Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta Richard Ford. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Richard Ford. Mostrar todas las entradas

martes, 3 de mayo de 2011

Bin Laden, el que avisa es Richard Ford

    
     La realidad imita al Arte. Oscar Wilde vive. A Bin Laden le “mueren”. Obama,  Nobel de la Paz, el hombre que alumbraba una Nueva Era, alardea de haber ordenado la liquidación del Superterrorista. ¿Qué dirá de ese renglón torcido la sacrosanta legalidad internacional? Según la versión del gobierno norteamericano, en el crítico momento del asalto, Bin Laden, ese hombre, utilizó a una de sus esposas como escudo humano ante el tiroteo. Si así fue, estuvo en ese momento Bin Laden a la altura de la leyenda que le adorna: la de ser un malvadísimo de cómic, retorcido y abyecto como sólo éstos lo pueden ser, pues efectivamente, se desenvuelven en los cómics cuando los negocios se les complican los malos malísimos con tan aterradora maldad.
   
     No hace tanto (24-2-11, Rimas y Leyendas del 23-F) nos hacíamos eco aquí de un antiguo relato de Richard Ford en el que, ante una situación parecida, un hombre, de forma instintiva, utiliza de idéntica manera a su esposa para defenderse de un desequilibrado armado que siembra el pánico en un centro comercial. Aquella mujer deduce del incidente con suma tristeza, cuando esa misma noche regresan en el coche a casa, lo poco que realmente la ama su marido. No  hubiera en otro caso antepuesto su cuerpo para intentar así salvarse él. La súbita reacción deja también sin palabras al propio hombre, no menos apenado, que no se explica nada, como abrumado por la verdad que parecen descubrir los tercos hechos. El incidente, que dura escasos segundos y que se salda sin un sólo rasguño físico, es capaz de destrozar un matrimonio que instantes antes parecía tan sólido y firme como todos, como todos los que funcionan, quiero decir.
    
     ¿Revelaba esa reacción meramente instintiva una verdad oculta acerca del carácter esencial de ese hombre, del fondo genuino de sus sentimientos hacia su mujer? ¿Cuándo somos más nosotros mismos, más auténticos y verdaderos, durante las situaciones límite, en las que desaparecen las convenciones y las máscaras y el teatrillo de lo social, sí, pero también en las que a menudo reaccionamos gobernados por los automatismos y por las pulsiones primarias que zarandean nuestra psique, o en el día a día, es decir, durante el destilado racional que es la normalidad de la vida cotidiana que con nuestras elecciones conscientes nos hemos construido? ¿Puede disculparse o entenderse una reacción como la que ese hombre, llevado también por el pánico, tuvo? ¿Esa acción invalidaba de pleno todo el anterior pasado compartido? ¿Es la misma reparable?
    
     Ni Bin Laden ni su malhadada esposa -una de las cuatro que tenía, creo, la que en ese momento el Destino y la orden de Obama pusieron allí-  podrán ya plantearse estas interrogantes. Por las trazas que le conocíamos, la verdad, no parece tampoco que a Mr Bin en grande medida le preocuparan. Puede que ande ya él morando su Edén particular, revolcándose de lo lindo con la cohorte de bellísimas huríes, chapoteando con ellas en los caudalosos ríos de miel que tanto les prometía él a todos los fanáticos a los que enviaba a inmolarse. Bueno, Richard Ford, avant la lettre, un poco le retrató.
     Y su recuerdo me sirve a mi vez, caro lector mío, para anunciarte ahora que mañana –o pasado, a todo lo más, que no sé si reuniré hoy decisión suficiente para transcribir lo que te he de contar- pondré un texto aquí que ha de llevarme en volandas, ya sí que sí, al Olimpo de la Fama Editorial y al Millón de los Seguidores que persigo: ¿acaso no abundan también en él, y bien copiosas,  situaciones límite, huríes, mieles, ásperas cosas del día, instintos atados y por desatar, oscuros incidentes, en fin, el galope encabritado de la vida misma? Pues eso, que see you tomorrow. No te digo ná.