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jueves, 14 de junio de 2012

La fantástica historia del belga desconocido en Roland Garros


     
    Contra pronóstico el tirillas se plantó en octavos. Hacía muchos años que un principiante no llegaba tan lejos. Venía del infierno de las rondas previas, esas que juegan a deshoras los que son Nadie. Apenas cuatro familiares suyos conocían su nombre, aunque, en esos autohomenajes que gusta de hacerse la Historia, resultó ser este David,  y como tal  debía enfrentarse a todo un Goliath. Nada menos que con Federer el Magno había de vérselas. Estaban además su aspecto aniñado, su torso birrioso, sus brazos fideos, la enclenque fragilidad de su lámina, mayor aún por contraste con la prestancia del apolíneo Roger. Se soplaba el flequillo aún en el peloteo.
   Y sin embargo, aquel joven desconocido se aferró a la pista, arrinconó los nervios y con insólita soltura osó hacerle frente al Mito viviente. Consiguió, con golpes certeros y veloces, la hazaña de anotarse el primer set contra Federer. Se dice eso pronto. Luego perdió, claro, pero vendió muy cara su derrota. Obligó a Federer a gastar tres horas en muy dura contienda. Le hizo pasar por muy serios apuros. Con su acierto y su raro desparpajo –parecían los espectadores asistir gozosos a un prodigio inesperado, el de casi un chavalín ajigolado, que parecía ir a desplomarse tras cada envite, de tú a tú peleando contra el Gigante- consiguió encandilar al público.
   
    Hubo una jugada en el cuarto set (6-4), en la que tras un endiablado intercambio de supersónicas bolas de esquina a esquina, acabó el punto cayendo del lado del joven, después de una súbita dejada suya en verdad monumental. Federer ni pestañeó, pero los quince mil espectadores parecieron volcarse sobre el aspirante con sus vítores. Hervía la pista a golpe de aplausos flamígeros. Entonces, de repente,  aquel mozo, como si hubiera estado esperando ese momento toda su vida, inclinando la cabeza y abriendo lo justo los brazos, ejecutó una caballerosa reverencia de agradecimiento hacia las gradas multitudinarias que elevó el momento hacia ese grado que sólo alcanza lo perfecto, lo memorable. Fue maravilloso.
    ¿Cabía aún, lector, una mayor y mejor coda? Cabía, cabía. Tras la espléndida batalla, en la misma arena, a pesar de la derrota el público continuaba ovacionándole. Le pasaron al chaval el acostumbrado micrófono. Y allí entonces él dijo: “gracias… reconozco que… tengo que ir más al gimnasio… en realidad… me parece estar viviendo un sueño… ¡si tengo las paredes de mi habitación ocupadas por fotografías de Roger!”.  La concurrencia le jaleó conmocionada sus palabras y Federer se sonrió. Nadie es perfecto, desde luego, porque creo yo que lo suyo hubiera sido que entonces Federer le hubiera en ese momento arrebatado el micrófono: “bueno, ahora tendré yo a cambio una pequeñita tuya en la mía”.   
   No sabemos si el chaval llegará o no a ese Olimpo de los elegidos, tan sujeta a tantos avatares como se halla expuesta la humana peripecia. Al menos en la Nada de este blog quedará de él una endeble huella: ¡viva David Goffin!   




Post/post: especialísimas gracias a MTeresa y a Herep, por su ánimo, por su comprensión, por bloggear ayer a mi lado, gracias también especiales a Jesús Nava, por sumarse a cuantos siguen este blog, que es también suyo, GRACIAS.

3 comentarios:

César dijo...

Hace tiempo que no disfruto del tenis, ni corriendo ni sentado. Pero lamento haberme perdido ese partido, sobre todo por ver a alguien disfrutar en la pista. Cada vez más,es tan sólo un oficio. Seguramente quien menos disfrutó fue el entrenador del imberbe, al ver cómo se distraía con las lisonjas de las gradas, en lugar de conservar la concentración para atravesar la historia de un raquetazo.
Nadal nunca lo hubiera hecho, aunque yo reconozca mi debilidad por los perdedores.

Inmaculada Moreno dijo...

Buenos artículos,José Antonio. Estupendo tu blog.

NVBallesteros dijo...

Es usted un prodigio de la pluma,le deseo que tenga un excelente fin de semana


Besos