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miércoles, 5 de febrero de 2014

Cospedal, ponga un pessoa en su vida, please

     


   Dolores de Cospedal, ojos de Julia Roberts, serena bellezza que trae a ediles comunistas por el camino de la amargura, reuniendo ella cargos tan importantes, ha enarbolado un fabuloso desiderátum, apocalíptico sobre estrictamente dicotómico: “O el PP o la nada”.
     
   Le diríamos a Cospedal que esas construcciones, tan aparatosas como maniqueas, no le sientan nada bien, no le hacen ningún bien, creo, ni al cuerpo ni a la mente de una Derecha que se quiera atractiva. Deje mejor esas gigantescas y dramáticas disyuntivas para esos concejales populistas a quienes tan en vilo su figura trae. Socialismo o barbarie, Patria o muerte, y por ahí. Además, que esos dilemas son como un dos piezas facilón que en el fondo del armario al PSOE hemos visto demasiadas veces utilizar y a las trileras poses del mismo nos recuerdan, claro. 
     
   No nos ponga pues, Cospedal, por favor, ante tan trágica tesitura. Porque al decir usted “la nada”, me sentí -nada con ínfulas yo- muy personalmente aludido, y me acordé, claro, del grandioso Pessoa, que él si que, siendo tanto, externa y públicamente diríase que la misma nada era. De él tomé para hacerla también mía su preciosa divisa: “No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo”.

      
   Y al lado de esa nada con ilusiones que era Fernando Pessoa, señora Cospedal, francamente, ni Usted, ni el PP, ni Amaral, que mucho gustaba a Rubalcaba,  -el muá es que ni siquiera cuenta en el recuento-, somos remotamente nada. 








LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm, cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es

“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)

jueves, 17 de noviembre de 2011

Nanas de Chacón

      
     Conocíamos hasta ahora las conmovedoras Nanas de la Cebolla de Serrat, que quizás anotaría Sara Carbonero. “Vuela niño en la doble luna del pecho”, escribía allí, dolorido e inspirado, Miguel Hernández.  Abreva en las terelus, diríamos hoy, un poco más mugrientos cada día. Habrá que añadir ahora a ese acervo las estremecedoras Nanas de Carmen Chacón, (a quien por cierto, qué lío, una burda balear del PP, ya dimisionaria, quiso con falsedad sacar en terelus en el feisbuk) las nanas que ella misma acaba de revelar en un impagable documental –Retrato de una candidata- que en torno a su figura los socialistas catalanes le han elaborado.
     Cuenta Chacón: “mi abuela estaba COMPLETAMENTE enamorada de Felipe González, y así hemos crecido todos en aquella casa… salía él en la tele y bueno… ni una mosca… se paraba toda la casa…Mi abuela veía a Aznar y… ¡lo que salía de aquella boca”. Todo normal hasta ahí, podríamos decir, siempre que por normal entendamos esa binaria dialéctica de amor/odio, tan habitual en nuestro país, tan sumaria y empobrecedora en sí, que coincide en esencia con la aproximación a la política que los teóricos de las ideologías más fanáticas prefieren.
     Pero remontándose a sus primeros suspiros, la ministra de Defensa española, con naturalidad y satisfacción medidas va y dice: “si a los niños les cantaban nanas, a mí me han cantado desde el Himno de Riego, pasando por A las barricadas, siguiendo por la Internacional” ¡Criaturita!, le entran ganas a uno de exclamar con la conmoción, qué precocidad, qué ardor guerrero ya desde la cuna. Sólo que… si Carmen nació en ¡1971! y si con músicas tales sus mayores adormecían sus primeros sueños y así ella escuetamente lo cuenta –no sé, podría haber añadido que si entre Mozart y Haydn, que si después de la ovejita lucera, qué se yo, trufar un poco la cosa belicosa- en qué quedan entonces la superación de la guerra civil y la reconciliación nacional que sí empezaba a propugnar poco después el cautivador Felipe González.  
     
      O sea, pensémoslo un instante. Hagamos un remix de lo que a Chacón, en ese crucial momento para la transmisión de las emociones básicas que moldearán la conciencia y la sensibilidad del infante, retumbaba en los oidos: “aunque nos espere el dolor y la muerte, contra el enemigo nos llama el deber, ¡en pie pueblo obrero, a la batalla! ¡hay que derrocar a la reacción! ¡a las barricadas!... soldados, la patria nos llama a la lid, juremos por ella vencer, vencer o morir… ¡arriba, parias de la Tierra! ¡en pie, famélica legión!, agrupémonos todos en la lucha final, el género humano es la Internacional!  
     En parte el relato chaconiano es involuntariamente cómico: esos himnos ardientes son para todo menos para arrullar el sueño de un niño. ¿Se los cantará a su vez ella a su propio infante? Cabe, en pura lógica, darlo por supuesto. ¿O quizás se los cantará mejor la asistenta del spot rubalcabo que destrozó en un museo de Dortmund una millonaria y artística modernidad?
     No sé, resulta tan tremenda la revelación de Chacón –hablamos de los años 70- que no sabe uno qué es peor: si pensar que es una trola o tomarlo por cierto. Ese refinamiento en el adiestramiento totalitario creo yo que supera las peores pesadillas de Orwell… ¡para en pocos años convertirse luego en jovencísima Ministra de Defensa del gobierno monárquico de España integrado en la OTAN y en los bombardeos de Libia y Afganistán! ¡Desde luego que quedarían sus abuelos anarquistas asombrados, tal es la plasticidad indecible de algún género humano! ¿Y qué decir del chasco de los generales a su mando en el ejército español al enterarse? Imaginemos que saliera Cospedal contando, tan contenta, que le cantaban a ella de niña canciones hitlerianas al oído, mamma mía.
      
      Deben pensar que largar cosas así, llevar a cabo esa apropiación simbólica del “pathos” de la extrema izquierda, les da votos. Pero además es coherente la balada de Chacón con aquella aseveración de Zapatero en el Marie Claire cuando, sin venir a cuento, autodefinióse como “rojo” (¡), y con la obsesión suya con el célebre abuelo, más el homenaje que a Carrillo brindó, como si la izquierda que se dice más moderna siguiera en el fondo “fascinada” en lo más hondo de su virulento inconsciente por  los agresivos delirios anarcoides y procomunistas de hace ochenta años, deslumbramiento del que las infantiles nanas de Chacón vendrían involuntariamente a dar testimonio.
     Asegura, lanzada ya, Chacón que: “cuando piensas en aquellas mujeres fuertes… son quienes me han hecho así de fuerte, de rebelde y de inconformista, no me gusta lo que veo y no decido no mirar…”, refiriéndose a las mujeres de su familia y barrio. Y es seguro que fuertes sin duda ellas lo serían, ahora bien, autoadjudicarse de matute la pose de rebelde y de inconformista, como un eco de La Internacional y de A las barricadas aquellas que ahora nos quisiera ella a los demás cantar… no casa del todo bien con su cargo, con sus casas,  con la villa de lujo ¡en la República Dominicana, por el amor de Mister Equis! (leo en el Internete que ahora, tras salir en prensa, se vende, mira a ver, lector, si a ti te encaja) y con los desempeños y altos cargos de su querido esposo Barroso, ex-cerebro zetapeico y de la Sexta, consejero delegado hoy de la filantrópica Young&Rubicam.
     A no ser, claro, que después de cantarle en sordina A las barricadas al rorro, se lo cante airada y a la generala a su esposo, que, tratándose de capitostes socialistas, todo milagro is posibol. 

    
      

domingo, 17 de octubre de 2010

Match Point (el mío, claro)


    
     El viernes en la noche estaba yo padeleando un rato, (la otra afición que, junto a la del Antro, le sirven de oreo a mi confundida sensibilidad), y al final, como dicen jóvenes y jóvenas, se me fue la Pinza, la verdad. Es cierto que, tras ardua batalla, éramos nosotros quienes habíamos por fin ganado. Es verdad que los de enfrente eran dos yogurines, más peripuestos en complementos deportivos a la última que sendos maniquíes del Corte, por lo que yo, -no, mi compi, Javier, un tío normal-, con algo de zarrapastroso carcamal de otra época siempre encima, -y cómo, entonces, ser fan de mí- experimenté de golpe en todo mi fuero interno esa sádica satisfacción que el darle una buena lección a dos chulitos con ínfulas siempre proporciona a los ya talluditos. A mí con ínfulas, que me sobran todas.
    
     Todo eso es verdad, pero, por el amor de Kafka, José Antonio, a qué venía hacerlo, y mas a aquellas deshoras –noche cerrada y sin estrellas entre las alambradas algo mohosas de la pista de un polígono industrial perdido entre los suburbios madrileños, rabiosísimo match por conseguir el puesto ciento cuarenta (de entre doscientos) en un ránking B de quinta regional- a qué venía, José Antonio, dime, aquel gesto tan innecesario. Eran de verse las trazas mías allí: calzonazos blancos que, claro, me venían grandes, roja camiseta algo justa y condecorada de manchurrones de sudor, calcetinitos grises de lana áspera, mis canillas, flacas y peludas, mis seis dedos de frente perladísimos,  tanto como el futuro de Ana Rosa Q, y el resto de los pelos pegoteados al coco como si me hubiese lamido el careto un rumiante, en fin, cómo ser fan de mí. Además, es que yo no había tenido gran cosa que ver en la victoria, -y cómo podría haber tenido algo que ver con la misma, si sobre la cancha soy más malo que la droga-, que fue Javier el que sobre todo había desmochado a aquel par de gallitos corraleros. Entonces a qué, José Antonio.
     
     No lo sé. Quizás me arrastrara la luna nueva, tan nueva que por allí ni se la veía a la pobre, como a otros en licántropos transtorna la luna llena, no sé. El caso es que estrellaron ellos por último la bola contra la red, estallaba ya, pues, la nostra Victoria, y al punto, se me escapó la pala hacia el suelo e igualito que el brasileiro Kaká, transido de abstracto y cósmico agradecimiento, cerré los ojos y elevé, en uve mayúscula también, los brazos y el rostro sudoroso hacia arriba, hacia el hexágono inmenso de aquellos cielos industriales, también con los índices  apuntándolos, como ungido en el completo silencio de la noche tan serena. En esa postura mía debió transcurrir un tiempo eterno.
     Entonces no, porque estaba un poco ido, pero más tarde pensé que por alguna razón las celebrities lo son, que mientras cuanto de ellos sale de forma natural resulta como adobado de gracia, por fuerza mi burdo sucedáneo debió parecer allí muy desgraciada patanería. Quedaron los tres testigos de mi éxtasis suburbial paralizados un instante interminable, rehenes de mi impresionante pose, qué cuatro, qué cuadro, aunque pude muy pronto a la vez escuchar, entremezclados y sueltos al tiempo, la dramática interrogación de Javier (¿tío, te pasa algo?) y el áspero murmurar de los contrincantes doblegados (“será TONTO el tío éste”).
    
     No le faltaba razón a ninguno, y como en realidad uno bien poca cosa es, rápido aterricé y  toda suerte de disculpas y de ademanes reparadores, por si acaso husmeasen ellos su dignidad ofendida, allí mismo con extremada modestia les ofrecí. “Perdón, perdón, de verdad, no quise ofenderos, es sólo que tengo el codo fatal y así, con estos estiramientos, lo alivio un poco, de verdad, en ningún modo, quise yo…”.  El dúo de maniquíes algo masculló entonces entre dientes, aunque, por suerte, pronto chocamos todos las manos, como si de nobilísimos nadales y federeres en wimbledónicos lances estuviéramos hablando, y algo doblados ahora por el peso amargo de la derrota  rápido se perdieron, como principitos destronados, más allá de los reflectores de la pista, entre la negrura espesa de la noche.
     
     Luego, aunque eran ya las mil, dentro del coche, el único vehículo en medio de aquel desértico y descomunal paraje lunar, celebrando con alegría desbordante el triunfo con Javier, el verdadero Héroe de la noche poligonal, algo más consciente ya de lo que me había ocurrido, le expliqué: “verás, Javier, es que esta mañana en el blog de Santiago González salía una foto de la Cospedal con tacones dándole al pádel, que ya le vale a la tía, que a mi plin, pero es que en un lateral de la misma foto, a la izquierda y en segundo plano, junto a la alambrada,  como una Sirena serenísima y homérica, como izada sobre el pedestal de una sonrisa clamorosa en sí como un sol de octubre,  comparecía una rubia en verdad interesante… bueno, pues todo el santo día he llevado en la chola la imagen de la rubia esa, asesora, periodista, lo que fuera en la comitiva de la Cospe, y en la bola última, me tocaba sacar a mí y entonces hasta me temblaba la paletilla, así que, mientras la botaba unas trescientas veces, acuérdate, que incluso tú me miraste raro, con  las fuerzas que me quedaban me concentré  en ella, como invocando mentalmente su intercesión y… bueno, por fin saqué, y el par de toláis esos la cagaron, ¡hemos ganado, colega! y me salió entonces eso, agradecérselo con los ojos cerrados a la rubia anónima, y por un instante, te lo juro, Javi, hasta creí sentir sobre los párpados el calor mismo de su risa que desde las alturas me diera como su bendición… ¿tu crees que debería averiguar quién es ella, a qué dedica el tiempo libre y tal, escribirle algo y tal?... eh, qué, qué me dices, Javier”.
     Y Javier, mi compi, con algo de impasible John Wayne en las maneras, me dio entonces todo serio -el Héroe Circunspecto mirándome muy preocupado a los ojos dentro del coche-, la respuesta del millón: “oye, Jose, de verdad…¿te pasa algo?”. Y justo entonces rompió a carcajearse como un poseso el muy.