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sábado, 27 de abril de 2019

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   Paseaban enfrente del Palacio Real, en mitad de la tarde primaveral, por esa granítica explanada muy concurrida a esas horas de gentes -naturales y foráneas-, de mimos a lo suyo, petrificados en sus acrobáticas poses -tratando con su arte de ganarse así las habichuelas- y de bandadas de palomas revoltosas que a ellos sí les respetaban. Ah, las palomas. De repente algo a ella le llamó la atención.
   -Perdona, pero yo… es que no puedo, no puedo.
   De cuatro trancos se alejó de él y encaró una banda de éstas, que en el suelo picoteaban ávidas, histéricas, las migas de pan que alguien les había lanzado. Trató en vano de espantar con la voz y los brazos a algunas de ellas.
   -Mira, ¿no ves?
   Pero él no veía nada… hasta que ella se lo señaló. Entre todas, una de las palomas penosamente se afanaba a la pata coja tras las migas –tenía la otra, hinchada y deforme, encogida contra el cuerpo-… y no pillaba ni una sola, pues otra congénere, implacable, se ocupaba sólo de adelantarla y robárselas todas. Era una ceremonia, repetida una y otra vez,  bien cruel, claro. Entonces ella cogió un tarugo de pan que por allí había, empezó a desmigarlo y a echárselo al lado de la paloma renca. También en vano, porque la otra, paloma halconera, a culatazos la apartaba y para su único gaznate el pan se apalancaba. Eso a ella, claro, la enfureció más, así es que de pronto echó el pie hacia atrás… y de una buena patada, entre un gremial aleteo vertiginoso, lanzó a la paloma desalmada por los aires, dejándola así a no menos de veinte metros de la otra. Qué formidable parábola describió allí contra los cielos velazqueños la paloma pateada. Se incorporó luego esta, medio aletargada, turulata. ¡Ahora sí que la paloma coja pudo, de la mano de ella, a base de bien avituallarse todo el buche de migas. Volvió entonces ella a su lado.
   -Perdona, pero es que no puedo, yo no puedo con las injusticias.
   Algunos paseantes, alertados por el zureo quejoso de la paloma malota, giraron confusos las cabezas hacia ellos, aunque nadie dijo nada. Los mimos seguían a lo suyo, más petrificados aún tras lo sin duda visto de reojo por ellos. El Palacio Real parecía impertérrito también, aunque un rayo de sol tiznó entonces de rosáceos tonos un fragmento de sus lienzos. Ellos se alejaron lentamente, con el sol a la espalda y el pulso un poco acelerado tras el lance justiciero. Hmmm, qué violentas ganas le entraron entonces de besarla y de besarla.    
        

ARGUMENTO

   Un cincuentón, un poco a la deriva en el nuevo orden amoroso, buscando su lugar al sol, buscando su rosa: Ironía siempre, belleza y caos, ilusiones y ternura, risas y lágrimas, amores y traiciones... la VIDA a chorros, my friend. Ese ramo en tus manos yo quiero.

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