgos, aquellos pómulos de mazapán,  bueno, toda esa armonía resplandeciente de rasgos divinos también en ella, ya tú sabes. Seguía gracias a Dios el rojo en rojo. Aquella joven, para mi asombro completo, empezó a escudriñarme la cara tras el parabrisas. Cotejaba su móvil y mi careto, mi careto y su móvil, así varias veces. Levantó la palma de su mano derecha hacia mí, y me esbozó una sonrisa amable, por todos los demonios, similar también a la de Ingrid. Giré la cabeza, pensando que era para otro, pero no, no había duda, era todo eso pour muá. Enfermo de cinefilia viejuna, le devolví yo el saludo. Entonces, con andares decididos, como si fuera a subirse a un avión… ¡enfiló hacia mi coche! Glups, santo Dios. Pensé de golpe que podría ser esa linda mujer el fatal cebo para algún atraco, yo que sé. Así es que no desbloqueé el seguro de las puertas, con lo que la presión de su mano, tan blanca, contra el tirador resultó infructuosa. Miró de nuevo la pantallita de su móvil. Le puse yo además cara de póker, de bogart en rebajas. ¡Ostras! Se le humedecieron por un instante los ojos a aquella beldad, exactísimamente como en Casablanca. Arrebatadora en grado sumo ya, of course. Ensartado, le bajé un palmo la ventanilla y pude escuchar su voz trémula de acento extranjero… ¿San-chi-a-go?, es decir, ¿Santiago? ¿Buscaba acaso en mí ella la reencarnación del patrón de España, simplemente alguien que conocería ella muy vagamente que así se llamaba? Yo creo, jejejejé, que simplemente había pedido un uber, un coche de alquiler, eso era todo. Como uno -ni bogart de rebajas, ni de -  no es hombre de acción, sino de pasión, con neutra sencillez le dije sólo… ya lo siento pero… me parece que te has equivocado. Bueno, nos sonreímos un poco azorado los dos, y volvió la joven nórdica sobre sus pasos. El rojo se puso verde. Ciao, Ingrid, le dije para mis adentros, sin mirarla ya en la arrancada. The end. Bueno, the end, no, porque hasta casa, dentro de mi cabeza, empezó a cobrar forma un maravilloso relato en el que a su interrogante respondía yo, sí, soy Santiago… Ilsa, Ilsa, qué bien te sienta el Tiempo, de entre todos los semáforos del mundo tenías que pararte en éste, dónde quieres que te lleve, y que ella se tronchaba, se subía, nos internábamos por entre sobre el embrujo de la noche madrileña, nos contábamos nuestras vidas en el Tiempo, parábamos en otro Antro a tomarnos otro gin tonic y nos besábamos entonces y eso… Pero esa... es otra historia, amigas/os, que quizás, si me va bien el que ahora tengo en danza, pueda publicar en un libro algún día. Fin now, sí. 


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jueves, 23 de noviembre de 2017

Tenemos otros proyectos

      


   Pasé la otra tarde a tomarme un coffee en un bareto del barrio, aquí, en mis alcorcones. Noté que tras la barra, Iñaki, el dueño, cincuentón, regordete y formal, a quien de vista conozco, tenía mala y buena cara a la vez, algo extraño, yes. “¿Qué tal, Jefe, cómo vamos?”, esta vez le interrogué yo a él. Resopló. Bien y mal, esto es la ostia, me dijo rascándose el cogote además. “¿Y eso?”. Me hizo una pausa nada teatral… Pasó la bayeta gris sobre el mostrador ya antes bien limpio, reluciente de agua ahora. “Cómo es la gente, joder… Nada, que no puedo aguantar ya más, al final tengo que cerrar esto, he perdido clientela, no cubro gastos, no puedo más…”. “Joder, pues estamos bien, qué mierda”, le apunté entristecido de veras. “Lo más acojonante es que cuando me ven por la calle, que ando ahora arreglando los papeles, esa misma gente que antes eran clientes míos, me paran y les cuento, y es que casi te dan el pésame… y les ves encima que un poco sádicamente, como que quieren sonsacarte pormenores, sabes, y que les cuentes y enterarse, y así poder pasarte ellos desde arriba bien el brazo por el lomo, no sé si me entiendes…”. “Yo sí te entiendo, Jefe”, le dije, y era cierto, conocía muy bien esa doblez en muchas personas, ese secreto disfrute disfrazado de conmiseración,  aunque no sabía bien qué más decirle a Iñaki. Pero él, dale que te pego con un paño blanco ahora a la barra relimpia, seguía hablándome, “… Así es que al quinto que me paró, en parte como una manera de autodefenderme, joder, le dije, pues sí, chapo el local, bueno, es que… tenemos otros proyectos, estamos mirando otras cosas, eso es, en plural, como si fuéramos un grupo multinacional, tirándome el pisto, como si no anduviera uno más solo que la luna, sin ponerles cara de mustio, así –en este punto Iñaki metió tripa y se me estiró como un maitre de los Campos Elíseos primero y arrojó después el trapo contra el fregadero, y por sorpresa desenvolvió entonces allí su dentadura desigual y su cara descompuesta por una carcajada bien estrepitosa- … lo puedes creer, se queda así toda esta peña ingrata más intrigada, como más a la defensiva, sin regalarme la vida, a mi mismo nivel… eso, es que… tenemos otros proyectos digo ya siempre con voz y pose firmes ahora, y lo mejor, ¿quieres creer, tío,  que yo mismo me lo creo y que voy por dentro sintiéndome más positivo?, es apelotante, tío, cómo es la gente”. “Es la leche, Iñaki, es verdad, yo sí te creo, eres un crack, pero… ¿es verdad lo de que tienes otros proyectos, no?, no sé si innecesariamente añadí, que se me escapó. Retomó él el paño. Volvió a su maniático afán de limpiar la barra, ya mate. “Algo habrá que hacer, claro”, me dijo en do menor, mirándose la punta de los zapatos negros. Pagué. “Pues dónde quiera que tú vayas, avísame...”, acaso un puntito pasado de melodrama le precisé yo entonces. “… porque tu café es la caña, tío. Y puerta. Y me fui ya a lo mío, que en la calle, ¿sabes?, hacía frío y el café de Iñaki me vino de lujo. Me dejaba en toda la boca un regusto rico rico: amargo, fuerte, perseverante.           

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domingo, 19 de noviembre de 2017

La Manada, una indagación tarantina

   



   ¿Qué demonios hacía ella allí? Ese era el arcano mayor, el misterio impenetrable, el enigma cenital, qué pésimo sueño la habría llevado hasta allí… y a verse además así. Pero, era impepinable, en aquel sórdido portal estaba, medio desnuda, con los ojos cerrados y sus dieciocho años sobre el frío mármol arrojados. Vejada, salvajeada, humillada, sometida, taladrada, con furor profanada por aquí y por allá, corderita a placer de un círculo de horror, el de aquellos cinco canallas, tan guapos y atléticos -cuatro de ellos al menos- como brutales los cinco. De qué espantosa pornografía, tan accesible, tan omnipresente, venían todos ellos cebados hasta estar podridos. ¿Las edades de… de quién? ¿Perros de qué? Allí se hallaba, allí se veía, sumida y sumisa bajo las acometidas de aquel coro de villanos desgraciados, a su capricho, entre sus piernas y alientos por fuerza fétidos, bajo sus jadeos e imperativos infames, Chupa, Toma, Traga, Vuélvete, Me toca, Ahhh, Asiiií, Turno, Turno. Al menos, cuando aquellas sabandijas, -de ellos, cuatro bien parecidos- tras dar por fin rienda suelta a sus viscosos fluidos, por un instante se relajaron, pudo ella, medio sonámbula, a gatas y a tientas, de aquel zaguán en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, hallar la pistola, bien cargada, con la que, entre atroces gritos nunca vistos, fue uno a uno reventándoles los escrotos a aquellos odiosos cinco, y allí, revueltos en su sangre, sudor y semen, revolcados sobre las heces de su infamia, despanzurrados los dejó. Como en Kill Bill, es lo que acertó ella a decirse mientras malamente se recomponía las ropas. Y se juramentó luego por dentro a que jamás jamás jamás, ni en sueños, volvería ella a encontrarse en sitio así.       

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miércoles, 15 de noviembre de 2017

La resaca de Halloween en el Antro: tragedia o comedia

    


   En la noche del viernes que siguió al Halloween, el Antro estaba precioso, la verdad. Había poca gente, portaban ropajes y gestos vagamente exhaustos y melancólicos bajo luces tenues y en calma. Se posaba sobre todos aquellos seres una suerte de grisácea tristeza post-horripilancia que, bien vista y pensada, tenía mucho encanto. Podían escucharse y todo, no te digo más,  los apacibles trinos de Tina Charles con su “Love to love”, como adrede traídos desde mediados del siglo anterior para acabar de redondearlo todo en armónica mansedumbre. “Oh, I love to love, but my baby just loves to dance, he wants to dance, he loves to dance… Ohhh I love to love…”. Ah, qué placer de dioses ociosos el lentísimamente paladear allí el agridulce gin-tonic nuestro de cada viernes.  Y entonces, puedes ya imaginarlo, sucedió que la vi.
      Confinada en un extremo de la pista, a su bola, sola. Bailaba desganada, apenas ondulaba el cuerpo, como convaleciente en vida de algún sentimental desastre. Pantalones ajustados en negro y suéter de cuello vuelto muy negro también: una musa existencialista de edad media, eso es. Alta, muy alta, que debía sacarme cabeza y media lo menos. Melena lisa y negra, claro, de india,  partida en dos por tajante raya central y como aplastada a cada lado de la cabeza. A ver, no era una mujer de película: ni sus senos eran soberbios, ni el final de su espalda invitaba al estupro. ¿Su rostro? De rasgos corrientes, como los míos, sólo que la extrema seriedad de los mismos, la gravedad de su circunspección, llamaban la atención. Pensé uffff, ostras, esa mujer lleva encima, está atravesada por todas las tragedias griegas juntas. Pensé luego, y me precipité a transgredir el canon del nuevo orden amoroso, sin duda llevado en volandas por la belleza triste que del Antro trascendía, ya está, me acerco a ella, le digo aquello de Eurípides-no me Sofocles-que te Esquilo, se troncha entonces, nos ligamos y …y eso, lo que luego sigue y ya tú sabes.  O mejor, lo de Unamuno y el sentimiento… Mejor lo de Woody Allen, abordarla y muy solemne yo declamarle a la vera… Comedia es Tragedia más tiempo… y blablablá, eso, sí.
     Sólo que de camino hacia aquella mujer alta y trágica perdí empuje. Me convencí ahora de que eso todo eran chorraditas de peli mala, que lo que mejor convenía a mi afán –y a lo que sólo me atrevía- era el decirle bien alto el consabido hola, me llamo Jose,  y qué, vienes mucho por aquí, y tal, así es que eso mismo le dije adentrándome –eran de verse mis aleteos de pingüino ortopédico allí- en la lenta onda bailarina que la sirena semivarada y grandota mantenía. Se ve que debía ella haberme ya jipiado antes. Oh, I love to love, insistía conmigo a la vez por aire Tina Charles. Fue sólo un instante de suspense. No me miró con cara de espanto, nada de eso. Tampoco me dijo piérdete tío. No. Me dio directamente con su negra espalda en mis narices. Se alejó así después un metro más allá de mí y the end. Me consoló un poco, de momento,  que la voz de Tina Charles, aun enlatada desde hacía cuarenta años, pareció quebrarse ante mi desaire, oh, I love to love con sordina de pena esta vez. “Claro, son tantas y tantas tragedias sobre esa mujer, has de comprenderla”, me animé pensando así. Hasta que vieron mis ojos a continuación como la muy enlutada pendeja se hacía ojitos con un descomunal metrosexual jovenzuelo que por allí acechaba, y cómo pronto el semblante trágico se le tornaba en zalamera faz de comedianta de primera. 
     En fin, ya en la pista del Antro el único atacado por sones de tragedia era yo. Con andares y tropezares de pingüino vapuleado, volví a la casilla de salida. Oh, I love to love dónde estás, pues también Tina Ch habíase ido y ahora ponían electrónica a toda pastilla. El gin-tonic sabía a salmuera. Me dije “no serás capaz ahora, alma de cántaro, de ir y contar esto, estas cosas se callan, so bobo”. Y el resto fue ruido, mucho ruido. 

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martes, 14 de noviembre de 2017

Leonera

  



   Vivía solo. Cada mañana, con las prisas,  dejaba el apartamento como una leonera. Un poco, no hay que exagerar. Total, allí no iba nadie, para qué matarse a. Una noche, al volver del trabajo, tras la puerta de golpe se encontró limpito y ordenado todo. El pijama, el edredón, sus camisas azules… la ducha adecentada, los platos y tazas en el escurridor, la cortina bien corrida, la pátina de polvo ausente de mesillas y estanterías… ¡Joooder! …Qué guay las cosas así, pero… ¿quién por él habría hecho aquello? Miró bien luego y… no le faltaba ninguna de sus pocas pertenencias. ¡Si nadie tenía otra llave de su cubil! ¡Nadie! ¿Entonces? De vez en cuando tenía pesadillas, y gritaba, atacado de angustia en medio de la noche, sí, pero eso nada tenía que ver con esto. Ni remota idea. Bah, y qué más da. Total. Ya pensaría en ello. Cansado, se echó a dormir. Pero a la noche siguiente, y en sucesivas noches, tras la puerta, lo mismo: lo que por la mañana quedaba revuelto y desastrado, ahora en su sitio dobladito y rehecho. Daban casi ganas de reírse. No se le ocurría cómo, era para él un enigma del todo incomprensible, un completo misterio, pero… y por qué preocuparse. Total. Anoche, a punto de dormirse del todo, en ese espacio dulcísimo del duermevela, cuando la conciencia se balancea gozosa en un sí-es-no-es, sintió que desde la absoluta oscuridad unas manos le revolvían en caricia el pelo. Hmmmmm. Después, en fulgurante tenaza, con seco crujido,  aquellas manos le rompieron el cuello en dos y le estrangularon. Y fue ya el fin, claro.   
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domingo, 3 de septiembre de 2017

Historia entre la Dama de Elche y una hormiguita

     


   Yo creo que es que la hormiguita andaba enamoriscada de la Dama de Elche. Que, antes de jugársela y traspasar como fuera el muro de cristal blindado, anduvo días y días encaramada a la urna durante las horas de mínimas visitas al Museo, para así pasar inadvertida, admirándola tiempo y tiempo desde todas las perspectivas posibles. Qué tiene una hormiguita sino paciencia. Que se abismaba ante la bellísima seriedad de la Dama, tan pluscuamperfecta y engalanada como solitaria y grave. Hasta que ya no pudo resistirse más al misterio de su embrujo y quiso la hormiguita, natural, disfrutar de la cercanía de su Dama. Hacer aristotélico su amor platónico. ¿No iba a encontrar una hormiguita el ojo de una aguja por el que asaltar ese cielo? Por los bajos, le entró por los bajos, lógico. Y creo también que es muy posible que la Dama de Elche, que ya, sin que ningún humano pudiera allí darse cuenta, tenía de vista –en meteóricas ojeadas- “fichada” a la perseverante y leal admiradora, al  ver ahora cosita tan inofensiva lentamente acercársele, y romper así su separación radical con el mundo y con la vida, por dentro se conmovió. Sólo que hubo de mantener la faz del todo imperturbable, claro. ¡Allá que se le trepó encima la desatada hormiguita! Hmmm, se regocijó ésta, poder recorrerle con mis manos y mis piececitos el cuerpo a la Dama, transitarle sin prisa alguna primero el manto y la túnica sobre el pecho, trasvasar los círculos concéntricos de medallones y camafeos hasta ganar el paraíso de su piel, ooooh, Dios mío, estirándose la hormiguita para mirar hacia arriba, hacia lo alto, la armonía geométrica de ese rostro majestuoso, la portentosa gracia en boca, nariz y ojos, tan proporcionados como hermosos, la virguería de su tocado, mi Dama, en contacto con ella yo ahora, ah, nívea donosura de su cuello que ahora palpo y reconozco… Y la Dama de Elche entonces, oh prodigio, ante la cosquilla inverosímil se soliviantó y el color mismo de la grana es que se le subió de golpe por todo el rostro, y suspiró, y luego sus perfilados labios incluso articularon estos vocablos “es que no soy de piedra, hormiguita”, y esta, entonces extasiada le dijo, “es que tampoco yo soy una hormiga, bésame en la coronilla, Dama, y asomará el escritor sin Nombre que en realidad soy”, y eso hizo, y del Museo Arqueológico Ella y yo de las manos enlazados nos largamos, una vez, eso sí, dejadas las oportunas reproducciones nuestras, tan radiantes.    

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miércoles, 9 de agosto de 2017

Shaolín in the Antro

     



   Harto de estar harto de la deforestación terráquea y de los pelos en desbandada, se rapó al cero. Eso es, el melón como una sandía. Like a O. Un shaolín taciturno sobre el alambre, yes, que a más a más, con esa dudosa fe encima, demonio de las tentaciones mundanas, se ingresó al Antrazo. Entró y des-pa-si-to, claro. Olía a lo de siempre, a sudor y a carnavalada de serie C. Una doncella cualquiera que le aborda…  “oy, oy, oy, pero qué te has hecho, criatura, pero qué feo estás”. Shaolín que, por no sacarse allí mismo la katana y empotrarla, “impropio de un shaolín”, le da con la espalda en las narices. “Podrías acariciar la Luna eclipsada en ocres por el Sol  entre las manos, mentecata”, pero no se lo dice. “Barra, trágame”. Allí la camarera, monumental, que sólo tiene ojos –y lo otro, sólo que un shaolín no puede nombrar esas voluptuosas protuberancias- para los guaperas cachas. Y ellos para ella, lógico: Dios y la lucha de clases los crían y ellos se ayuntan. “Se trata sólo de una promesa… un jintónic por favor”. A la par que le sirve, pues que va la camarera alhambra y que con voz amabile dice a shaolín… “di tú que sí… y tan guapo”. Shaolín on fire, sin atreverse a mirarla a los ojos, “oye, ¿quieres casarte conmigo? Te sería fiel, te cuidaría en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y te amaría y te respetaría todos los días y hasta el fin de la vida”. Alhambra riente. “Noooooo… impropio de un shaolín”, eso que le suelta, toma ya. Monumental camarera que sigue después a lo suyo, a la faena, a contonearse para los guapos de verdad. Shaolin meciéndose in the gin. Des-pa-si-to. Shaolín de caolín. Like a O. Fin.

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martes, 18 de julio de 2017

No es un relato, descuida

   


   En medio de la noche algo, un pálpito, me despertó. Abrí los ojos. ¡Había un tío allí! En la penumbra, al lado de mi cama, sin hacer ruido, escudriñándome. Joder, me quedé petrificado. Por qué dejaría otra vez un palmo la persiana abierta. Ni moverme, claro, pero cómo no abrir de nuevo los ojos. Se me paró el pulso. Iba todo de negro. Era una espesa y alargada sombra que se recortaba hasta el techo, levemente arqueada sobre el bulto que hacía yo encima de la piltra. Creí entonces que iba a estrangularme sin compasión allí mismo. Como un resorte me incorporé y grité con toda mi alma, como que me iba la vida en ello… ¡EEEEHHH… EEEEHHH… QUÉ HACE ESTE TÍO AQUÍ… QUÉ HACE ESTE TÍO AQUÍÍÍÍÍ! A mi desgarrador alarido… aquel espectro se desvaneció, por supuesto.  Uff, qué canguis aún me atenazaba el cuerpo entero después. Al cabo me relajé en la cama vacía, bocabajo sobre la misma. Con estas cosas antes hacía yo literatura, levantaba tramas, inventaba al día siguiente algo con ello. Ahora, cómo te lo diría, no hay en mí motivación. Mi bárbaro berrido en la oscuridad por fuerza tenía que haber desvelado, con sobresalto de susto, a los vecinos de un lado y de otro, de arriba y de abajo. ¿Se escucharía enseguida el llanto de algún niño? Puede que alguno de los vecinos, el más intrépido, llamara en gayumbos a mi puerta en los minutos siguientes, pensé. Apenas les conozco. Qué decirles entonces. “Hostias, perdona, tío, una pesadilla, lo siento”. O que alguien llamara a la policía, y que esta se personara, yo que sé. Nadie llamó. Mejor. Quizás cuando me cruce con ellos me digan algo, me miren raro, no sé. Acurrucado sobre el colchón, con el ánimo también muy encogido, mis ojos como velitas exánimes en la oscuridad de la noche inmensa, me digo sólo que por qué, a estas bajuras, siguen estas cosas sucediéndome a mí.    



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jueves, 22 de junio de 2017

Por qué me gustan y defiendo los relatos



   Porque si el relato cuaja –como una tortilla bien cocinada- aúna y condensa en su seno lo mejor de la poesía –en la que cada palabra pesa, y besa- y lo mejor de la prosa –en la que cada palabra cuenta, y sustenta- y entonces ese concentrado de emoción y expresividad que el relato alcanza, me resulta ya deliciosamente incomparable. 

CRISTINA LÓPEZ SCHLICHTING SOBRE MI OBRA: "TE DEJA DESLUMBRADO... UNA IMAGINACIÓN DESBORDANTE... NO OS LO PODÉIS PERDER".  

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miércoles, 14 de septiembre de 2016

Zorrilla in Hospital (Estampas Hospitalarias II)



   Ayer tarde, con truenos y centellas bellas, notable tormenta se descargó contra la fachada del Hospital, la Ballena Gris, ya tú sabes. Imposible no acordarse entonces de Zorrilla, de ese verso suyo que nos ponían siempre en el BUP como ejemplo de onomatopeya y de aliteración:
"el ruido con que rueda la ronca tempestad". 
Más imposible aún no acordarse del mismísimo Zorrilla después, noche en la noche, bajo los formidables ronquidos del enfermo que teníamos al lado. Acababan de quitarle un riñón al hombre, nada le dolía, y el sanísimo estrépito de su roncar diríase el sonar propio de un rinoceronte en celo. ¡Qué cilicio de interminables JJJJJJ más que aspiradas, barritadas, my God! Le chisqué varias veces, como se hace a los perros para espantarlos. Nada. Suerte que, a quien yo velaba, en nada se desvelaba. ¿Despertar al Buen Roncante? Nooo. Taparse como uno pueda los oidos y aguantar marea. Aquella marea de Jotas en puntas enjaretadas. Parafrasear, eso sí, a Zorrrilla por lo bajini:

"el ruido con que ronca (aquí el colega) es bronco barritar".
Y eso, que la cosa va mejor, gracias.




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LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS (10 E por correo ordinario): Armando, un hombre desolado, con la sensibilidad en carne viva, al que pone su mujer de patitas en la calle -pues ha encontrado ella otro más alto, más guapo, más fuerte que él- y que necesita ahora re-armarse, hallar su lugar en el mundo. Su malaventura, sus buenaventuras también, su divertida peripecia sentimental. ¿Hallará su lugar al sol?
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martes, 13 de septiembre de 2016

El sueño de una noche de Hospital (Estampas Hospitalarias I)

    


   “A ver, por favor...”, apuntó con tono de experto monologuista el celador, “ahora que durante unas horas deben abandonar las habitaciones, guarden bien los objetos más valiosos, porque aquí, aunque no lo crean, a menudo les crecen alas…”, y, cual fino mimo, añadió a las palabras, con las manos entrecruzadas, la forma de una paloma en vuelo a la que seguía su mirada fija –y las nuestras tras ella, claro-   “… y, hale hop, desaparecen”. Sonrió entonces socarrón lo justo, para rematar el número habitual y para así arrancarnos un apunte de sonrisa nuestro, tensos visitantes allí. Bueno, algo alarmado, eché mano pronto a mi bobo con ínfulas y a mis relatos de amor, que, reales o imaginarios, conmigo van adónde yo voy, y los puse a buen recaudo en un precario doble fondo del armarito que sobre la marcha dispuse. Pero es que además, con ojos como platos ultramodernos observé que el resto de personas y familias allí asistentes, sin duda muy afectados también por la severa advertencia celadora, con angustia contenida enseguida se aprestaron a ocultar en los más inverosímiles lugares a su alcance, antes que cualquier otra alhaja o ultimísimo adminículo electrónico, eso mismo, los libros, los venerados tomos suyos que se habían llevado para mejor llevar los momentos de pasajera calma que, en medio de los embates entre las tripas de la Ballena gris, nos fueran permitidos...
    ¿... Se da cuenta, Doctor, durante las esporádicas cabezadas que la calma chicha permite, qué sueño tan extraño en el Hospital persigo y me asalta?


VEINTE RELATOS DE AMOR Y UNA POESÍA INESPERADA. 165 pgs de SENTIMIENTOS, HUMOR Y AVENTURAS acerca de la condición humana enamorada, en muchas de sus vertientes, cimas y simas, con la emocionante recreación de las más perturbadoras encrucijadas a que nos arrojan los sentimientos inevitables, que sin tu amor lector serán humo, polvo, sombra, nada. Personalmente dedicados. Pídemelos aquí o escríbeme a  josemp1961@yahoo.es  Es muy sencillo. 12 E por correo ordinario a la dirección de España que desees; 15 E por correo certificado. Sílbame aquí y te informo sin compromiso.
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viernes, 2 de septiembre de 2016

El desplome del Empire State Building

     


   Una vez que quiso el Destino glorioso llevarme al tálamo con una mujer que a mí mucho muchísimo me gustaba, cuando nos andábamos por los deliciosos preliminares y, como había visto yo hacer en las mejores y más grandes películas, la miraba y admiraba arrobado yo muy de cerca, se sonrió ella, se giró en un cuarto de escorzo y como soplándome a la cara las volutas del humo de un cigarro que no tenía, me dijo:
   -Jajajajá,  miras como un galán de serie B.

       Fatalmente eso vino a decirme aquella mujer fatal. Y claro, de inmediato, como la figura esa de El grito de Munch, tuve que taparme los oídos, pues, horrorizado, empecé a percibir allí mismo, ni que estuviéramos en Nueva York, el estrépito con el que de súbito se venía abajo el Empire State Building enterito, uno tras otro todos los pisos de esa delicada construcción futurista desplomándose, el infernal estruendo de una planta contra otra hundiéndose,  en milésimas por los suelos y en devastadoras ruinas esa ruina toda. ¡¡¡Catacrash!!! Soy un chico sensible, qué quieren. Aún tuve cascotes para decirle yo, sin embargo, tú sonríes como la misma Ninotchka. Quedó un poco confusa, claro. En fin, que nos largamos luego más tarde al cine, a ver una película. Otra.  


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miércoles, 24 de agosto de 2016

Calor versus Terror

     


   Yo, te lo confesaré aquí, por mucho que el bochorno apriete y agobie, no dejo ya nunca al acostarme la ventana del dormitorio abierta, porque la misma llega hasta el suelo, y una noche de hace dos años y tres días mientras yo dormía tan ricamente, un monstruoso y verduzco saurio de más de cien kilos y unos dos metros de largo, que no sé cómo ni desde dónde se había deslizado por el único palmo de persiana que dejaba yo izado, se arrastró y se retrepó hasta mi cama, que me despertó aquel sórdido y compacto arrastrarse en la oscuridad, y vi la luz diabólica de sus horribles ojos saltones enfocándome un instante, y en la negrura de la noche se precipitó y atacó con saña el bulto de mi cuerpo aterrado, y con sus horripilantes fauces –al fondo de las cuales se veía una rosácea y palpitante embocadura- quiso devorarme las entrañas y los ojos y allí mismo despedazarme, y bueno, aunque sí alcanzó en una de sus furiosas dentelladas a averiarme un poco el corazón, el fenomenal aullido de puro terror que tampoco sé de donde saqué yo, consiguió poner en fuga y hacer virar sobre sí aquellas patazas, y a pesar del coletazo terrible que aquel infernal engendro me propinó en la cara con su retirada bajo la persiana, aun petrificado dejé al menos de sentir encima de mí aquellas tan pétreas como repulsivas escamas y su bocaza de espantosos y mayúsculos piños en sierra buscándome la cara y los higadillos entre la penumbra, y bueno, ya te digo, prefiero desde entonces recocerme durante las noches de verano, que total, comparado con aquello, es nada, la verdad, y creo también que confesándotelo y confesándomelo aquí de vez en cuando, consigo sacarme aquello un poco de la cabeza, un poco.  



     Y estoy convencido también de que, si te gusta escribir, aunque sea sin mayores pretensiones, mis VEINTE RELATOS DE AMOR Y UNA POESÍA INESPERADA te servirán de inspiración y te aportarán ideas, modelos, motivos, recursos  y maneras concretas para que también tú –o a quien pudieras regalarle mi obra- te atrevas a emprender la aventura de escribir un libro.
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sábado, 30 de enero de 2016

Mi gran noche en el Antro (y 3)



(y 3)

     ...Observarla, distanciarla, examinarla, reducirla a motivo para un relato, va, un sorbito al gin, un hielito por la frente, por las sienes, eso es, ya apenas le dolía Eva.
     Tras unos cuantos bailoteos, que incluyeron desaforados sobeteos por detrás y por delante con el polaco grandote, anotó que Eva empezó a distanciarse corporalmente de él, a frenarle con las manos los embates, como si fuera recobrando una cordura por aquellos predios de golpe perdida. El polacote resopló. Que empezó luego Eva ojeadora, eso, a echarle el ojo a la pareja, mucho más contenida en sus ímpetus, que componían su amiga borrascosa y el que parecía un principito polaco de rebajas, pues si su atuendo era deportivo y casual, su atractivo y espigado porte, más la mínima línea de su barbita, podían en parte hacerle pasar por miembro de alguna dinastía polaca venida a menos. Varias veces se dieron de bruces los ojos de Eva y del principito polaco, observó él, mientras a su alrededor la amiga borrascosa miraba al suelo y el grandullón, brazos en jarras ahora, miraba a Ana, miraba a su amigo, y acrecentaba el fuelle de los resoplidos.
    Componían los cuatro un cuadro vodevilesco, sí, con poca gracia y mucho instinto bajo, como esas chuscas sit-com que ahora en la tele tanto se llevan. De pronto entonces Eva intercambió dos frases con su amiga, que a continuación se alejó de allí con expresión de viuda triste. Tomó por el brazo Eva al espigado principito polaco y románticamente lo invitó a bailar un merengue que entonces daban… para al minuto siguiente abandonarse entre sus brazos, a besazos y mordiscos devorándose ya ambos, mientras cerca de ellos el polacote parecía una nuclear en llamas. Eva y el príncipe se alejaron entonces de él, rendidos sin remedio a su súbita pasión devoradora. Era Eva quien sobre todo se abalanzaba sobre el polaquito bonito, afianzado contra la pared, como si ardiera en deseos de allí mismo devorarlo, confundirse y fundirse en él, como si sin él fuera ella nada. Bastante tenía el polaquito con tratar de remedar el frenesí caníbal de Eva. El grandullón, copazo en mano, trató por despecho de tirarle los trastos a cuantas por allí pasaban, que de él huyeron una tras otra, no sin una chispa de terror en la mirada. En fin, Eva y el principito se dieron un buen homenaje. Tuvo Eva, reina de la noche, su dúplice pasión polaca, plebeya primero, aristocrática at least.
    No podría precisar si es que del Antro salían ya los dos hacia más íntimo lugar, pero sí alcanzó a ver que quiso el principito despedirse del grandullón, y que éste, del todo beodo, le volcó entonces a la cara tremebundas palabrotas que incluyeron además humo y saliva encima, aunque bastó solo una mirada decidida de aquel emir al entrecejo del polacote para que se amansara éste hacia un rincón, cual mastín resignado. ¿Y Eva? Allí en medio, con un semblante del todo congelado e inexpresivo, la reina boba, que no parecía atender ni comprender nada. Igual pensaba en una paella, ve tú a saber.
   Ésta tía está como un cencerro, se dijo al cabo. Le dio el penúltimo sorbito al gin, que, macerada del todo su composición, sabía delicioso. Ajá, ahora se sentía ya en condiciones de pegar un salto y disfrutar un rato en el centro mismo de la pista, con sus queridos cincuentones, bailoteando también él, uno más en el infame coro carnavalesco que flagelaba el Antro al son de Raphael que volvía  …qué pasará, qué misterio habrá, puede ser mi gran noocheee… y al despertar ya mi vida sabrá algo que no conoce, lalalalá, lalalalalá, mi gran nocheee…   


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jueves, 28 de enero de 2016

Y ahora... qué hacer




(1ª parte, ayer)
    Largaos, so cenizos, dejadme solo, de coña y sin mala intención les deseó, que anhelaba él centrarse en la deleitosa observación de Eva reaparecida … bueno, y si se daba la oportunidad tratar de… de charlotear again con ella, eso, preguntarle… por la fabada, qué sabía él. Como si hubieran olfateado su íntimo afán, aquellas almas en pena cincuentona se fueron y… fue remirar hacia donde andaban Eva y su amiga y rebotarse de estupor todo uno… Por todos los demonios, ¡estaban ya ellas magreándose a placer –cómo si no- con dos tipos!, nítidamente extranjeros por las trazas ellos, polacos o rumanos fijo, oooh, Dios mío, el que estaba con la amiga de Eva era guapete y con buen tipo, a treintañero no llegaba, pero por Satanás, el que morreábase y se restregaba por detrás y por delante con Eva entregada –había guardado ella sus gafitas- era un garrulo de comic, altote y fornido, vale, pero con tripa, con un jersezucho arremangado que le venía pequeño a su corpachón de estibador basto, con unos vaqueros sucios y viejos, por los cuernos de Lucifer, Eva, qué me estabas haciendo, ese tipo es un borrachuzo y no vale nada, qué hacías entre sus manazas, es increíble, es increíble… Sólo que era real, muy real. Y no es que se les viera a ellas bolingas perdidas, no.
     Sintió entonces irreprimibles ansias de correr en busca de sus cincuentones en pena, de fundirse en su mismo penar, de contarles reciente y crujiente la historia de Eva al polacote enrollada, fíjate como son las tías, joder, sí, porca miseria, darles esa primicia como el que alimenta un fuego aciago, refocilarse con ellos en la común desdicha, aliviar así un poco el resquemor. Le pegó un lingotazo al gin-tonic… que le abrasó el paladar. Pensó entonces que ir hacia los cincuentones... para qué. Salió disparado hacia la barra, como queriendo apagar mejor aquel fuego con otro gintonic, con el bálsamo estrictamente profesional de Vanessa Miss Simpatía al menos, pónme otro, maja, sólo que Vanessa andaba ahora muy atareada y no podía atenderle, que le encaró una flacucha esquelética tras la barra, qué te pongo, y la flacucha no restregó el limón contra los bordes del vaso ancho, y así no es lo mismo, joderrr, este gin-tonic sabía amargo, pero muy amargo, y ahora qué hacer…

     Nada. Nada. Nada. Encajar. Digerir. Aprender… Rearmarse. Tomar el vaso frío entre las manos y recuperar el sitio en el ángulo oscuro. Observar desapasionadamente. Qué sabía él en realidad de Eva. Que le gustaba la paella. La había idealizado tontamente… sin base real alguna para ello. ¿Por qué entonces debía descabalarle tanto lo que ella hiciera? Quién sabe qué razones la moverían para despendolarse así, allá ella. Observarla, distanciarla, examinarla, reducirla a motivo para un relato, va, un sorbito al gin, un hielito por la frente, por las sienes, eso es, ya apenas le dolía Eva. Pero entonces...  CONTINUARÁ



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miércoles, 27 de enero de 2016

Eva en el Antro

   

   Extraño, el ambiente la otra noche en el Antro, algo espolvoreadas ya por allí las inminencias de los desparrames navideños, pensó.  Más pachanga chunga de lo habitual, la de Raphael atronando por bafles, no te digo más, qué pasará, que misterio habrá, puede ser mi gran nocheee… el coro carnavalesco de los danzantes, en fin. Bueno, un gin-tonic tranquilito, escanciado desde las manos de Vanessa, Miss Simpatía, que frota el limón contra los bordes del vaso, y observar desde un rincón el convulso desenvolverse de la fauna aquella, lo de siempre. Es un buen plan, no creas. A ver, a ver… andápero si allí está Eva… ¡se ha puesto gafitas!...ah, pues le caen muy bien.
   No es que se hiciese ilusión alguna, pero había cruzado cuatro palabras contadas y banales con ella hacía seis meses –le contó entonces Eva, fíjate tú, … que le gustaba mucho la paella, pero que ya ella nunca comía paella, pues había tenido antes problemas de bulimia, ahora estaba normal, y no quería por nada del mundo recaer en ello- y, de resultas de la breve conversa, habíala catalogado y cifrado en su memoria bajo la categoría de mujer maja.
   No la había vuelto a ver desde entonces y allí que estaba Eva, con su media melena negra y el flequillo cortado sobre la frente y los ojos oscuros a lo evaamaral, un suéter y una rebequita escarlata arriba, más una falda de cuero y medias negras debajo. Se movía algo nerviosa, girando la cabeza para todos lados con un prurito de inquietud en el moverse que él no la conocía. Qué puede tener Eva, unos cuarentaitantos, por ahí. Bueno, qué aliciente verla de nuevo. Iba con una amiga que portaba  asomos de vida borrascosa en el rostro un pelín abotargado. Más lucía Eva así, of course.
     Le entretuvieron en ese momento unos conocidos del Antro, cincuentones que por allí vagan como grisáceas ánimas del purgatorio, almas en pena en aquel marco  incomparablemente hostil para ellos, pues a cada paso constatan, con la granhermanización ambiente, que allí ahora las señoras de su quinta se filetean de lo lindo con bellos chavalotes, toscos y musculados a la vez, y locos por descargar como sea el material que por dentro les revuelve como hormigoneras, tan efébicos que incluso podrían ser sus nietos. Y, desgracias nunca vienen solas, más aún: que las susodichas señoras, en justa igualdad con los más castigadores ligones del Antro, con más de un efebo de esos a lo largo de la misma noche pueden y suelen triunfar. Porca miseria, mascullaban encabronados aquellos conocidos cincuentones.
   Largaos, so cenizos, dejadme solo,  de coña y sin mala intención les deseó, pues anhelaba centrarse en la deleitosa observación de Eva reaparecida … bueno, y si se daba la oportunidad tratar de… de charlotear again con ella, eso, preguntarle… por la fabada, qué sabía él. Como si hubieran olfateado su íntimo afán, aquellas almas en pena cincuentona se fueron y… fue remirar él hacia donde andaban Eva y su amiga y rebotarse de estupor todo uno … ¡por todos los demonios estaban...   CONTINUARÁ





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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)

sábado, 21 de noviembre de 2015

¿Sabes? No me importaría constiparme

 

  sáb., 24/10/2015

 -Buenos días, Armando: ¿como estás? 
                             13:01
-Buenosdías, Milagros. Yo, con algo de tos todavía, pero bien. Q tengasunbuendía                                                                  13:06

-Que te mejores de la tos. Un buen día. Besos Mila         13:13

-Tú estás bien? Pensé q lo había escrito, perdona             13:31

-Sí, gracias, Armando, estoy bien. De momento no estoy constipada. Pero, sabes, no me importa constiparme. Ya que los momentos que pase contigo fueron muy bonitos. Besos Mila                                             13:43

-Sí. Bss (y ¡S.O.S!, pensó Armando, pero eso no se lo iba a esemesear, claro)
                                                                              






   Esto tuvo a bien escribirme sobre LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS, Eugenio García de Paredes, profesor de Literatura



   Es una pena que autores que merecen la pena, escriben bien, y tienen cosas que decir no entren en el circuito de las editoriales, en un país en el que hasta el concejal de festejos del pueblo más recóndito de la meseta consigue que le publiquen y distribuyan un libro. No sé si me explico. Pero las cosas están así, y sospecho que manuscritos de calidad que muchos querríamos leer están durmiendo en los cajones o los discos duros de sus anónimos autores.
            
   Por eso me llamó la atención la propuesta de José Antonio del Pozo, y decidí comprarle un ejemplar y leerlo con fruición. La verdad es que he disfrutado mucho. Una redacción clara, sin ínfulas, pese al título, que desgrana historias en las que muchos nos veremos identificados. A mí me gustaron especialmente varias historias. La primera, titulada “Triste de mí” en la que el protagonista, presa de un ataque de celos y despecho, ingiere litros de agua del grifo en Egipto con el consiguiente resultado intestinal. Fueron mis primeras carcajadas, y me dieron a entender que el libro que tenía entre las manos merecía la pena. O la aventura en Mari Gloria peluquería Unisex, que, como reza el autor “Ya empezamos mal”. O la locura adolescente de la Chica Rubia de Celeste Diadema, que como siempre prefiere al deportista malote antes que al insignificante empollón. Historias de sexo escondido, con la tía política insatisfecha, con la china que pide dinero en el metro mientras interpreta música, con la gordita que resulta ser deficiente y te cuesta una soberana paliza, o con la vecina de dulce olor, con la camarera... La graciosísima historia de Justus, que se embarca en una cruzada evangelizadora por puro deseo. Al final se queda con la chica y aparcan ambos la fe. En fin, historias con las que sentirse identificado, en un Madrid de todos, con paisajes variables pero no cambiantes, y que se van graduando con maestría: cada vez un poco menos hilarantes, cada vez un poco más oscuras, cada vez más reflexivas. Pero sin perder el sentido del humor, del pobre triunfador del karaoke que se ve perseguido por dos polacos calle abajo hasta terminar desplumado, literalmente, y con el culo al aire en una mañana gélida.
          
   Es un libro que hay que leer. Si tienes cuarenta, si los has tenido, y si pretendes tenerlos. Vas a disfrutar mucho con las historias porque debajo del surrealismo subyacen realidades con las que te vas a sentir muy identificado. Altamente recomendable, no debes dejar de leer “Las Historias de un bobo con ínfulas, que no son más que las vivencias ocurridas o no de un tío muy inteligente. Ponte en contacto con él en su correo, josemp1961@yahoo.es. O en su cuenta de twitter, @joseantoniodelp. Esperemos que haya más entregas, y que las veamos en las librerías.