En el principio fue el fútbol: once contra once y gana siempre Alemania. Fue. Ayer la selección volvió a doblegar a los Grandones Teutones y, como tampoco es cosa que todos los días pase, hay que escribirlo. (Lo que pasa todos los días, que es lo en verdad difícil contar bien, sería lo que hay que escribir, pero esa es otra historia… que en mi TRILOGÍA DE LAS ILUSIONES puedes paladear). Eran los germanos, anfitriones, además. Un Kroos insólitamente leñador lesionó al niño Pedri. Como si karma hubiera, su sustituto, un joven e inspirado Olmo, en su totalidad florecido, llegando desde atrás como un rayo con suavidad junto al palo abrió la blindada lata alemana. Un gol como una amapola preciosa allí plantada. A falta de dos minutos, aprovechándose de su altura, empataron alemanes. Y a falta de dos minutos también, oh, armonías extrañas del orbe, de nuevo el Olmo –este Olmo mágico, que sin pedírselo, ya no peras, ambrosía da- en pleno verano de nuevo milagreó: como oasis increíble le puso un centro medido a la testa del navarro Merino, que con apostura sanferminera este fructificó. Justo en el mismo lugar que su padre, 33 años ha -la edad de C-, lo mismo hiciera. Lineker, apunta: España derrota de nuevo a Alemania. Con juego bonito, además. Adelante.
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